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atawallpa oviedo freire, autor de 12 libros, columnista de El Comercio (Quito), y en varias páginas web. Impulsor del Vitalismo (Buen Vivir), director de la Escuela Alteridad de Altos Estudios, coordinador del Centro de Estudios del Buen Vivir (CEBUVI), conferencista y tallerista mundial.

El norteamericano Georges Hill, presidente de American Tobacco y propietario de cigarrillos Lucky Strike, veía con preocupación que un importante sector de la población mundial no consumía sus tabacos. Eran las mujeres. Es decir, más de la mitad de la población la que no le generaban más ingresos. Contrató al publicista y líder del marketing Edward Bernays para que hiciera algo al respecto. Sobrino de Sigmund Freud recurrió al psicoanálisis, llegando a la conclusión de que lo único que había que hacer es manipular la conciencia de las masas para que sigan una corriente prediseñada.

Ideó una campaña para que las mujeres asocien el consumo de tabaco con “libertad” e “igualdad de género”. Contrató a un grupo de mujeres, las que en un momento dado de la marcha en New York (1929) debían sacar cigarrillos de sus bolsos y encenderlos “reivindicando el feminismo”. Convocó a la prensa a un lugar que había previamente determinado, y a quienes les indicó que habría un acto de “reclamación feminista”.

Efectivamente, sucedió tal como fue delineado: “fumar tabaco es una antorcha de libertad», respondían todas las contratadas por Bernays. Al otro día fue noticia mundial: mujeres fumando para sentirse “libres”, “empoderadas”, e “iguales a los hombres”. Desde ahí las mujeres consumen tabacos y han hecho más ricos a las grandes transnacionales, pero, paralelamente han desviado las acciones para una real transformación de la situación de las mujeres, y al mismo tiempo de los hombres, de los animales y de la naturaleza en general.

Las feministas también cayeron en la trampa de este hombre y apoyaron la “antorcha de libertad” de esas mujeres contratadas. Y hasta ahora algunas feministas creen que la lucha feminista implica ser igual a los hombres, tener los mismos derechos y vivir como los hombres. Fue un hombre blanco o eurocentrado el que ideó, y muchas mujeres cayeron en la trampa colonial patriarcal. Van a ser 100 años de aquello y muchas mujeres siguen fumando bolas de humo que terminan en los bolsillos de los grandes empresarios.

El publicista Bernays también fue contratado por políticos de derecha y sus mecenas empresarios. Fue él quien logró imponer en EEUU el modelo de solo dos partidos hegemónicos (Republicano y Demócrata), para evitar el “caos” y la fragmentación del voto. Otro logro suyo, es que el pueblo norteamericano aceptó y apoyó la segunda guerra mundial con la figura simbólica del Tío Sam. Su influencia no solo fue al interior de EEUU, sino que también pudo derrumbar en Centro América (La República del Banano) a un gobierno de izquierda que no les convenía a los inversionistas bananeros de EEUU. Etc.

Tanta fue su fama, que el propagandista nazi Joshep Goobels se inspiró en el libro de Bernays «Cristalizando la opinión pública», para proceder a la “maneiquización” del pueblo alemán. Y así en el mundo entero, con la más fina propaganda, publicidad y márquetin, han convertido a la población mundial en una sociedad maniquí a la que le ponen o le quitan cualquier creencia, dogma o mito.

De la misma manera, fue otro hombre eurocentrado el que les tendió otra trampa y muchas feministas se lo han creído hasta el día de hoy. El diseñador francés Ives Saint Laurent organizó en 1966 el primer desfile de mujeres con esmoquin, típica prenda de vestir masculina. «La prenda más bella que puede vestir a una mujer son los brazos del hombre que ama. Para las que no han encontrado esa felicidad estoy yo», solía decir el “grand couturier”.

