ANDRES KOGAN VALDERRAMA
Según datos arrojados, a través de una encuesta realizada por la Asociación de Municipalidades de Chile, el 79, 5% de las personas afirma que la emergencia sociosanitaria afecta emocionalmente al entorno y el 56% afirma que ha sentido ansiedad en momentos de cuarentena.
Unos datos que nos debieran poner en alerta, considerando que el encierro podrá traer consigo en el tiempo un aumento considerable de trastornos psicológicos y de suicidios en la población, tomando en cuenta que Chile junto a Corea del Sur presentan las tasas más altas al respecto a nivel mundial en NNA (Niños, Niñas y Adolescentes).
De ahí que esta emergencia sociosanitaria nos debiera hacer reflexionar sobre el sistema de vida que hemos estado teniendo antes de la pandemia y la importancia de generar políticas del cuidado a futuro para la población, en especial para los NNA, de manera de fortalecer vínculos comunitarios que sostengan nuestra salud mental.
Lamentablemente en Chile se han implementado en distintos ámbitos, entre esos el educativo, una mirada centrada en valores como la competencia, el interés privado y el éxito individual, lo que ha traído consigo comunidades fragmentadas, segregadas y con baja participación política, en donde la integración social se ha dado a través del consumo.
En consecuencia, se ha construido la idea de un individuo separado de la comunidad y de la naturaleza, como si la autonomía pasara por un desapego con lo colectivo, lo que ha traído consigo a personas cada vez más solas y desconfiadas unas de otras, terminando por afectar la salud mental en general.
Por suerte, desde el llamado estallido social, ha aparecido transversalmente un fuerte proceso colaborativo entre comunidades, en donde valores y demandas como justicia, diversidad, sustentabilidad, buen vivir, educación no sexista, plurinacionalidad, dignidad, entre otras, han estado presentes para cuestionar la sociedad de mercado actual, basada en el endeudamiento individual, siendo los secundarios protagonistas de aquel proceso.
No obstante, desde los sectores más conservadores del país, en vez de valorar aquel proceso colaborativo, se han dedicado a estigmatizarlo, criminalizarlo y hasta construir la idea de un enemigo interno, solo por poner en cuestión un modelo de vida insostenible para las comunidades y la salud mental de las personas.
Por eso, que la llamada guerra contra el Covid-19, propuesta por esos mismos sectores conservadores, no hace más que reproducir esta mirada centrada en la desconfianza, a través de la creación de un nuevo enemigo, esta vez un virus, en vez de trabajar desde una ética del cuidado que ponga en el centro la vida en comunidad.