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Andrés Kogan Valderrama

La colonización del Estado de Chile del Wallmapu, mal llamada “Pacificación de la Araucanía” (1881-1883), concretó un genocidio que cobró la vida de 50 mil a 70 mil personas del Pueblo Mapuche, y fue el inicio de un proceso de apropiación de tierras muy similar a lo hecho por el Estado de Israel con la Nakba, ya que en ambos casos inferiorizaron y negaron a esas personas su condición de seres humanos. 


Mientras crece el rechazo internacional por la eventual anexión del 30% de Cisjordania de parte del Estado de Israel, a través de resoluciones de distintos gobiernos en el mundo y de diferentes organizaciones de la sociedad civil, condenando la profundización de una política colonial de asentamientos en Palestina, resulta llamativo que el Senado de Chile se haya sumado también, considerando el desprecio total que ha tenido históricamente el Estado chileno con el pueblo mapuche.

Este desprecio total del Estado de Chile hacia distintos pueblos originarios, entre ellos el mapuche, se ejemplifica al no existir ningún tipo de reconocimiento constitucional de su existencia. Es decir, en términos concretos, nos convierte en un país racista institucionalmente, lo que nos debiera dejar muy mal parados frente a la llamada comunidad internacional, al igual que Israel.

De ahí que sea llamativo, por tanto, que senadores de la derecha pinochetista chilena (como Iván Moreira, Jacqueline Van Rysselberghe y Ena Von Baer) hayan firmado por un lado una resolución exigiendo sanciones concretas de parte del gobierno de Sebastián Piñera al Estado de Israel, pero a la vez sean unos fervientes negacionistas de la colonización del territorio mapuche en Wallmapu.

Una colonización del Estado de Chile que, con la ocupación de Wallmapu, mal llamada “Pacificación de la Araucanía” (1881-1883), concretó un genocidio que cobró la vida de 50 mil a 70 mil personas de etnia mapuche, y fue el inicio de un proceso de apropiación de tierras muy similar a lo hecho por el Estado de Israel con la Nakba, ya que en ambos casos inferiorizaron y negaron a esas personas su condición de seres humanos.

A esto se suma el proceso extractivo de ambos casos, en donde tanto en Palestina como en Wallmapu ha existido una apropiación de bienes comunes como el agua de parte de los dos Estados: eso ha pasado con la empresa de agua israelí Mekorot en territorio ocupado palestino y también con el negocio forestal en Chile de grupos económicos Angelini (Celulosa Arauco) y Matte (Celulosa CMPC). 

Se podrá decir que la condena de Israel por parte de aquellos parlamentarios chilenos de derecha responde a que Chile es el país con mayor población de origen palestino por fuera del mundo árabe (500.000 personas), pero no se entiende su apoyo cuando fue el mismo Estado de Israel quien le vendió armas al gobierno de Augusto Pinochet para asesinar a miles de personas durante la dictadura, y que las ha seguido recibiendo y usando en democracia para militarizar el Wallmapu.

Una situación similar ocurre con comunicadores y empresarios de origen palestino en Chile, como son los casos de Sergio Checho Hirane (conductor de radio Agricultura) y Álvaro Sahié (dueño del holding Copesa), quienes se han sumado a la condena de Israel, mientras esos medios informativos de los cuales son parte se han dedicado a estigmatizar, criminalizar y construir la idea de un mapuche terrorista.

Por último, el caso más llamativo y grave de todos es el del sacerdote católico de origen palestino Raúl Hasbún. Es públicamente sabido su apoyo directo e incondicional a la dictadura de Pinochet, haciéndose cómplice de crímenes de lesa humanidad, pero también se ha sumado a la condena del Estado de Israel, mostrando una inconsistencia total desde una mirada de Derechos Humanos.

De ahí que se haga evidente que la crítica de todos ellos responde meramente a una reivindicación nacionalista de la causa palestina, desde las mismas bases coloniales del Estado de Israel. En otras palabras, todos ellos se sitúan desde un nacionalismo moderno monocultural y estadocéntrico, que sólo busca negar al distinto y a la pluralidad de formas de ver el mundo, de la misma manera que lo hace el sionismo.

Es por esto que la convergencia descolonizadora entre Palestina y Wallmapu, más que una opción, es una necesidad en Chile, ya que son procesos que deben ser articulados siempre desde una mirada centrada en el respeto de los Derechos Humanos y también de los Derechos de la Madre Tierra, pues en ambos casos el etnocidio y terricidio ha estado presente históricamente.

Por suerte, existe un tremendo trabajo de pensamiento crítico, tanto palestino como mapuche, que nos da luces de cómo abordar ambos procesos. Los aportes de personas como Rodrigo Karmy, Lina Meruane, Kamal Cumsille, Mauricio Amar, Daniela Catrileo, Moira Millán, Sergio Caniuqueo, Claudio Alvarado Lincopi o Fernando Pairicán, entre otros, son sólo algunos nombres de miradas entrelazadas por su carácter anticolonial, antipatriarcal y anticapitalista, muy necesarias para el mundo en estos tiempos de crisis civilizatoria.

Por Alteridad

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