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Por Otilia Puiggros. Trabajo de fin de curso en el marco del Diplomado “Saberes Andinos”.
En la última conferencia dada por el profesor Atawallpa Oviedo en el diplomado “Saberes Andinos”, accedí a una información que por un lado me sorprendió y por otro, me enojó mucho. Desde la escuela escuché que el nombre del continente donde vivimos, América, viene de Américo Vespucio, uno de “los descubridores” de estas tierras y que el nombre de América, fue dado en su homenaje. Pues no, para mi gran sorpresa supe que el origen del nombre es indígena, y que existía desde mucho antes que Vespucio – que tampoco se llamaba Américo- viniera a las costas del continente que en Europa llamaron “el nuevo mundo”. Decidí hacer mi trabajo final sobre este tema no solo para aprender más, sino también para difundir la realidad y desenmascarar este gran fraude.
Al pensar en el título de este pequeño ensayo, me vinieron a la cabeza tres títulos:
- El axioma fraudulento: América, el nombre de nuestro continente;
- Amerrique: la identidad robada; y
- América: entre robo de identidad y fraude histórico.
Finalmente retuve el segundo porque me parecía importante que en primer lugar, apareciera el que tal vez sea, nuestro verdadero nombre. O tal vez fue otro, porque el lugar donde se encuentran las sierras Amerrique, en la actual Nicaragua, dicho nombre se traducía en los dialectos mayas de distintas maneras: “la gran cuna de agua”, la “tierra donde sopla el viento”, “tierra de muchos vientos”, el “lugar del espíritu que respira” e incluso, “tierra viva”, de acuerdo al investigador Danilo Anton (2000). Pero vayamos por partes.
Detrás de los nombres “oficiales” dados por los europeos a los lugares que iban encontrando en estas tierras, muchos de ellos nombres deformados de la toponimia encontrada, como es el caso de América, se encuentra una geografía riquísima. En muchos casos, la nomenclatura que aún se utiliza en varios lugares geográficos atestigua de la herencia de los pueblos nativos.
Recuperar los nombres que fueron camuflados no es una tarea sencilla dado que las toponimias han cambiado y por siglos ha existido la voluntad por parte de quienes invadieron estas tierras, de esconder y desconocer nombres, identidades, cultos y culturas. Lo que encontraban, era para ellos, símbolo de atraso y de barbarie. Lo único que valoraban era el oro que encontraban y que naturalmente, robaban. Porque habían llegado a una “terra nullius”, lo que significa, territorios sin dueños en latín (the land of no one en inglés).
El nombre de América tiene su origen en el corazón de América Central, en una cadena montañosa cuyo nombre es Amerrique que se encuentra en el departamento nicaragüense de Chontales. Estas montañas también son conocidas como Amerique y Amerrisque y se extienden desde el lago de Nicaragua hasta las costas del Mar Caribe. Varios mapas de Nicaragua e incluso regionales mencionan el nombre Amerrique, pero lo más interesante es que algunos diccionarios de lenguas extranjeras (al español) también indican dichas sierras: el diccionario francés Larousse de 1982 en la parte de América Central indica: Sierra de Amérique; en su edición de 1997, el Atlas de la Encyclopaedia Britannica escribe: Sierra of Amerique y en la misma enciclopedia, en la página 654: Amerrique Mts. (Antón, 2000).
El mapa de la National Geospatial-Intelligence Agency, de Estados Unidos, indica: Serranías Amerrique, Nicaragua.[1]
Por otro lado, en la ciudad de Juigalpa, en Nicaragua, hay muchos negocios que aún conservan el nombre Amerrique, como es el caso de una academia bilingüe, de una carnicería y de un bar cuyas direcciones se encuentran fácilmente por internet.
¿De dónde viene el nombre Amerrique?
