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DEL EKEKO SUS ALACITAS

Manuel Rojas Boyan

Las culturas que se desarrollaron a lo largo y ancho del altiplano andino nos abren horizontes muy poco comprensibles a la lógica occidental.

Ilustremos con ejemplos, para una mejor comprensión de lo que queremos decir; hasta el siglo pasado, hubo muchos casos en los que los niños que tenían alguna diferencia física como, por ejemplo, el síndrome de Down o cualquier otra diferencia notable, en muchas ciudades altiplánicas, eran encerrado en el interior de las casas, para evitar que fueran vistos, esto con el objeto de evitar burlas y sarcasmo de inclusive familiares y amigos.

En la cultura originaria andina, las diferencias no eran objeto de aversión, más por el contrario, fueron y aún son, cualidades que hacen que las personas que están dotadas de esas diferencias sean consideradas, no solamente notables, sino hasta privilegiadas, esto se lo puede constatar cuando, la persona que tiene seis dedos en la mano o el pie, a quien se le da el calificativo de sojtalla, en lengua jaqi aru, o aymara,  es elevada a la posición de Yatiri, sin tener que pasar por el cumplimiento de los requisitos para alcanzar el nivel de Yatiri, que podría interpretarse como oficiante o sacerdote de la espiritualidad de los moradores ancestrales de esta parte del planeta,  es decir, en el concepto holístico de las culturas originarias andinas coloca al Yatiri en la condición de sabio, médico, psicólogo o sacerdote.

De esta manera, la formación especial del cuerpo de una persona, como se puede observar en la conformación física de un jorobado, no era motivo de repulsión, como Víctor Hugo, relata en su obra Notre Dame de París, en la que Cuasimodo, el jorobado de París, por la diferencia física de su joroba se vio obligado  a vivir oculto en el campanario de iglesia de Notre Dame de Paris.  

Desde tiempos inmemoriales, en las culturas andinas la persona que poseía una formación diferente en su cuerpo era considerados seres especiales.

Adentrándonos en el mundo del mito y la leyenda, que son instrumentos mediante los cuales hemos tenido acceso a parte de una historia que, pretendidamente la colonia nos quiso arrebatar, cuenta el mito que, hubo un personaje, de estatura muy baja y que tenía joroba, que caminaba por los pueblos del inmenso plató altiplánico andino, a este ser, los habitantes de esa región le rendían pleitesía puesto que su presencia en cualquier lugar era interpretada como un signo de buena suerte y le entregaban dones a su paso por los poblados, se le conocía con el nombre de Ekako. Este personaje, cargado de dones que le daban en pueblos que tenían abundancia de productos, llegaba a poblaciones menos privilegiadas o que no poseían muchos de los productos con los que le habían obsequiado en otros lugares, Ekako distribuía esos dones entre la población con menores recursos, ganándose el afecto y la veneración de los habitantes por su generosidad que, hasta llegaron a reproducir en arcilla la figura del mítico personaje, el arqueólogo Carlos Ponce S. habría encontrado en Tiwanaku, el siglo pasado, una estatuilla que representaba a Ekako.

Una representación que muestra un ser mítico, ¡Si!, pero no un dios, puesto que, en la cultura andina, los dioses no son representados con forma humana. 

Adentrándonos en la historia contemporánea del personaje que viene derrotando al colonialismo y al neo colonialismo. Antonio Días Villamil intelectual paceño, personaje que pertenecía a una familia acomodada de la ciudad, lo cual quiere decir, con posibilidades de acceso a información destacada, ofrece en su obra “Leyendas de mi tierra”, y de manera muy especial en la Leyenda del Ekeko, una descripción de la interpretación que se hizo del personaje. Antonio Díaz Villamil hace coincidir la aparición de Ekeko, con los sucesos de 1781, época en la que se registró el cerco a la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, por las huestes del caudillo indígena Tupak Katari. Nacido con el nombre de Julián Apaza Nina, habiéndose rebelado a los desmanes que contra de los indígenas perpetraban los denominados Chapetones, sus fieles servidores, muchos de ellos hijos bastardos de los primeros, los criollos y finalmente ese híbrido más de clases que de razas, que fueron los mestizos que abusando de ciertas condiciones subjetivas como el color de piel y abolengo dejaban al nativo originario, en condiciones de servidumbre, víctimas de la peor de las esclavitudes, la mita, cuyo sinónimo era muerte despiadada en el interior de las minas de Potosí, o la encomienda, servicio al patrón, chapetón o criollo  sin recompensa ni salario alguno y finalmente, la administración colonial quiso aplicar una tasa impositiva en dinero al nativo, a lo que Tupak Katari,  opuso resistencia y un 14 de marzo de 1781 cercó la ciudad de La Paz por varios meses.

Duros habrán sido aquellos meses para los colonialistas, relatos de tradición oral, dan cuenta que, los habitantes de la élite dominante de la ciudad de La Paz tuvieron que practicar antropofagia, para sobrevivir y muchos, emparedaron a sus hijas, sujetando en sus brazos los tesoros familiares para evitar que “cayeran en poder de los denominados indios”.

