Aura Isabel Mora
Hace poco más de un mes, trascendió al mundo entero la noticia de un hecho sucedido en un país absolutamente polarizado; una niña indígena del Pueblo Embera Chamí, de tan sólo 12 años, fue violada por un grupo de siete militares, en el Departamento de Risaralda. A parte de la gravedad del hecho, no solamente por tratarse de una menor de edad; de, además, ser indígena; además, de que los responsables actuaron en grupo; y de que, además, eran militares; este caso conlleva una paradoja.
La extrema derecha, que ha cooptado una amplia población que no siempre es la más compatible con lo que ésta predica, ha dispuesto una serie de postulados, los cuales defiende reaccionariamente: un afán inflacionario para las sanciones en la normatividad penal, una idolatría a lo castrense y a la gendarmería, un gobiernismo alcahuete con posturas autoritarias, totalitaristas y dictatoriales (que burda y descaradamente evidencian la protección de los intereses de los ricos en claro perjuicio de la mayoritaria población pobre del país) y un odio acérrimo contra todo lo levógiro o que signifique oposición. En el debate político en medio de esta polarización, una de las arengas de una de las facciones de esta contienda, la de la derecha, no escatimaba palabras para acusar a un sector de la contraparte, concretamente a la guerrilla (ya desmovilizada) de las Farc, de violadores de menores, mientras que tampoco ahorraban megabytes para publicar en redes su apoyo a la reforma legal que promueve la cadena perpetua para violadores y abusadores de menores, ni para pregonar su apoyo a militares y policías en casos de abuso de autoridad en protestas contra el gobierno o en reclamaciones de tierras por parte de indígenas.
Pasmados quedaron con semejante noticia. El Ejército tuvo que admitir que, además de este caso, había 118 casos más, que estaban investigando. La estantería se les caía. Las beligerantes acusaciones a la contraparte de execrables crímenes sexuales a niños se quedaban sin respaldo moral; su proyecto de cadena perpetua a violadores de niños se les volvía en contra de sus venerados soldados y sus amados guerreros caían al nivel de su odiado enemigo.
Y hace poco, tan sólo unas semanas, otro hecho vuelve a trascender; la Corte Suprema de Justicia decretó medida de detención preventiva y, aunque, domiciliaria contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez, dentro del proceso que se le sigue por soborno a testigos, que, paradójicamente, le abrió la Corte dentro de otro proceso que él mismo inició en contra de un senador al que denunció por una supuesta “compra de testigos”.
Tal como ya lo habíamos visto anteriormente, la derecha, mayoritariamente radicalizada, no tardó en sacar garras y dientes para escudar a su fiurercillo caído en desgracia. Una de las motivaciones de defensa que exponían los áulicos de este personaje por su detención era el hecho de la libertad de Santrich, un guerrillero de las Farc que inicialmente se acogió a los Acuerdos de Paz, pero que luego se fugó a la clandestinidad con las disidencias de esta guerrilla, otra prueba en la defensa de la inocencia de su caudillo fueron fotos de Iván Cepeda, que inundaron las redes sociales, el senador al que Uribe había denunciado, hijo de una de las víctimas del genocidio de la UP y una clara y visible cabeza de la oposición; junto a guerrilleros de las Farc, con el ánimo de vincularlo con el grupo guerrillero, no obstante ser fotografías tomadas en actos públicos de las negociaciones en medio del proceso de paz con la guerrilla.
Pero después del júbilo por la acción judicial en contra de Uribe Vélez, vinieron días aciagos. A raíz de su detención, este sujeto trinó en su cuenta de Twitter, que estaba “secuestrado” por cuenta de la Corte Suprema, a la que calificó como “virus”, para luego despacharse en contra de la juventud y, sin más ni más, la vinculó con la guerrilla, “juventud Farc” escribió.
Más tardó Uribe en escribir su trino que las consecuencias en hacerse esperar, el sábado 15 de agosto, en el Municipio de Samaniego en el Departamento de Nariño, fueron masacrados nueve muchachos; a los tres días, el martes 18, una nueva masacre cobró la vida de tres indígenas en el Municipio de Ricaurte, también en Nariño; dos días después, el jueves 20, otra masacre, esta vez en Arauca, un municipio ubicado en el departamento del mismo nombre, dejó cinco muertos; al día siguiente, el viernes 21, la cuarta masacre, en una semana, con cinco muertos más, se da en El Tambo, Departamento de Cauca; mientras que ese mismo día, se daba la quinta masacre, también en Nariño, esta vez en Tumaco, seis personas eran asesinadas; y a la semana siguiente, el 24 y 25 del mismo mes, en la región del Catatumbo en el Departamento de Norte de Santander, y en el Municipio de Venecia en el Departamento de Antioquia, sendas masacres se cobraron cada una de a tres vidas. En resumidas cuentas: siete crímenes en masa en dos semanas, cinco de ellos en sólo una, con 35 personas asesinadas, en lo que se suma a las 43 masacres en lo que va de este año.