De acuerdo a estudios realizados por diferentes investigadores y cronistas, el nombre vendría de un pueblo que vivió en dicha cordillera antes de la llegada de los invasores europeos. El doctor Jaime Incer Barquero, Presidente de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, autor de más de 20 libros sobre biología, historia, geografía y estudios étnicos de Nicaragua, quien por otra parte, recibió una mención honorifica de la National Geography Society de Estados Unidos, nos da varias informaciones en su libro: “Toponimias Indígenas de Nicaragua” (1985). El autor indica en la parte dedicada a los pueblos de Matagalpa, que dicho pueblo hablaba el dialecto matagalpa, también llamado popoluca, que los cronistas españoles llamaron “chontales” de manera genérica, para definir a todos los pueblos de la región (p. 262). El nombre Amerrique estaría relacionado con dichos pueblos. El autor escribe que:
“los que esculpieron la estilizada estatuaria que hoy se exhibe en el Museo de Juigalpa, los que habitaron en las estribaciones de la sierra de Amerrique, los que construyeron pirámides escalonadas en Garrobo Grande, fueron sin duda una tribu más antigua que ocupó el territorio nicaragüense en toda su extensión, con posible filiación maya o lenca.” (p. 264).
Ellos fueron los autores de toponimias que aún persisten, y que fueron incorporadas por las tribus que más tarde ocuparon los actuales territorios de Nicaragua y Honduras, entre ellas, los “matagalpas”. De acuerdo al investigador todo parece indicar que el dialecto Matagalpa tenía varias raíces y que además de existir coincidencias etimológicas con los miskitos por ejemplo, presenta muchos híbridos como resultado de la importante españolización que sufrieron. Algunas toponimias tienen más de una interpretación, como hemos señalado al inicio de este ensayo para la palabra Amerrique. Muy frecuentemente la toponimia hace referencia a las condiciones geográficas de la región, a su flora y su fauna, en varios casos, extinguidas. Muchos de estos nombres están en proceso de olvido, por errores ortográficos, por alteraciones, por su españolización, o por la modernización, hecha de manera consciente o no, de la cartografía de América Central y sus lenguas. Por esta razón, varios investigadores recorren los territorios, hablan con sus habitantes y buscan en la geografía y en los restos arqueológicos lo que la historia calla o esconde.
He aquí la descripción del vocablo Amerrique que hace Jaime Incer Barquero en la parte dedicada a Matagalpa de su libro “Toponimias Indígenas de Nicaragua” (1985, p. 278):
AMERRIQUE (Amerrique, Amerrisque por corrupción). Conocida serranía entre juigalpa y La Libertad (Cht.), de donde se deriva la toponimia «América», según las deducciones de Jules Marcou, quien fuera miembro de la Academia de Geografía de París, allá por el año de 1875. El naturalista inglés Thomas Belt le atribuyó un orígen lenca. Alfonso Valle la deriva del antiguo «idioma» de los Chontales: A merigua, «lugar de muchos vientos» y Dávila Bolaños de amac-rique, «cordillera larga». En el sur de Honduras hay varios vocablos de designación lenca como Lepaterique, Ajuterique, Chaparrastique, Lanterique, Aguanqueterique y Cacaguatique, en la frontera con El Salvador.
Hay varios lugares a lo largo de la costa del Caribe que tienen nombres semejantes, todo lo cual parece indicar que la región de Nicaragua que se extiende del mar Caribe al Lago de Nicaragua, llevaba uno de estos nombres: Amerrique, Amerrisque, Amerisco o incluso, América dado que se han encontrado referencias de un lugar cerca de San Juan del Norte, que lleva éste nombre.
¿Por qué se le atribuye el nombre de América a “Américo” Vespucci?
Todos hemos sido engañados durante mucho tiempo por la enorme mentira de que el nombre del continente es un tributo al geógrafo florentino que según dicen escritos puestos en duda por algunos investigadores, habría participado en varios viajes con otros exploradores alrededor de los años 1500.
El geólogo emérito, Jules Marcou (1988) y otros investigadores como George Hurlbut y Lanier (1901) señalaron que al momento de llamar al continente América, el nombre del geógrafo no era Américo ni Amérigo, sino Albérico, y que probablemente él decidió cambiarse de nombre a fin de adaptarlo al nombre de las tierras que venían de ser “descubiertas”. Durante muchos siglos se creyó, basados en este cuento, que el nombre del continente vino de un navegante que llegó de Europa a las costas del continente, cuando en realidad, fue lo contrario. Albérico Vespucci tomó el nombre que existía en el corazón de América Central, cerca de Juigalpa, capital del departamento de Chontales (nombre dado por los españoles), en Nicaragua. Hoy hablaríamos de apropiación cultural.