Pasado aquel periodo que culmina con la horrorosa ejecución de Tupak Katari, desmembrado en vida por la fuerza de tiro de cuatro caballos. Reinstalada la administración colonial, Sebastián Segurola, gobernador de la ciudad, haciendo uso del Derecho de Pernada, que tenían los chapetones, para usar sexualmente de las mujeres indígenas que estaban al servicio de su casa patrimonial, en una oportunidad en la que usaba a la joven de nombre Paulita Tintaya, según Díaz Villamil, la moza estaba al servicio de su esposa oficial, Doña Josefa Úrsula de Rojas Foronda.

La joven nativa, tenía prendido a su cuerpo un pequeño amuleto, que le había regalado Isidro Choquehuanca, un nativo adolescente que desde muy jóvenes había sido pareja de Paulita, quién desafiando las consignas de no dejar ingresar ningún alimento al interior del cerco a la ciudad, había conseguido esquivar los controles de las fuerzas nativas y logró llevar por pasadizos secretos, entre los matorrales que bordeaban los ríos de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, que en otros tiempos tenía el nombre de Chuquiago. Los alimentos que llegaban a Paulita Tintaya, la joven indígena los compartía con sus patrones, hecho que evitó que estos padecieran hambre.

Sebastián Segurola, preguntó a Paulita Tintaya, que mostraba en su desnudez al hacer uso del malhadado derecho de pernada que no era sino la forma de encubrir el abuso sexual que perpetraban los dominadores coloniales en contra de los pueblos y en especial en contra de las jóvenes mujeres originarias, mostró Paulita a su patrón el amuleto que Isidro le había tallado en piedra y mal pudo Paulita interpretar o explicar el significado del amuleto, la joven, poco instruida en la lengua del amo y patrón, no pudo o supo explicar bien, el significado del amuleto, una estatuilla de Ekako.

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Sebastián Segurola, interpretó que había sido Ekako quién había hecho llegar los alimentos a su casa, durante el tiempo del cerco, evitando de esta manera el hambre en el seno de su familia y conocedor del profundo sentido de espiritualidad que caracteriza a los pueblos originarios andinos, concibió la idea de imponer una forma de respeto y absoluta sumisión a las determinaciones administrativo coloniales, para evitar que se repitiera el levantamiento y el cerco de la ciudad.

No se registra una información concreta respecto a, sí Segurola mandó construir la estatuilla de Ekeko, a su imagen y semejanza o hizo una representación de su suegro, el «chapetón»  Francisco de Rojas.

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En la construcción del mito y sus características materiales, Díaz Villamil, describe la figura de la estatuilla de la siguiente manera: “Hombrecillo pequeño y regordete, de rostro enrojecido, color que había logrado imitar con unas pinceladas de airampo; además había procurado darle una cara risueña y bonachona”

Fácilmente se puede observar que, el personaje representado en la figura de la estatuilla, si bien es pequeño, en estatura, no muestra la imagen de un nativo originario pues el moderno Ekeko, es calvo, tiene bigote, es mofletudo y sonrosado, en contraposición a la presencia física del hombre andino que, es imberbe, tiene abundante cabello que nunca pierde y su tez es trigueña.  

Claramente se percibe la intención de Segurola, el nativo, no debería revelarse nunca más contra un, supuesto dios de su cultura, en este caso Ekeko, pues se estaría revelando en contra de una divinidad que le prodiga bienes y abundancia material.

También, hay que observar algunos aspectos que están más en el orden de lo pro occidental que en orden de lo nativo.  La fecha en la que se impuso la celebración de la festividad, misma que no coincide con ninguna de las celebraciones del importante, aunque no único, calendario agrícola andino.

Originalmente, la fecha de intercambio de illas e ispallas o ispa illas o ispallas, que haciendo uso de una expresión occidental se podrían interpretar como amuletos, miniaturas que tienen un significado referido a las cosechas o la reproducción del ganado, se tiene referencia por la tradición oral que este intercambio de illas e ispallas era celebraba el mes de octubre, como preparación para el ciclo agrícola, las ferias consistían en el intercambio de objetos, por lo general piedras en forma de ganado o casitas, esto tenía el objeto de aproximar a la obtención de lo deseado en el transcurso de la gestión o ciclo agrícola.

No hay una completa certeza, si fue Segurola, o la curia local quienes impusieron la celebración de una feria en homenaje a la festividad de Nuestra Señora de la Paz, la feria fue conocida y denominada Alasita, que en lengua jaqi aru, quiere decir, cómprame. Es la feria que en el mundo entero ha sido calificada como “Única feria de miniaturas” que, inclusive fue presentada para la nominación como Patrimonio cultural inmaterial o Patrimonio Cultural Intangible, por UNESCO de Naciones Unidas y que desde fecha 06 de diciembre de 2017, la UNESCO de Naciones Unidas ha sido declarada como “Patrimonio inmaterial de la humanidadTranscribimos una nota emanada por UNESCO que reza: Los recorridos rituales en La Paz durante la Feria de la Alasita, acaban de ser inscritos en la Lista representativa del #patrimonio inmaterial de la humanidad. ¡Felicidades, #Bolivia! #12COM.

