Cuando el presente siembra futuro[1]
Isabel María Álvarez
Ramtuafin ti antü /Le preguntaré al sol
¿chew küpaimi? /de dónde viene
rupale tripantu / y si pasan los años
ka feipituan/repetiré lo mismo.
Lionel Lienlaf – poeta mapuche
Cada año, cuando el frío del invierno comienza a purificar la tierra en el hemisferio austral, las comunidades del Pueblo Mapuche se aprestan a preparar una de sus principales celebraciones. La llaman We Tripantu: we (nuevo/a), tripan (salir), antü (sol), es decir: la nueva salida del sol. Con su luz, el joven astro, traerá a la gente de la tierra, la revitalización del kimün (sabiduría) y la renovación del newen (energía) de todas las vidas de un territorio que, día a día, debe resistir la depredación de poderosos hacendados y de multinacionales extractivistas.
El We Tripantu –o Año Nuevo Mapuche–, tiene lugar en una fecha movible entre el 21 y el 24 de junio y está determinado por un fenómeno cósmico: la aparición en el cielo de la séptima estrella de Gaw –nombre que los Mapuche dan a la constelación de las Pléyades, popularmente conocida como “Las siete cabrillas” –.
Desde siempre, el We Tripantu estuvo caracterizado por el encuentro comunitario. Sin embargo, este año, será diferente: las medidas impuestas para evitar el contagio de la pandemia que afecta al planeta, impiden las reuniones masivas.
En la Comunidad Ayllu Ñuque Mapu –ubicada en la localidad de Sarmiento, al Sur de la Provincia del Chubut y en proximidades del Bosque petrificado–, Dionisia Maliqueo y Ramón Barrera lo saben muy bien: “Este año, no podremos juntarnos para nuestro We Tripantu, pero eso no será impedimento para que celebremos la renovación del ciclo de la vida en este Puel Mapu (Tierra del Este), como llamamos en nuestra lengua, el mapuzungun, al actual territorio de Argentina” –comentan.
En efecto, en esa noche de vigilia en la que los Mapuche observan el cielo para esperar la aparición de la estrella que marca la llegada del We Tripantu, Dionisia y Ramón –como muchos otros hermanos, de uno y otro lado de la Cordillera de los Andes–, estarán solos en su ruka (casa). No habrá niños escuchando epew (relatos) ni otros hermanos para compartir los juegos premonitorios de “las sorteadas” –típicos de esta ocasión–.
Sin embargo, aunque la reunión no pueda realizarse, la memoria pervivirá desafiando la realidad, porque aunque el confinamiento les impida el compartir comunitario, Dionisia y Ramón, pasarán la noche más larga del año honrando su tradición cultural en torno al kütral (fogón), compartiendo el kofke (pan) recién horneado, bebiendo mushay (bebida ceremonial) y cuidando las semillas.
“Este año, estamos haciendo bombas de semillas de las plantas nativas propias del lugar para esparcirlas en el We Tripantu” –comenta Ramón que, desde hace 10 años, trabaja como Kimche (persona con sabiduría) de la Modalidad Educación Intercultural Bilingüe (EIB) en las Escuelas N° 135 y N° 180 de la localidad de Sarmiento.
Y con estas palabras comparte la explicación de este ancestral procedimiento:
“En la naturaleza, casi todas las semillas germinan en la oscuridad. Por eso, preparamos una masa mezclando bien tres partes de tierra fértil con una de arcilla roja; le echamos las semillas que hemos estado recolectando todo este tiempo, revolvemos bien y, por último, agregamos agua para poder modelar las bolitas de 4 cm. de diámetro aproximadamente que, durante tres semanas, dejaremos a la sombra para que se sequen. Algunas, las vamos a utilizar para sembrar durante el We Tripantu en nuestro predio y en el camino que va hacia el bosque. Otras, se las daremos al werken (mensajero) de la comunidad para que, cuando vaya camino a su trabajo, las arroje a la vera de la ruta”.
Dionisia completa la explicación: “Cuando llegue el invierno y el agua de la lluvia deshaga las bombas de tierra y arcilla, las semillas de charcao, botón de oro, diente de león, cola de piche, entre otras, quedarán liberadas para germinar en este territorio. Esta es la forma que encontramos, en esta situación de aislamiento social, para celebrar una efeméride intercultural tan importante para nuestro pueblo y para otros pueblos originarios”.
Por casi un mes, las semillas dormirán en la cuna de barro que, amorosamente, Dionisia y Ramón, crearon para preservarlas. Ellos las cuidarán procurando que tengan las óptimas condiciones de humedad y de temperatura durante el tiempo que dure el letargo.
Y así, cuando después de la noche más larga, el sol del nuevo ciclo se acerque a la Ñuke Mapu (Madre Tierra) patagónica, sorprenderá a esta pareja mapuche con la memoria activa y la espiritualidad fortalecida; con el newen renovado y el kimün revitalizado; enseñándonos con su ejemplo, a vivir en perfecta armonía y en irrenunciable compromiso con la identidad; invitándonos a sembrar futuro en este inédito presente…
Playa Unión – Chubut – Patagonia Argentina. 22 de mayo de 2020
[1] Tal como lo establece el Convenio 169 de OIT, el presente texto fue consultado por la autora y cuenta con el consentimiento para su publicación por parte de las personas que, en el mismo, comparten su testimonio y su saber.