ISABEL MARIA ALVAREZ
Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible.
América, ciega de racismo, no las ve.
Eduardo Galeano
Las Naciones Unidas declararon al 2019 como Año Internacional de las Lenguas Indígenas. En el sitio oficial del evento puede leerse que, de los siete mil idiomas hablados en todo el mundo, existen 2680 en peligro de extinción que, mayoritariamente, son lenguas indígenas. Para este organismo, la supervivencia y la robustez de las mismas desempeñan un papel vital en el desarrollo sostenible de las comunidades hablantes —no solo como instrumento de comunicación, educación, integración social y desarrollo, sino también como pilar de la identidad, de la historia cultural, de las tradiciones y de la memoria—.
Podemos resumir que, las lenguas indígenas portan los valores, las visiones y las cosmovisiones de los distintos pueblos que las hablan. Por eso, cada vez que se pierde una lengua se empobrece la humanidad, como se empobrece la vida cuando desaparecen especies animales y vegetales.
Según Luis Enrique López, “en América Latina se hablan más de 500 lenguas indígenas —junto a, por lo menos, otras cinco lenguas de origen europeo producto de la migración— y, un tercio de ellas, ven amenazada su continuidad”. Sin embargo, tanto la retracción lingüística como su resultante riesgo de extinción, no son un hecho natural. Para Klaus Zimmermann, ambos procesos están en correlación con el deterioro de la identidad cultural de sus hablantes.
En la América invadida, fueron los misioneros los primeros en aprender las lenguas indígenas con el propósito de cristianizar a la población. Fueron ellos también quienes elaboraron los primeros grafemarios y diccionarios. Desde entonces, las lenguas indígenas se escriben con caracteres latinos. Este sostenimiento lingüístico se mantuvo hasta que, con la independencia de los distintos países, se impuso la castellanización de los pueblos indígenas para poder integrarlos a las sociedades nacionales. Así, desde el paradigma de una supuesta superioridad, el castellano se atribuyó, en la mayoría de los casos, el estatus de “lengua oficial dominante” desplazando y arrojando un manto prejuicioso, descalificador y estigmatizador sobre la diversidad lingüística de gran parte del continente. Como consecuencia de este proceso de colonización, dominación, subordinación y asimilación, los mecanismos de transmisión intergeneracional sufrieron una violenta ruptura y, las voces de la tierra, se fueron progresivamente silenciando.
La educación formal, a través de su institución básica: la escuela, se constituyó en el principal agente de dominación, desvalorización, discriminación, negación de la diversidad e invisibilización lingüística. Su ideal monocultural y monolingüe se complementó con la imposición de ritmos, tiempos, conocimientos y valores de la cultura dominante, que sobrevaloró lo racional-intelectual en detrimento de lo tradicional-empírico y holístico propio del mundo indígena.
Reconocer las huellas de esta escuela que, durante muchos años, fue “expulsora” de quienes portaban rasgos considerados incompatibles con los de la pretendida “identidad nacional” o bien “asimiladora” de las “diferencias” del alumnado perteneciente a pueblos indígenas (con alcance también a los afrodescendientes y a los habitantes de zonas rurales), es fundamental para comprender el por qué del “olvido represivo” de la lengua propia que derivó siendo un “olvido encubierto”, es decir, una estrategia de supervivencia. Ante esta realidad, todos tenemos la responsabilidad de bregar por la conservación de la totalidad de los sistemas de comunicación que aún sobreviven. Los lingüistas nos alertan: ¡el tiempo se acorta!
El Año Internacional de las Lenguas Indígenas quedó atrás y, si bien visibilizó la temática y generó eventos acerca de misma, la situación de las lenguas indígenas sigue siendo crítica.
Vale recordar que existen marcos legales vigentes al respecto con alcance a todos los pueblos, aún a los más “minorizados” —y no “minoritarios” como se los suele llamar en los espacios de poder—. La Declaración de los Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas de la ONU, aprobada en 2007, que proclama en su Art. 13 que “los pueblos indígenas tienen derecho a revitalizar, usar, desarrollar y transmitir a las futuras generaciones, sus historias, lenguas, tradiciones orales, filosofías, sistemas de escritura y literatura y a atribuir nombres a sus comunidades, lugares y personas y mantenerlos”, es uno de ellos.
Toda política de reconocimiento de la diversidad cultural debe, indefectiblemente, contemplar la diversidad lingüística. Los Estados están obligados a congregar esfuerzos y a adoptar las medidas necesarias para garantizar la preservación de todas las lenguas indígenas. En ese marco, hace unas décadas, la Educación Intercultural Bilingüe (EIB) llegó al continente para quedarse y, en su ya largo y consolidado camino, logró que, por primera vez, las lenguas indígenas adquirieran un lugar oficial. La Colección “Con nuestra voz” publicada por el Ministerio de Educación de Argentina, constituye un ejemplo ilustrativo de un trabajo de recuperación/revitalización y puesta en valor de las lenguas indígenas, realizado participativamente entre comunidades y sistemas educativos a nivel federal. Otro ejemplo a considerar es el del Ministerio de Educación de Perú que, con el consenso de los hablantes, logró definir un alfabeto oficial para cada una de las 48 lenguas indígenas de ese país, abriendo nuevas posibilidades de desarrollo lingüístico para todos los pueblos involucrados.