Juigalpa se encuentra al pie de la cordillera de Amerrique llamada actualmente “Cordillera Chontaleña”. Esta ciudad fue fundada hace alrededor de 300 años y era un centro comercial importante de la región de montañas que los españoles llamaron Chontales. En esta ciudad se han encontrado ídolos de piedra enormes, algunos de 8 metros de altura, que atestiguan de los pueblos ancestrales que vivían a los pies de la Sierra de Amerrique. Hoy dichos monumentos son expuestos en el Museo de Juigalpa para atractivo de los turistas que visitan la ciudad. Son en realidad, un símbolo de civilizaciones desaparecidas, tal vez exterminadas por los invasores, esos hombres acorazados que los nativos tomaron por dioses. Esos “exploradores” no se interesaron por los nombres de los lugares que iban encontrando. En realidad, poco les importaba cual era el nombre que le daban los nativos. Ellos “bautizaron” los lugares con nombres de su idioma, sustituyendo las apelaciones ancestrales. No eran dioses, eran diablos sedientos de oro.
Danilo Antón (2000) nos dice que no sabemos si hubo un nombre para todo el continente. Actualmente, en distintas partes del continente, le dan nombres diferentes: Abya-Yala, Isla Tortuga, hogar de la Pachamama, América. Probablemente nunca hubo un nombre único para cubrir el continente de norte a sur. Lo que sabemos a ciencia cierta es que el nombre Amerrique existió y aún existe en estas tierras, y que es de dicho nombre que fue tomado, tal vez podríamos decir usurpado o robado, el nombre de América.
¿Cómo y por qué se construyó la mentira acerca de nombre de Amerrique?
Se pueden escribir muchas páginas sobre los documentos encontrados, las especulaciones y los hechos comprobados en torno a los viajes en el siglo XVI de los exploradores y navegantes europeos a éstas tierras. Dada la extensión solicitada para este trabajo, presentaré solamente algunos datos que me parecen importantes.
El navegante italiano Cristóforo Columbus, que los españoles llamaron Cristóbal Colon, pertenecía a una familia de comerciantes genoveses que tenían una situación económica acomodada y buenas relaciones políticas. Esto último fue importante para establecer contactos y buscar financiación para sus viajes. Interesado desde la temprana edad de 22 años en la vida marítima, ya en años 1473-76 hizo sus primeros viajes por el Mediterráneo y también por el océano Atlántico, llegando a Inglaterra, Irlanda, Francia y algunas islas bajo control de Portugal como la isla de Madeira o la isla de Porto Santo donde vivió algunos años, a partir de 1479, con su esposa Felipa, hija del gobernador de la isla. Esta parte de su vida es importante para los viajes futuros dado que recibió como parte de la dote de su esposa, unas cartas de los vientos y de las corrientes marinas que llegaban a las costas de las posesiones portuguesas en el Atlántico. Interesado por las historias y objetos que traían a tierra firme algunos navegantes, entre ellos, algunos figurines con caras achatadas (Antón, 2000), Cristóbal Colon buscó información en lecturas de l’Imago Mundi de Pierre d’Ailly, una obra de 1410, y en las obras de otros autores como Santo Tomas de Aquino, que afirmaban la esfericidad de la tierra (Salinas Araya, 1996; Savian Filho, 2007; Paez Kano, 2010). Finalmente, entusiasmado por historias de navegantes que decían haber visto costas lejanas en dirección al occidente, Colon se decidió a emprender su viaje golpeando varias puertas para conseguir financiamiento para su proyecto. Luego de varios intentos frustrados, en 1483 con Juan II rey de Portugal; en 1484 con la reina Isabel de Castilla; luego con Enrique VIII de Inglaterra y el rey Carlos de Francia. Finalmente en 1492, Colon obtuvo el apoyo de la reina Isabel de Castilla. Luego de firmar el tratado “Capitulaciones de Santa Fé” donde se definían los títulos y derechos en caso de descubrir tierras, Colon partió el 3 de agosto de 1492 del Puerto de Palos con tres embarcaciones, La Pinta, La Niña y la Santa María, hacia rumbos desconocidos, en busca de las Indias. Colon se había convertido en un excelente navegante y como otros europeos del siglo XV, utilizaba la brújula, el astrolabio y una boya o flotador, a fin de determinar las posiciones y calcular las distancias entre las observaciones.
