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Un retrato de Judith Maldonado – curandera tradicional del Ecuador
Por Aite Ursa Tinga
Trabajo presentado para el certificado en Terapias y Saberes Femeninos.
Yangana es un pueblo pequeño en el Sur del Ecuador. Se encuentra por donde la sierra de los
Andes colinda con la selva amazónica y cuenta con un clima cálido-lluvioso. La flora del
lugar y sus alrededores abunda en una sorprendente variedad, y durante todo el año no falta
cosecha en las huertas de sus pobladores. La mayoría de ellos aun sabe cultivar la tierra,
respetando sus estaciones y teniendo en cuenta la influencia de las fases lunares. Su
conocimiento se debe a una experiencia larga, y cosas como las recetas de remedios caseros
para controlar a las plagas o para fertilizar el suelo se han transmitido de una a otra
generación. Pero no se acaba tal conocimiento con lo que es el cuidado de sus cultivos (los
árboles frutales como el banano, las naranjas, granadillas, el café etc.); la gente de Yangana –
como en muchas partes del Ecuador – me han asombrado también con su saber sobre las
plantas medicinales. Las cuales crecen frecuentemente como monte en las mismas huertas,
como yuyo silvestre al lado de los caminos y los ríos o en el bosque nublado, rodeando al
pueblo por el lado sur.
Alguien quien posee un conocimiento particular sobre el tema es Judith Maldonado, la
curandera tradicional del pueblo o la “médica” como sus habitantes la saben llamar con
mucho respeto. La “bruja” como la llamo yo con respeto también, haciendo referencia a las
sabias mujeres de la vieja Europa, quienes han sido perseguidas y asesinadas por su poder de
curar y de asistir en el parto y durante la gestación; su sabiduría siendo un impedimento para
la medicina moderna que estaba por resurgir en este momento y que era (y sigue siendo)
regido por intereses económicos. No son únicamente los de la parroquia de Yangana los que
consultan a Doña Judith, si es que sufren de alguna aflicción incurable por sus recetas
propias, o en caso que el médico, la médica no puede ayudar: Sino la vienen a buscar desde
todo el país para contar con su asistencia. La misma consiste por una parte de un
conocimiento profundo del reino de las plantas, por otra parte, de una intuición y certeza
asombrosa. Ambos se revelan de una manera muy natural y sencilla en el ser generoso y
amoroso, tal como el sentido del humor particular de esta mujer. En el siguiente ensayo, que
escribo para obtener el diplomado en “Saberes Femeninos” de la Escuela Alteridad – Quito,
me gustaría presentar un pequeño retrato de Judith Maldonado, honrando la a ella, a su vida y
a su trabajo lo cual me parece muy interesante e inspirador.
Nació ella como tercera y última hija de sus padres el 13 de enero 1954 en la finca familiar en
la parroquia de Yangana. A los seis meses se murió su papá y por eso Judith tenía que ayudar
a su mamá en sostener la familia desde una edad muy joven. Criaron animales y tenían
árboles frutales, y siempre Judith sentía mucha fascinación con las plantas, las flores. La vida
no iba a esperar mucho en animar a la niña de conectarse aún más con este reino, haciéndola
conocer sus poderes curativos: Un día, Judith tenía 7 años, su madre de repente empezó a
sufrir de unas hemorragias graves y se desplomó. Se encontraban solas ellas en este momento
en su finca ubicada a una larga distancia del próximo caserío. Desesperadamente Judith se
dirigió al Cucharillo (arbusto de la zona con flores hermosas), pidiéndole que le ayude. Sin
saber nada de sus propiedades curativas, cogió sus flores, las machacó y preparó un zumo que
le dio a su madre para que lo tome. A continuación, poco a poco la misma recobró su
conocimiento. “Así es”, dice sonriendo la curandera “como empecé mis travesuras en la
medicina”.
Aparte de haber pasado unos años de su juventud en la ciudad de Loja, Judith Maldonado vivió toda su vida en Yangana. Nunca estudió o recibió una educación formal. Cuenta de que
siempre eran pobres y que apenas pudo terminar la escuela primaria. Tampoco tiene y nunca
tenía un consultorio o un lugar propio para atender. Sus convalecientes la llaman por teléfono
o vienen a tocar la puerta de su casa. Más en la mayoría de los casos uno no la encuentra ahí
porque lo pasa en su huerta o porque la han llevado a otro lado para contar con sus servicios.