Pese a estos aires esperanzadores, es evidente que la emergencia lingüística de América Latina requiere ser apuntalada con respuestas que contemplen un mayor apoyo económico para tamaño desafío. Cada lengua debería contar con su propia academia para poder uniformar grafías; publicar diccionarios, gramáticas y textos escolares; formar maestros bilingües en cada lengua; acuñar neologismos, entre algunas de las posibles acciones y, siempre, con una gestión coparticipada.
Desde los mismos pueblos, se impulsan también iniciativas para salvaguardar las voces silenciadas. Días atrás, en Oaxaca (México), el pueblo Tlacolula de Matamorros, hizo público el proyecto “Lenguas de mi Tierra” orientado a la recuperación de su lengua originaria –una variante del zapoteco– que, actualmente, solo es hablada por personas mayores y ante cuya agonía, la juventud se muestra apática.
Cabe acotar que México es un país plurilingüe en el que ninguna de las 69 lenguas que se hablan tiene estatus de “lengua oficial” porque, todas ellas –el español y 68 lenguas indígenas con sus 364 variedades dialectales– han sido declaradas “lenguas nacionales”.
En el lanzamiento virtual del proyecto –difundido a través de las redes sociales– puede verse cómo, sus impulsores –desde sus casas por la situación de confinamiento– comparten una pantalla repartida sumando voz, sonido y acústica para rendir tributo a su lengua con la interpretación bilingüe de “La llorona” –una de las más populares canciones mexicanas que cuenta con muchas versiones, siendo las más conocidas internacionalmente, la de Chavela Vargas y la de Lila Downs–.
Dicha acción, que puede percibirse descontextualizada por apelar a un recurso exógeno a la cultura tlacolula, revela, sin embargo, la voluntad de sus impulsores de buscar una dinámica que evite el inminente naufragio lingüístico que, inexorablemente, compromete “la memoria larga”, es decir, la de los pueblos, en palabras de Adolfo Colombres. Otra fortaleza del emprendimiento “Lenguas de mi tierra”, es la actitud proyectiva de salto hacia la vida contemporánea a partir de la identificación con la lengua patrimonial y con destino a las futuras generaciones.
Sin embargo, los procesos de recuperación/revitalización lingüística para ser ciertamente decolonizadores y habilitar nuevos posicionamientos y posibilidades de participación efectiva, requieren de un concomitante desarrollo del fortalecimiento identitario. Al respecto, cabe mencionar la estrategia del grupo mapuche Wechekeche Ni Trawun que, mezclando el rap con el rock, la salsa y la cumbia, visibiliza la lucha de su pueblo –ubicado de uno y otro lado de la Cordillera de los Andes en los actuales países de Chile y Argentina–. Sus canciones se orientan a mantener viva la cultura propia, a promover el orgullo étnico y, a concientizar sobre los procesos de recuperación de sus territorios ancestrales, usurpados, desde hace más de una centuria, por los amigos del poder de turno.
El desafío de la recuperación/revitalización lingüística adquiere dimensión sociohistórica cuando forma parte de las agendas nacionales con un financiamiento destinado a tal fin de parte de los gobiernos, siempre y cuando cuente también con la movilización afectiva de la subjetividad y la firme voluntad de los usuarios de las lenguas. Solo así las lenguas indígenas podrán encarnar en el ámbito educativo y trascender al científico, tecnológico, judicial, administrativo, periodístico, etc. La oportunidad está dada: para preservar y promover la diversidad lingüística y llamar la atención sobre el riesgo que supone su grave pérdida, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró al período 2022-2032 como Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas. ¡Actuemos hoy!
Playa Unión – Chubut – Patagonia Argentina, 30 de mayo de 2020
Es un triste problema el de ir perdiendo parte de nuestro patrimonio, de nuestra cultura…y no pasa solo con las lenguas indígenas…conocí en unA colonia de inmigrantes la historia de los alemanes del Volga, no son rusos,ni alemanes…los hijos y los nietos están perdiendo su lengua materna, en este caso un dialecto…con una tristeza nos contaba el hombre…no perder los lazos con la identidad…decía el hombre .creo q tiene que ver con «la cultura larga»… que menciona el artículoy con no perderla…y con ella parte de una historia que habla en definitiva de nosotros mismos como seres humanos…que bueno visibiizarlo porque éste es un problema para todos… porque todos perdemos cuando algo desaparece ..y pareciera ser que en la vertiginosa vorágine del mundo no nos damos cuenta.