Pero en la misma época, los portugueses recorrían los mismos mares y eran muy celosos de sus posesiones. Colon encontró en sus viajes varios obstáculos, emboscadas, e incluso tuvo sospechas de delaciones de los trayectos que hacía por parte de algunos de sus tripulantes por lo cual se decidió, de acuerdo a distintas fuentes, a llevar 2 diarios de sus viajes. De un lado, una “bitácora oficial” con informaciones falsas destinadas a confundir a los portugueses y por otro, su diario íntimo, con los datos verdaderos (Coin, 2003). Así, de acuerdo a Luis Coin (2003) cuando el navegante escribía en los documentos oficiales que navegaba hacia el oeste, iba en realidad hacia el sur-oeste, lo cual parece comprobado por los vientos, las corrientes, la saladez del agua y las especies de flora y fauna marina que encontraba y que consignaba en su diario. Antón escribe: “seguramente el marino genovés se guardó parte de la información para asegurar el dominio de la situación luego de su regreso.” (Antón, 2000, p. 63). Incluso informaciones importantes de sus viajes, como la configuración de América Central, no figuran en el mapa de su recorrido por las actuales islas del Caribe. Posiblemente porque era una de las rutas que llevaban a la región donde se encontraban las minas de oro. Estos elementos nos ayudan a comprender su suspicacia.
No solo los portugueses ponían obstáculos, en esa época había también una importante rivalidad entre los genoveses y los florentinos. Los primeros, navegantes reconocidos y los segundos científicos de renombre: geógrafos, geólogos, matemáticos, etc.
Colón fue traicionado por varias personas, pero de todos modos informó a los reyes de España, que en las tierras occidentales había cantidades importantes de oro. Sin embargo guardó para sí, la información sobre cómo llegar a las tierras donde estaban las minas. De esta manera mantenía el control sobre los viajes.
Entre quienes actuaron a espaldas del navegante genovés se encontraba el rey Fernando de Aragón, quien financió una expedición hacia las tierras occidentales en 1497 donde participaron entre otros, Juan Díaz de Solís, Pedro de Ledesma, Yáñez Pinzón y Albérico Vespucci. A partir de dicho viaje, el nombre “América” se propagó por Europa. Así llamaron al “Mundus Novus” que venían de encontrar. Incluso Colón luego de su cuarto viaje en 1503, se refirió a dichas tierras con el nombre de “América”, contribuyendo así a la leyenda que desconocía su propio “descubrimiento” en 1492. Albérico Vespucci escribió varias cartas de sus viajes indicando que se habían encontrado nuevas tierras ricas en oro hacia el oeste.
Cristóbal Colón era genovés, Albérico Vespucci era florentino, con el fraude del “descubrimiento” mintió sobre muchos hechos, primero, sobre el nombre de Amerrique, y luego, sobre cual europeo recorrió primero el “Mundus Novus” en el siglo XVI.[2] De un lado se enfrentaba Florencia, reconocida por sus científicos y del otro Génova, reconocida por sus navegantes. También se confrontaban Castilla y Florencia, porque Colón viajo con banderas y financiamiento de la Reina de Castilla.
La mentira fue mantenida y reforzada por los criollos, para quienes era más prestigioso tener un nombre europeo que un nombre indígena. Valíamos tan poco, que había que esconder y olvidar nuestros orígenes. Contribuyeron por lo tanto a encubrir y despreciar sus propias raíces. Al principio el nombre América se refería a una parte del continente, luego se usó para toda la tierra firme que encontraron.
Colón se murió sin saber que no había llegado a las Indias sino a otras tierras. Por eso llamo “indios” a sus pobladores. Algunos nombres de Amerrique homenajean a Colón con su denominación, como es el caso de Colombia, British Columbia (en Canadá) y la Gran Colombia (sueño del Libertador Simón Bolívar de crear una gran república sudamericana que comprendería varios países latinoamericanos que hoy son estados independientes).