Para algunas feministas fue un signo de “liberación femenina” vestirse como los hombres. Saint-Laurent pasó a ser considerado uno de los grandes “liberadores de la mujer”, ya que supo “interpretar los cambios sociales que el feminismo” de los años 60 proponía: “abrir el armario masculino a la mujer”. Pierre Bergé el novio y socio de Saint Laurent, el día de su muerte sentenció: «Fue algo más que un provocador. Fue un verdadero libertario que transformó a la mujer». A estos axiomas cabría preguntarse, si un hombre eurocentrado le habrá liberado a la mujer o le habrá hundido más.

El “feminismo blanco” nunca entendió que la lucha no es parecerse a los hombres, sino en ser diferente y diversa a los hombres para encontrar la complementariedad armónica o equilibrada, tal como funciona la vida. Pero más que eso, el entender que la salida del patriarcado no está en vestirse como el macho, por el contrario, es desvestirse totalmente de las nociones, categorías y paradigmas del macho patriarcal que es toda la civilización occidental, en donde está la raíz de todas las formas de dominación. Es decir, la dominación de las mujeres, pero también de la casi totalidad de hombres, de los seres humanos no-blancos, de los homosexuales, de los discapacitados, de los inmigrantes, de los pobres, de los animales, y especialmente de la naturaleza.

Entonces, el asunto es más profundo que las “masculinidades tóxicas”, está en toda la toxicidad de lo que se llama civilización, que es la forma más elevada de sutil dominación bajo los eufemismos de “libertad”, “democracia”, “progreso”, “desarrollo”; que son las concepciones e instituciones mejor elaboradas del esclavismo posmoderno.

De otra parte, estas feministas igualándose a los machos practican formas patriarcales tóxicas como la sororidad, que es una forma de inquisición empujada por mujeres. El feminismo blanco más bien ha logrado que los machos se encabriten más y quieran ser aún más machos y patriarcales. Por tanto, el patriarcado no es un problema de hombres contra mujeres, sino que es un sistema integral inserto en todos los seres humanos y en todas las instituciones creadas por la civilización o el eurocentrismo.

Sin quererlo, las feministas blancas o feministas eurocentradas han terminado afianzando el sistema patriarcal, colonialista, capitalista, racista, creyendo que el problema es de género y no de los mitos fundantes de la civilización occidental, generadora y causante de todas estas deformaciones. Dicho de otra forma, el feminismo blanco es racista, clasista, sexista, por ende, es aliado del patriarcado.

Estas tergiversaciones vienen desde las concepciones, estrategias y tácticas de la izquierda eurocéntrica (aunque también de la derecha pues ambas tienen la misma fuente), desde donde se nutre el feminismo blanco. Y lo mismo pasa en otros movimientos sociales que emulan a la izquierda en la ecología, la educación, la sexualidad, la cultura, la religión, etc.

 De otra parte, cabe anotar que está fragmentación y polarización de los distintos grupos sociales con sus creencias particulares, ha conducido a una dispersión y hasta una lucha interna entre los mismos sectores que propugnan cambios. Es decir, todas estas concepciones parciales o en las ramas del mismo árbol sistémico han llevado a una lucha o disputa entre los mismos sectores populares que se pelean entre ellos, mientras las élites siguen controlando el tronco y las raíces sistémicas con las cuales siguen amasando más capital y poder (divide y vencerás). La fragmentación es un concepto y un modo de acción totalmente patriarcal y occidental.

Mientras las feministas hablan de un “problema de género”, la izquierda enuncia un “problema de clase”, lo que significa que ninguna cuestione las estructuras y pilares del eurocentrismo o de la civilización en sí mismo. Cuando el asunto es más profundo que el “género” o la “clase social”, y que tiene que ver con las fuentes que sostienen el paradigma occidental. De ahí que pretender solo cortas las ramas, es dejar todo el tronco y las raíces para que se siga reproduciendo. Por ello, el fracaso de todos sus proyectos. Ya van más de 100 años y solo se dan la vuelta en lo mismo, tan solo cambiando las formas.

