El eclipse desde las cosmovisiones originarias del Abya Yala
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Nicomedes Santa Cruz
Isabel María Álvarez. Miembro del Movimiento al Buen Vivir Global
Un eclipse es un evento astronómico extraordinario que genera expectación generalizada.
Para los pueblos originarios de Abya Yala (América) –que comparten la misma bóveda celeste–, el movimiento de los astros está estrechamente ligado a la misma existencia. En sus cosmovisiones, es percibido como una señal a la que hay que prestar la debida atención.
Durante un eclipse, el Sol o la Luna –según el caso– se oscurecen parcial o totalmente por unos instantes. En esa fracción de tiempo, el equilibrio se rompe en el cielo pero, una vez transcurrida la minúscula “noche artificial”, la luz renace y el resplandor es otro. El tamaño del eclipse determina el grado de desequilibrio y, el cromatismo que adquiere la circunferencia del astro eclipsado, es también un motivo de análisis. Así es desde que nuestros ancestros observaron el cielo.
Entre las ciencias que cultivaron los pueblos milenarios que florecieron en este continente, la Astronomía es una de las de mayor relevancia. Los Mayas fueron los que alcanzaron el más alto nivel de sofisticación con la elaboración de su sagrado tzolkin –el calendario de 260 días basado en el ciclo de las Pléyades de 26.000 años–. Más al Sur, primero los Tiwanakotas y luego los Inkas, desarrollaron también un exhaustivo conocimiento de la bóveda celeste que todavía deslumbra y del que dan cuenta las crónicas y los innumerables monumentos arqueológicos diseminados a lo largo del Tawantinsuyo (Confederación de las Cuatro Regiones del Sol) y estudiados por la Arqueoastronomía –en donde se destacan las investigaciones del Hamawt´a Carlos Milla Villena–.
En efecto, hace miles de años y, sin haber contado con elementos mecánicos de predicción, los habitantes del Abya Yala observaron, registraron y pronosticaron eclipses. Sin embargo, el impacto del colonialismo europeo en sus sociedades derivó en abruptos procesos de aculturación y de transculturación que trastornaron el orden ancestral, interrumpieron la transmisión generacional y desplazaron saberes, productos, tecnologías y prácticas científicas para imponer las propias. Como consecuencia, la sabiduría tradicional, empírica, holística, vitalista y colectivista –propia del mundo originario– fue subalternizada por la racionalidad occidental moderna, considerada como única, verdadera y legítima.
Transitando el Siglo XXI y finalizando el año en curso, vemos con asombro la ávida curiosidad que ha despertado en el imaginario colectivo el próximo eclipse total de Sol anunciado para el 14 de diciembre. Los hechos alcanzan las características de un show. Por un lado, las empresas turísticas ven el evento astronómico como una alternativa de revitalización del sector –fuertemente impactado por la pandemia–; por el otro, los medios de comunicación y las redes sociales convocan a la observación con slogans como “¡No te lo pierdas!” o con promociones como “La ruta del eclipse 2020”. Vale recordar que, este eclipse, será visible en varios países latinoamericanos (Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Argentina, Uruguay, parte de Brasil) y en los océanos Atlántico y Pacífico teniendo, como epicentro principal, gran parte del territorio patagónico argentino y chileno –en donde están emplazadas numerosas comunidades del pueblo Mapuche–. Al respecto y, previendo el aluvión de visitantes y la desbordante algarabía que se vivencia en torno al fenómeno, referentes de ese pueblo se han pronunciado, de uno y otro lado de la Cordillera de los Andes, para solicitar respeto.
Ya para el eclipse del 2 de julio de 2019, la advertencia había sido manifiesta: “El cielo avisa”, “Hay que ser cautelosos”, “Así como es arriba, es abajo” –eran algunas de las expresiones con las que, en aquel momento, las autoridades espirituales de distintos los pueblos se referían al fenómeno–. Y sin embargo, se hizo caso omiso. Lo que sobrevino meses después, no es un dato menor. Todavía impacta en el mundo y, particularmente, en Abya Yala.
Lejos de ser fatalista, nuestra actitud para el antes, el durante y el después del eclipse, ha de ser de una entrañable auto-conexión y auto-reflexión: estar “despiertos”, en atención y en alerta introspectiva. El ayuno, la meditación, el ruego, el canto y la ejecución de los instrumentos sagrados son, desde el pensamiento intercultural del Buen Vivir, algunas formas eficaces de acompañar espiritual y respetuosamente un suceso cósmico de tal significatividad.
Solo de esa forma, estaremos dando continuidad al ancestral legado que nos fue transmitido y que define la cosmovisión y la racionalidad de quienes supieron apreciar la inmensa e incondicional generosidad del Sol que se manifiesta en la luz, en el calor, en la energía y en la medicina que nos regala, cada día, desde que existe la Vida.
El eclipse del 14 de diciembre llega con la oscuridad de una Luna Nueva, –la fase que inicia un nuevo ciclo– y en cercanía al Solsticio de Verano –momento que marca la mayor cercanía del Sol con la Tierra–. Aunemos amorosamente nuestros sentipensares para que esta sincronicidad energética sea equilibradora “tanto arriba como abajo” pidiendo que nos ayude, en este aquí y ahora, a sanar todas nuestras sombras y a trascender como Humanidad.
Desde la costa del Atlántico Sur, un 8 de diciembre de 2020