¿Albérico Vespucci, víctima o protagonista de la “Mentira del milenio”?
Hay varias controversias en torno a los viajes de Albérico Vespucci o Américo Vespucio, su nombre españolizado. Dada la extensión de este trabajo nos resulta imposible recorrer diversas fuentes a fin de encontrar la tesis que nos parece más adecuada. Por lo tanto, vamos a dar por cierto lo que sostienen la mayor parte de las investigaciones, a saber, que efectivamente el geólogo florentino efectuó varios viajes, por lo menos cuatro al lugar que los nativos llamaban Amerrique.
Como soy nacida en Uruguay, me interesa señalar el hecho de que según sus cartas, fue en el tercer viaje que “descubrió” el Rio de la Plata y vio el cerro de Montevideo[3] al cual llamó: Pinaculo Detentio. Aparentemente, esa fue la primera vez que las poblaciones nativas de esta región de América encontraban a los europeos. Dicha información se encuentra en la página 40 del libro “El nuevo mundo: cartas relativas a sus viajes y descubrimientos”, donde en la tapa del libro aparece como autor Amerigo Vespucci. El libro es una recopilación de las cartas del explorador cuyos textos aparecen en italiano, español e inglés y que fue publicado por la Editorial Nova, serie: Biblioteca Americanista. En la carta escrita en Cabo Verde en 1501, el navegante indica que las tierras deberían llamarse “Mundus Novus”, expresando de esta manera que no habían llegado a las Indias sino a un nuevo continente (p. 67). Entre 1504 y 1505 se publicaron once versiones diferentes de la carta “Mundus Novus”. En todas ellas el explorador firma Albericus como su primer nombre. Sin embargo, el apellido aparece escrito de varias maneras: Vespucci, Vespucious, Vesputius, Vespucrius y Vespotius.
En las sucesivas traducciones, el nombre de Albérico se perdió, pudiéndose encontrar los nombres de Amerigo o Américo. Cabe señalar que en la traducción al latín, el nombre que aparece es Albericus Vespuicius Laurentio. Distintas investigaciones sugieren que la confusión comenzó con la traducción al francés realizada por Jean Basin, eclesiástico de Saint Dié. En la obra “Cosmographiae Introductio” publicada en 1507 por el Gymnase Vosgien de Saint Dié, cuya traducción hace Basin, la firma de la segunda carta dice Amérige. El traductor decide utilizar la versión francesa de un nombre que comenzaba a ser común en Europa y que casualmente, se parecía mucho al nombre de pila del explorador Albérico. En el año 1515, el nombre América se había impuesto y era utilizado en los distintos documentos e investigaciones sobre “el descubrimiento”.
El investigador Jules Marcou indica que el nombre Albérico era muy raro en la Florencia del siglo XV dado que en esa época se daban nombres cristianos. También lo eran Amerigo o Amerige. Para agregar a la confusión, o tal vez para aprovechar de ella, el propio Vespucci comenzó a doblar la “r” de Amerigo, diciendo Amerrigo, tal vez para que su nombre fuera aún más parecido a la voz nativa de Amerrique (Marcou, 1988; Durand-Delga, 1994; Vignaud, 1912).
En conclusión, fueron las tierras que los europeos decían haber descubierto que dieron el nombre al explorador y no lo contrario. La versión difundida es un gran fraude y el robo de un nombre muy conocido y usado en América Central donde antes de la Sierra Chontales, nombre dado por los españoles, se encontraba la cadena montañosa Sierra de Amerrique. En la cantidad de traducciones y adulteraciones aparecieron varios nombres pero se mantuvo la mentira de que el nombre de América viene de Américo Vespusio, “descubridor” del Nuevo Mundo. Sin duda la traducción francesa de la segunda carta del navegante contribuyó a la confusión, sin embargo, rápidamente el nombre de América se impuso en Europa pese a que todos sabían, en Génova, en Florencia, en Portugal y en España, que Alberico Vespucci no había sido el primero en llegar al continente que encontraron al oeste.