 De esta manera, la feria de miniaturas más destacada del planeta era declarada patrimonio inmaterial de toda la humanidad, empero se debe destacar que la estatuilla de Ekeko es lo más representativo de la feria de Alasitas, el personaje figura emblemática de la feria de miniaturas ha recorrido ya el mundo entero, cubierto con un gorro denominado lluch’u en lengua jaqi aru o aymara, cargado de todas las provisiones necesarias para la alimentación y ahora hasta de herramientas de trabajo y casas, así como autos, en muchos casos, se lo ha tallado o fabricado con  una apertura en la boca en la que puede ingresar un cigarrillo que, en muchas de las ciudades andinas, quienes han hecho un culto de reverencia a Ekeko, suelen hacerle fumar, por lo menos una vez cada primer viernes de mes.

La tradición ha ganado la madre de las batallas, el día 24 de enero, la ciudad de La Paz, se paraliza al medio día, en las oficinas públicas y privadas se concede un permiso especial de media hora para que los empleados puedan asistir a cambiar, los elementos que ese año se quieren obtener, es importante mencionar que, se reproducen billetes de distintas monedas, como el dólar, los euros y por, supuesto, dinero boliviano, se ha formado una tradición adicional,  si uno cambia los dólares, euros, o bolivianos a las 12:00 del meridiano, no faltará el dinero, y hay quienes cambian pasaportes, títulos de profesiones, automóviles, etc.

Es importante, también, anotar que, las religiones se juntan, se mezclan y conviven, toda vez que, por ejemplo, en el atrio de la basílica menor de San Francisco, una legión de acólitos y frailes, riegan con mucha generosidad los objetos cambiados en la ocasión y a la hora indicada.

A escasos metros, los Yatiris, sahúman los mismos objetos siguiendo los rituales de las culturas andinas.

El mito sobre la presencia de Ekeko, se ha difundido de manera tal que, hemos encontrado al personaje en distintos lugares del planeta, en Plaza da “C” de Sao Paulo, pasea su figura entre muchos otros objetos exóticos, al igual en las plazas de venta de objetos nativos de Quito donde también está presente, y ha ganado ciudadanía.

En la ciudad de Puno, que celebra la festividad de Ekeko el día 3 de mayo, quizá como una forma de adhesión a la fiesta de la Chakana o de la constelación de la de la Cruz del Sur, por la información que hemos recibido, intelectuales antropólogos y cientista de diverso cuño, han empezado a hacer una investigación más profunda relacionada al personaje amo y señor de las miniaturas y de la abundancia que ahora es presentado también en la ciudad portuaria lacustre de Puno. Empero, la feria que presenta la ciudad de Puno tiene un parecido enorme, podría hasta decirse que es una copia fiel de la feria de las Alasitas que, originalmente se celebra en la ciudad de La Paz, desde hace muchísimos años.

Hay que mencionar que, como parte de nuestra identidad, es muy importante apoyar la labor investigativa de los profesionales de las ciencias sociales, toda vez que, está en arcano el significado de los amuletos, el significado del intercambio, puesto que, en algunas poblaciones que han sido siempre santuarios, como Copacabana, en la antigüedad se intercambiaban objetos pequeños por piedras blancas, hecho que ha debido tener un significado específico, que desconocemos en la actualidad.

El Ekeko, se ha transformado en un símbolo internacional, al momento de escribir esta nota, tengo ante mí la figura del Ekeko que llegara a la casa de mis hijos de Copenhague, hace como 30 años, como regalo de una familia de amigos chilenos que a tiempo de regresar a su país y una vez que, escucharon el relato de tradición oral que yo les pude transmitir y que  había tenido oportunidad de conocer en los años de niñez y juventud, relatos como los expuestos por el investigador Días Villamil en los que se explica la existencia de Ekeko, los amigos chilenos,  entregaron la estatuilla a mis hijos, que han conservado a Ekeko con mucho cariño.

Personalmente, cuando vi a Ekeko llegando a la casa donde vivíamos, tuve la sensación de estar recibiendo a un querido compatriota que se ha quedado en el lugar y ha acompañado el crecimiento de mis hijos, empero, la señora chilena; compañera de trabajo de la madre de mis hijos, me indicó, cuando visitaba su casa y cuando le consulté el origen de la estatuilla que: “Era el dios de la abundancia de la cultura Mapuche”.

Este hecho, nos ofrece el sentido de porqué se debe profundizar la presencia de Ekeko a nivel mundial, porqué se debe investigar con mayor profundidad los fenómenos que tienen carta de ciudadanía en las sociedades contemporáneas andinas, así como se debe dar mayor importancia a estas tradiciones como parte de la reconstrucción de nuestra identidad y también como un aporte a la cultura universal.

Por Alteridad

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