Hoy Judith ya no se va a la finca en el cerro donde nació, pero sigue manteniéndose,
trabajando la tierra de su huerta cerca del pueblo e intercambiando la cosecha que da. Ahí
también tiene una variedad de plantas medicinales que comparte con sus pacientes. Para eso y
para sus servicios no pide dinero. “La gente me regala lo que puede”, dice. A veces son unos
pocos o unos más dólares, otras veces una gallina o la promesa de rezar para ella. Con eso
basta, opina Judith. “¡Lo que dios me dio gratis, gratis lo doy!”, cuota a la Biblia, clarificando
que atiende a todos y a todas que la necesitan: “Sea pobre o rico, bueno o bravo. ¡No
importa! Todos pueden contar con mi ayuda. Me gusta llevar a un buen camino”, agrega con
convicción. Pero da la impresión neta que no lo hace pontificando o queriendo persuadir a
alguien, sino pisando firme, con sinceridad y misericordia ella misma.
Después de su vivencia reveladora a los 7 años, Judith seguía investigando sobre el poder
curativo de las plantas. Pero no a través de los libros o las enseñanzas de otros. “¡Ellas
mismas me enseñaron!” Me cuenta cómo iba experimentando sola desde chica, probando una
gran variedad de flores, raíces y hojas observando el efecto que hicieron en su propio cuerpo.
Luego probando combinaciones con otras plantas, leche, etc. Así se hico capaz de aconsejar a
la gente del pueblo con problemas de salud. Algunos por supuesto desconfiaron de que una
niña tenga tal capacidad y hasta le tenían envidia. Pues Judith no se dejó intimidar. Deseando
a pesar de eso poder ayudar, decía que alguna señora le ha pasado las recetas en contra de sus
males. Realmente si es asombroso el conocimiento que tiene y vino juntando sobre el cuerpo,
los órganos sus funcionamientos, sobre las enfermedades y el bienestar en general. Ha
aprendido y sigue aprendiendo a través del escuchar y a través de la observación atenta, sin
miedo a las personas de enfrente. Me llama la atención el amor y el coraje, la fe y la
paciencia que tiene esta mujer. Goza de una preocupación real y honesta por las personas.
¡Son su pueblo y ella es una de ellos! Eso me parece importante a la hora de reflexionar su
rol.
A lo largo de los años Judith se hizo a conocer “por el chisme” cómo comenta. Cuando viaja
la 71-añera para ver a alguien, normalmente la vienen a buscar en carro, jalando la al hogar
de tal persona. No lleva nada en cuanto remedios o herramientas, hace su análisis a través del
encuentro personal y midiendo el pulso con sus propios dedos. La buscan para asistir en
partos, cuando alguien se enfermó, sufre dolores, cuando ocurren quebraduras o para otros
tipos de padecimientos. Muchos se aconsejan con ella cuando las consultas en una o mas
clínicas no dieron resultado y se encuentran desahuciados (en muchos casos también
afectados económicamente). Aunque también lo saben hacer antes de ir al médico,
desconfiando a los métodos del sistema de salud. Ahora bien, una vez que llega Judith, siente
el pulso y a base de eso, recomienda la ingestión de una planta. Siempre es preferible lo que
crece cerca o hasta en la huerta de la persona afectada. En los últimos años se ha vuelto
mucho más fácil de conseguir los remedios naturales en las ciudades, ya que se venden hoy
por hoy una gran variedad de montes en los mercados y las tiendas naturalistas. “La gente”
postula Judith, “se dio cuenta que lo natural es mejor.” El hecho de que los consultantes son
autónomos y se hacen cargos de buscar y preparar ellos solos su medicina es significativo
para el procedimiento; ya que dejan de confiar y poner sus vidas en los manos de otros: Los
médicos, la industria farmacéutica, el estado y con el mismo la administración colonial.