Como era de esperarse, en las redes sociales, las reacciones a estos hechos tampoco se hicieron esperar, los sectores que se alinean en la oposición al gobierno uribista rápidamente relacionaron estas masacres de jóvenes con el trino de Uribe que vinculaba a la juventud con las Farc. Obviamente, los uribistas, también con prontitud, salieron a defender a su gobierno, descalificando estos hechos de masacres y llamándolos “homicidios colectivos” (que para nada es un eufemismo, sino una estrategia para que estos hechos no sean tipificados como crímenes de lesa humanidad), o ya sea culpando a las disidencias de las Farc (pero sin decir nunca “disidencias”) de ser los autores de todos estos crímenes, además de quejarse del fastidio que les causan los mamertos, como denominan a las personas de izquierda, por la hondonada de publicaciones responsabilizando de las masacres a las bandas criminales, en las que se decantó el paramilitarismo afecto a Uribe y al gobierno.
El uribismo, como movimiento político, es un fenómeno muy importante; fue capaz, con sólo el aval de su líder, de conseguir mayorías en Congreso, asambleas y concejos; un amplio número de gobernaciones y alcaldías; y además de poner de presidente de la República “al que dijo Uribe”.
¿Pero qué lo hace tan importante?; en primer lugar, se trata de un movimiento, no de un partido, que tiene un único fundamento político, y uno muy simple: la lucha y guerra sin cuartel contra la guerrilla y contra todo lo que se pueda relacionar con la izquierda y la consideración de enemigo mortal, que es lo único exclusivo y propio suyo. Pues, por lo demás, el soporte ideológico no varía en mucho de otros partidos conservaduristas o de derecha: el autoritarismo, visto como un respaldo irrestricto a la fuerza pública; la defensa del capitalismo y, obviamente, su contraposición a ideas y posturas políticas y económicas cercanas al socialismo, al comunismo o a economías alternativas; además de toda la retórica pseudoinstitucional, que tiene toda agrupación política, de defensa de valores éticos y morales, que definitivamente no cumplen, obviamente para darse un halo de decencia, de la cual carece, tanto así que el nombre de su movimiento, constituido como partido, es dizque “Centro Democrático”; dos mentiras, porque, ni es de centro, ni es democrático.
En segundo lugar, y asombrosamente, otra razón de su importancia es que se trata de un grupúsculo que, habiendo calcado y copiado todas las argucias del nazismo alemán, ha sido, y en eso radica lo asombroso, exitoso; el nacionalismo, el militarismo, el anticomunismo, la invención de un enemigo público, el uso de la propaganda para influir en la opinión pública coordinada a través de los medios de comunicación, el uso soterrado de la violencia como método político y de fuerzas paramilitares como apoyo al régimen y, obviamente, el caudillismo –al mejor estilo del Führer, del Duce y del Generalísimo–, son las características que la camarilla del “Presidente Eterno” supo aprovechar de su inspiración germana y que le han dado casi que idénticos resultados.
Pero como no todo es, ni puede ser, una diatriba en contra de la extrema derecha colombiana; no se puede desconocer que su contraparte ha sabido ganarse el odio de los reaccionarios. La guerrilla colombiana, especialmente las Farc, cometieron terribles actos, graves equivocaciones que le valieron una tirria casi que generalizada; además de las tomas o ataques a guarniciones militares y actos regulares de guerra, acostumbraban mantener secuestrados a los militares y policías que retenían en estas tomas o ataques, como el caso de Libio José Martínez, un militar al que las Farc absurdamente mantuvieron secuestrado durante casi catorce años, luego de los cuales lo asesinaron durante una operación militar del Ejército, no valiendo las súplicas de su hijo para poder conocer a su papá, que nació meses después del secuestro del padre que jamás conoció.
La guerrilla –y todo lo que tenga que ver, así sea tangencialmente, con ella– y, obviamente, el odio hacia ésta son el principal alimento del uribismo; por lo que tenemos un escenario, de una polarización política, en donde los opuestos no son derecha e izquierda, ni militares y guerrilla, ni consumistas y comunistas, ni fachos y mamertos; sino uribistas y antiuribistas, cuya principal diferencia es que los primeros gustan de lo que hace Uribe y los segundos entienden lo que hace Uribe; y la contradicción se da más o menos así:
–A Uribe se le acusa de múltiples y diversos delitos, vínculos con el narcotráfico, vínculos con los paramilitares, corrupción, etcétera–, dicen los antiuribistas.
–Él es inocente de todo eso–, responden los uribistas.
–¿Pero cómo es posible que crean que es inocente?–, los antiuribistas preguntan.
–Es que él acabó con la guerrilla–, los uribistas contestan, ante lo que surge un obvio interrogante:
–¿Cómo que “acabó”, entonces con quién carajos, Santos firmó los Acuerdos de Paz?–.
Una lacónica y lapidaria sentencia: –¡Fue el único que le dio duro a la guerrilla!–, termina la discusión.
Sentencia en la que está contenida todo el pensamiento uribista: primero, la guerrilla no es un problema que se quiera solucionar; segundo, lo importante es “darle duro”; tercero, la solución pacífica y negociada del problema de la guerrilla es perjudicial para el uribismo; cuarto, la solución militar del problema de la guerrilla, exterminándola, también es perjudicial; quinto, realmente, no importa ni la paz ni el bienestar de los colombianos; sexto, lo único que importa es poder seguir golpeando fuertemente a la guerrilla y matando guerrilleros (pero ¡cuidado!, no tanto; no sea que se acaben); séptimo, tampoco importa que mueran soldados, sus muertes son propaganda política gratuita; y último, mientras exista la guerrilla, el uribismo tendrá razón de ser y existir, pues sin guerrilla no hay a quien odiar y sin a quien odiar no hay odio que alimente al partido.
Absolutamente devastador y certero este escrito sobre la situación en la Colombia actual. Felicidades al autor.