Tan es así, que al creer que es un problema de género puede surgir un “feminismo liberal” y hasta conservador. Si bien otros feminismos se han distanciado del feminismo eurocentrado o blanco, tampoco cabe hablar de “feminismo comunitario” o “feminismo decolonial”, es decir, creer que solo es cuestión de diferenciarse poniéndole apellidos al feminismo, cuando el dilema es que es un asunto estructural, integral, interseccional y multidisciplinario. La gran fragmentación del feminismo habla de su confusión al interior mismo.

Y lo mismo con la noción de “clase social”, creyendo que la ubicación de clase de una persona ya determina su conciencia o posición política natural. Ya vemos que hay gente pobre que puede ser de derecha, conservadora y hasta estar en contra de otros sectores populares. O el mismo caso de EEUU donde muchos obreros votaron por Trump.

La izquierda blanca o eurocentrada con sus proyectos de dictadura del proletariado, de dictadura del partido revolucionario, de lucha de clases como motor de la historia, de la guerrilla, y de todos sus proyectos mesiánicos, salvadores, paternalistas, prebendalistas, estatistas, han creado el “fantasma” del comunismo y el “cuco” del marxismo, del que se ha aprovechado la derecha, también eurocéntrica, para azuzarlo y atizarlo más.

Hoy la derecha se aprovecha del desgaste de la izquierda eurocentrada y de todas las izquierdas en general pues a la final también son eurocentradas, para combatir toda resistencia o deseo de transformación procediendo a etiquetarlas de «comunista», a sabiendas de que es una “mala palabra” en gran parte del pueblo.

Toda acción de cuidado de la naturaleza, las mujeres, las otras sexualidades, la migración, la diversidad cultural, las personas zurdas, las espiritualidades, etcétera; son anuladas y asociadas al “comunismo” o a los “rojos”, y con ello desmantelados o al menos cuestionados. La izquierda y el feminismo, (sin “querer queriendo” como decía el chavo del ocho), se han convertido en un óbice para los pueblos y movimientos comunitarios, vitalistas y de la alteridad en general, antes que en su aliado. Han terminado siendo contrarrevolucionarios, así ese no sea su deseo u horizonte.

Los fachos de ultraderecha también se han inventado lo que ellos llaman el «marxismo cultural» y la «ideología de género», aprovechándose hábilmente de la palabra «marxismo», que también por los errores de la izquierda ha sido denigrada, y a partir de ello ensuciar toda acción que viene desde la alteridad o de fuera de la izquierda. En muchos movimientos sociales hay una crítica y un distanciamiento con la izquierda por todo lo anotado anteriormente, pero la derecha deshonesta mete a todos en el mismo costal.

Entonces, el problema de las mujeres y de todos, incluido la naturaleza, no es de género ni de clase social, sino onto-epistémico, es decir, del modo de concebir y de vivir la vida. Por tanto, nada de lo que surja desde el eurocentrismo puede ser revolucionario o transformador, sino tan solo reformista del mismo sistema. Toda acción centrada en reformar el estado (eurocéntrico por excelencia) o cualquieras de las instituciones creadas por el eurocentrismo son solo parches a lo mismo. Sí surge algo desde la Europa indígena podría ser revolucionario, de hecho el movimiento celta es un cuestionador del eurocentrismo.

En definitiva, con tanto analfabeto consumista y esclavista que va creando la actual “sociedad de maniquíes”, mucha gente se encarrila cada vez más a la auto domesticación y auto explotación. Ya no son tan necesarios los Hitler, Franco, Pinochet, solo se necesita más embrutecimiento psicológico al estilo de Edward Bernays o Joshep Goebbels para que la derecha siga sometiendo y aprovechándose de los errores de la izquierda y de algunos movimientos sociales.

De ahí, la importancia de no solo hacer una crítica a la derecha, sino una respuesta contundente a la izquierda y al feminismo para salir de la dicotomía bi-ideologista-partidista impuesta, y dejar de ser marionetas llevadas de un lado a otro. Y esa crítica debe dirigirse a abrir una vía alterna, esa ahora se llama autonomía, comunalidad, vitalismo, sociocracia, buen vivir.

Por Alteridad

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