Añado yo que también es la ayuda de los miembros familiares, su tiempo y su entrega, que
representa una parte importante de la curación. El respaldo familiar o humano siendo a la vez algo con que no se puede contar en todos lugares del mundo. Me refiero por ejemplo a
Europa, donde por lo general el tiempo mismo esta percibido como algo costoso y escaso y
en donde pocas personas en una sociedad individualista están verdaderamente dispuestas para
“dar” su apoyo. Es todo eso que implica cuando me refiero a la autocuración y los métodos
naturales del curar como una manera de resistencia al colonialismo. Son los métodos
conocidos por el pueblo – en particular por sus mujeres -, los que pueden empoderar y
acompañar a volver a su raíces, tanto a los saberes ancestrales como a la intuición personal y
a la conexión con la tierra.
Hoy día cada vez más mujeres desean tener su wawa en casa porque sienten que es lo mas
seguro y lo mas bonito. Muchas temen además de ser tocadas en sus partes intimas, de no ser
respetadas o hasta de sufrir un tipo de violencia. Judith acompaña a las embarazadas con puro
monte, charlando con ellas y midiendo su pulso. Solo toca la barriga si es que hace falta. Esta
convencida de que lo más importante durante el embarazo es que la madre come lo que le da
gana. Ya que en estos deseos se reflejan las necesidades de la cría. Si es que una mujer no
puede quedar embarazada le aconseja de hacerse un emplaste hecho de un cuy pelado, la ala
de una paloma y algunas hierbas específicas, colocándolo por el menos 8 días vientre. “¡Eso”,
me asegura, “siempre da resultado!”
La sanadora me cuenta de un caso en dónde atendió a un parto y la madre se estaba por
morir. Ya no pudo sentir su pulso y los huesos le temblaban, como – según Judith – es el caso
usual cuando alguien se muere. “Es bien duro eso”, relata “si la gente no colabora, ni sigue
mis consejos. Sea por falta de fe o de confianza.” En este caso ella cerró los ojos y tuvo la
visión de dos manos entregándole las ramas del sauco negro. No dudó en pedir que se la
traigan al instante, le sacó la savia y mediante una jeringa instiló la misma al cuerpo
moribundo. Después de un rato la mujer volvía a respirar. Y hasta ahora vive feliz con sus
siete hijos en Yangana. A pesar de todo, aquel bebe era su ultimo. Puesto que después de tal
momento traumático Judith la advirtió: “¡Nunca, pero nunca más te voy a atender un parto! Y
cada vez cuando me ve, me agradece y me asegura que, si no la acompaño yo, no va a tener
otro parto.”, agrega sonriendo Judith. También me cuenta el caso de una mujer de 25 años a
quien no solo la prueba de la farmacia sino también la ginecóloga le aseguraban que estaba
embarazada. Pero Judith detectó de que se trataba de un embarazo molar y la mando a sacarse
la mola con un especialista. Haciendo una ecografía, este lo comprobó, ayudando a la joven
inmediatamente con la intervención que Judith vino aconsejando. Era la única vez que tenia
qué encomendar semejante transferencia. Normalmente los traspasos resultan al revés y las
personas se curan solas con plantas y su propia voluntad, confirma Judith, reforzando
nuevamente de que se trata de una injusticia que uno tiene que pedir turno para ser atendido
en el centro de salud publico. Ni hablar del programa del seguro, en donde “se paga hasta el
piso que uno pisa” opina Judith con indignación: “!Y a menudo no saben ayudar!” Lo
considera a partir de los relatos que le cuentan sus pacientes y desde las ocasiones en las
cuales los acompañó. Cada vez, dice, se queda asombrada de la poca capacidad de poder
ayudar y detectar un problema; las jerarquías siendo un freno si falta tiempo y valor para la
toma de medidas correctas y eficaces. Ella misma nunca se acercó a un profesional por un
problema de salud: “Si tengo a mí huerta, porque ir a la clínica?” suele bromear. Se refiere a
las propiedades curativas al momento de consumir una planta, tal como al efecto curativo de
estar e interactuar con ellas, de conectarse con la naturaleza y sentirse parte de la creación
divina