Pese a todos los esfuerzos por “españolizar” o “europeizar” al continente, su gente y sus costumbres, cuando visitamos ciudades y pueblos que han sido cuna de ricas civilizaciones pre-colombinas encontramos el sentimiento de una gran identidad con la tierra donde viven. Dicha identidad se expresa de distintas maneras, antes que nada, en el respeto y amor hacia la naturaleza que ven como madre (la Pachamama) y como matriz de vida y de cultura, en rituales ancestrales, en instrumentos musicales y música, en danzas, en el amor y el respeto al agua. Los territorios son para los descendientes de los pueblos ancestrales, lugar de pertenencia, de interacción e inter-relación, hogar comunitario de todos y donde siguen presentes los espíritus de los ancestros. Lo he visto y sentido en la población Kiwcha de Guamote, en la provincia de Chimborazo donde hice el trabajo de campo de mi doctorado. También lo he visto en San Salvador, hablando con nativos que viven en valle Zalcoatitán, que los españoles bautizaron “Valle de las Hamacas” debido a su actividad sísmica, cuando visité proyectos de desarrollo de la cooperación canadiense. Lo vi en la cultura ancestral de los Emberá que tuve el privilegio de visitar, en las profundidades de la selva de Panamá, pasando unos días de vacaciones. Lo vi en la ciudad de Caaguazu, en Paraguay, país donde hay 19 Pueblos Indígenas y localidad donde trabajé con mujeres agricultoras. Allí tuve el privilegio de visitar la comunidad Yvy Ku’i Jovái, del distrito de Vaquería. Esta comunidad formada por unas 50 familias, años después fue tristemente conocida por las amenazas de muerte a balazos por parte de un productor sojero brasilero que pretendía desalojarlos del terreno tradicional que ocupan y del cual incluso tienen la personería jurídica.
Finalmente, también lo vi en México, donde viví casi un año luego de mi segundo exilio político cuando dejé Chile, donde su población nativa habla con orgullo de la rica civilización azteca de la cual descienden. Sentí regocijo, asombro y alegría cuando participé a la celebración del Día de los Muertos en Oaxaca, ciudad que visité especialmente para ver cómo se viste la ciudad en esos días (el 1 y 2 de noviembre) y para asistir a algunos rituales. La creencia dice que los muertos vuelven el 2 de noviembre a visitar a sus familias. Por lo cual, en los hogares hacen altares con flores, bebidas y comidas para recibirlos y a veces, algún instrumento que fue útil en la vida del muerto que celebran. En las calles, al atardecer, la gente se viste “de muerte”, llevando mascaras de calaveras. Es una celebración festiva, porque la muerte no se ve como algo trágico sino como una etapa de la vida. Como dijo Atawallpa Oviedo en su conferencia (2022): “la vida no puede morir”. Esta tradición tiene sus raíces miles de años antes que llegaran los españoles, en la cultura azteca, donde la muerte era provisoria. Con la llegada de los europeos se incorporaron elementos del misticismo católico resultando en un sincretismo religioso donde predominan los elementos indígenas (Flores Martos, 2008; Fragoso, 2011). Los rituales varían en las distintas ciudades de México pero el sentimiento identitario de pertenecer a ricas civilizaciones ancestrales, muchas de ellas destruidas por los invasores, está muy presente en todos los países de América Latina con fuerte presencia de población indígena. Hay tristeza por la invasión y destrucción, pero también hay esperanza en el regreso de la luz y orgullo de sus raíces.
Como escuché en la conferencia sobre los “Apus” dada por miembros del Centro de Estudios Andino Tunupa y que nos transmitiera el profesor Atawallpa Oviedo, en las montañas habitan seres espirituales que fueron testigos del avasallamiento ocurrido en estas tierras. Ellos están ahí y saben que en algunos años los destructores de la Pachamama serán desenmascarados y que la verdad volverá a iluminar Amerrique. Los Amerriques siguen allí, presentes bajo diferentes maneras. La historia fue adulterada, pero la geografía y la naturaleza son testigos de lo ocurrido. Como dicen las profecías anteriores a la invasión, “habrá un retorno a la luz” (conferencia de Atawalllpa Oviedo, 20 de julio 2022) y la naturaleza superará la destrucción y será restaurada. Muchas culturas indígenas ancestrales siguen existiendo y recuperando cada vez más el derecho a vivir según sus cosmovisiones, que no es otra cosa que el Buen Vivir para toda la humanidad.
