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Circula un texto que dice que en lengua quechua “pampachay” es perdonar, y muchos lo han aceptado o validado, en un claro sincretismo y que refleja un proceso de asimilación religiosa o conversión cristiana.

En el mundo andino no existe la idea del perdón, sino, como dice la misma autora en dicho texto: «pampachay» que viene de «pampa» que significa «tierra llana» por esto pampachay también significa «nivelar, igualar, allanar». Hasta aquí estamos de acuerdo, pero luego la autora le mete que eso es perdón. Más allá de eso, lo que importa es que creemos que la idea del perdón es un concepto tóxico, que no ayuda a las relaciones humanas sino que lo afecta mucho más. El remedio resulta peor que la enfermedad.

Cuando dice nivelar, igualar, allanar; implica reestablecer o reequilibrar lo que ha sido desajustado. No significa decirle al otro: no te preocupes, queda aceptado el daño o ya no tienes una deuda moral por lo que has hecho. Todo lo contrario, desde la filosofía andina se debe proceder a recomponer, reajustar o reposicionar lo afectado, para que nuevamente vuelva a armonizarse lo que ha sido alterado.

Por ello, el perdón no funciona, pues la afectación o el daño se mantiene y se prolonga. El perdonado vuelve a cometer la infracción, a sabiendas de que el otro le perdonará. Y así por los siglos de los siglos, amén. Por eso, los que creen en el perdón se pasan la vida alrededor de ello y no resuelven sus conflictos. Mientras se mantenga el desajuste o desequilibrio, no hay aprendizaje por ninguno de los dos. Estas personas se pasan la vida pidiendo perdón a uno y otro, o perdonando a medio mundo, y no hay cambio o transformación en ninguno de los dos.

Las religiones fomentan ello, convirtiéndose en un cuento de nunca acabar. El cura le dice reza 100 padre nuestros y aquel que cree haber sido perdonado por el dios religioso se pasa toda su vida en el confesionario. Más bien se vuelve una costumbre. El Dios perdonador le ha exculpado y esa persona está lista para volver nuevamente al mismo patrón repetitivo de conducta. Mientras tanto, el perdonador se pasa sufriendo, contando a uno y otro lo que le pasó. Dice que le ha perdonado, pero sigue afectado, viviendo nuevamente lo mismo con otras personas o situaciones. Un círculo vicioso.

De qué sirve el perdón si se mantiene el desequilibrio, si continúa el desbalance. Por eso, en el mundo andino cuando alguien comete una falta no se le envía a la cárcel, sino que debe hacer algo para reparar lo generado. El sistema andino es práctico y no idealista. La cárcel no resuelve nada, todo lo contrario.

Y el perdón se parece, es la cárcel de los cristianos y de todas las religiones. Diferente a la espiritualidad que reajusta aquí en la tierra los conflictos y no en el cielo como creen las religiones. La espiritualidad despierta la sabiduría, las religiones activan la esclavitud. Los seres espirituales encienden el amor, los religiosos movilizan el resentimiento, la culpa, el castigo, en esta vida o en su idea del infierno.

Por otro lado, el perdón repite el esquema de víctima y victimario, de bueno y malo. El uno es mejor y el otro es peor. Le superpone al uno sobre el otro. El uno arriba, el otro abajo. Por ello, el psicólogo de las Constelaciones Familiares, Bert Hellinger dice que el perdón es un veneno, que mata las relaciones en vez de reactivarlas. El perdón tiende a separar más.

Solo sana el amor. El perdón no es amor, ni el amor es perdón. El amor es conciencia y sabiduría. El amor es un acto hacia sí mismo y no a partir o en base al otro. Cuando hay amor se comparte amor. Pero si hay resentimiento, ira, molestia, rabia, frustración, se comparte eso con todo aquel que aparece en su camino, principalmente con los más cercanos, su pareja, sus hijos.