Y el espíritu del jaguar, que en la ontología andina está relacionado al mundo de abajo, así como al agua y al rayo, protegerá a los pueblos y naciones indígenas para que puedan construir un mundo socio-económico diferente, una nueva civilización. Protegerá la crianza del agua, elemento vital de la vida en el planeta. Tenemos confianza en los poderes ancestrales de los espíritus que habitan los cerros y en la reconfiguración tawantinsuyana. Dicha reconfiguración re-establecerá el equilibrio y la harmonía que permitirán terminar con los enfrentamientos inter-étnicos, la destrucción de la Pachamama y con la segmentación de los cuatro mundos que complementándose configuran la totalidad de la existencia (Video del Centro de Estudios Andinos Wirachocha; Llamazares, 2006; García Escudero, 2007, Oviedo, conferencia 20 julio 2022). Actualmente ya hay un resurgimiento de la alteridad y podemos entrever que pronto dejaremos atrás los 500 años de obscurantismo. Por eso, cursos como los que da el diplomado de la Escuela Alteridad de Altos estudios son muy importantes a fin de proveernos de los conocimientos y de las herramientas que serán necesarios para acompañar el gran cambio y preparar a nuestros hijos para los tiempos que vienen.
Cierro este ensayo con un GRAN AGRADECIMIENTO A LA PACHAMAMA, fuente de vida, de saber, de relacionamiento y de cultura. De ella recibimos el alimento para el cuerpo y para el alma, GRACIAS Madre Tierra, madre nodriza y protectora.
Wiñaypa paktakuna / Juntos por siempre.
BIBLIOGRAFIA
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Flores Martos, Juan Antonio. «Transformismos y transculturación de un culto novomestizo emergente: la Santa Muerte mexicana.» (2008).
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Vignaud, Henry. «Americ Vespuce: l’attribution de son nom au Nouveau Monde.» Journal de la Société des américanistes 9 (1912) : 239-299.
[1] NOTA 1: This page presents the geographical name data for Sierra de Amerique in Nicaragua, as supplied by the US military intelligence in electronic format, including the geographic coordinates and place name in various forms, latin, roman and native characters, and its location in its respective country’s administrative division.
Full Name (see definition): Sierra de Amerique
SOURCE: National Geospatial-Intelligence Agency, Bethesda, MD, USA: https://geographic.org/geographic_names/name.php?uni=-1640797&fid=4455&c=nicaragua
12°12’00.0″N 85°19’00.0″W
Serranias Amerrique, Nicaragua
NOTA 1: Esta página presenta los datos de nombres geográficos de la Sierra de Amerique en Nicaragua, provistos por la inteligencia militar de los EE. UU. en formato electrónico, incluyendo las coordenadas geográficas y el nombre del lugar en varias formas, caracteres latinos, romanos e indígenas, y su ubicación en la división administrativa de su respectivo país.
Nombre Completo (véase la definición): Sierra de Amerique
FUENTE: Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial, Bethesda, MD, EE. UU.: https://geographic.org/geographic_names/name.php?uni=-1640797&fid=4455&c=nicaragua
12°12’00.0″N 85°19’00.0″O
Serranías Amerrique, Nicaragua
(nuestra traducción)
[2] NOTA 2: En realidad, otras expediciones habían llegado a estas costas antes que Colón y su tripulación. Los vikingos procedentes de Islandia habían llegado a Canadá estableciéndose en Groenlandia alrededor del año 1000 y algunos decenios más tarde establecieron la colonia Vinland en la actual provincia de “Terre Neuve”. Sobre esta teoría encontramos información en: Oleson, Tryggvi J. Early voyages and northern approaches 1000-1632. Vol. 1. McClelland & Stewart, 2016 y también en : Lacoursière, Jacques, Jean Provencher, and Denis Vaugeois. Canada-Québec : synthèse historique, 1534-2000. Les éditions du Septentrion, 2001.
[3] NOTA 3: Montevideo es la capital de Uruguay.