En un conflicto cada cual tiene su parte a sanar. El que afecta debe asumir su falta y no volver a repetirlo. El afectado, en no quedarse atrapado en el dolor, en la molestia, en el daño. El ser humano religioso se ahoga en el resentimiento, las tristezas, las pérdidas. Siempre lo está recordando, dándole vueltas, y termina machacado. Se queda atrapado en lo que no fue, en lo que no tuvo, en lo que no se dio. El ser espiritual se agarra de todo lo que vivió, lo reconoce, lo valora, y lo agradece. Comprende que eso es la vida, y honra a la vida como ella es, y como se dio su vida, porque eso ya es el pasado y lo único que le sirve es el presente, en el cual se tiene la oportunidad de rehacerla. Mientras se tiene la vida se tiene la oportunidad o posibilidad de restablecer la vida, solo cuando llega la muerte ya no es posible hacer nada.

Llega a comprender que ha vivido diferentes experiencias, y aprecia haber podido conocer y saber todas las facetas de la vida. Entiende, que lo que le sirve es despertarse en amor, en conocimiento, en sabiduría, en conciencia. Es tener la sabiduría, de que el propósito de la vida es aprender a florecer a pesar de los embates que se presentan. Esto también se llama ser un Guerrero. Nada fácil, pero no hay otro camino.

Y algo parecido sucede con la idea de “liberarse”, en los Andes tampoco existe ese concepto. Nadie es libre de nadie, sino interdependiente con todo. Se confunde el «Qispichiy» con la idea eurocéntrica de una liberación existencial, como de igual manera cuando hablan de una liberación política, económica, etc.

En la racionalidad andina, la búsqueda es la armonización y no una tal liberación. Armonizarse con toda forma de vida y de situación. La idea de libertad o de liberación es el gran sofisma de occidente, y por ello no han logrado cambiar y por el contrario cada vez están más esclavos. Tampoco es la idea de sacarse algo y botarlo al río o al fuego, sino de transformar eso en una ventaja. Eso que ahora le causa sufrimiento, lo ilumina (fuego) o le limpia (agua), para que eso se convierta en una fortaleza o fuerza para su vida.

Barbara fue una cantante francesa que fue violada por su abuelo, cuando era niña. Ella guardó ese dolor por muchos años, hasta que comprendió que solo sana el amor y transformó ese sufrimiento componiendo una hermosa canción de amor. Se llama “L´aigle noir” (Águila Negra). Muy diferente a las canciones de desprecio, como esas de Lupita D´Alessio: “estúpido, engreído…”, que algunas la repiten.

Cuando alguien ha encendido el amor, recoge o se queda con lo que una experiencia, sea positiva o negativa, le permitió aprender, descubrir, tomar conciencia. La gente hace lo contrario y con el perdón se afirma más eso mismo. Repetir mil veces el perdón, es afirmar o atraer eso mismo que no quiere para su vida. Quedarse con el lado feo o solo mirar de ese lado y perdonar, solo consolida lo mismo. Mirar desde el amor, le eleva y le hace otro ser humano. Si la desconfianza se activó por algo y eso continúa manifiesto en su vida, seguirá atrayendo lo mismo. El amor atrae al amor. En el perdón, atrapa más sufrientes.

En la vida se pasan muchas tristezas y alegrías, la mayoría se queda atrapado en las penas, muy pocos se agarran de lo bello de la vida. Pocos ponen énfasis en el amor y llegan a amar todo lo que vivieron, porque ese fue su camino. Y cuando se detienen a mirarlo, lo honran por haber tenido el privilegio o el regalo de haber vivido. Sabe que a pesar de todo valió la pena haber tenido la vida, y quiere seguir viviendo eternamente. Sin embargo, se va de este mundo, apreciando todo lo que vivió, aprendió, y transformó. A eso, le llaman Maestría.

atawallpa oviedo freire

Por Alteridad

Un comentario en «EL PERDÓN NO ES AMOR, ES VENENO»
  1. La colonización eurocéntrica nunca se integró con el conocimiento andino, nunca vio la riqueza de la interdependencia, de la reciprocidad en comunidad. Por eso siguen destruyendo todo hasta acabar con ellos mismos.

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