Isabel María Álvarez
Con la espacialidad urbana restringida por la situación de confinamiento, el balcón trascendió su función de mirador al exterior para devenir un espacio apropiado para la comunicación, el esparcimiento y el encuentro. En este nuevo contexto, su uso se habilitó tanto para manifestar el reconocimiento y la protesta como para ofrecer conciertos, clases de gimnasia y bingos, entre otras cosas.
Por otra parte, desde la antigüedad y hasta nuestros días, el balcón ha sido un escenario de poder para establecer una mediación con las multitudes: en Egipto, lo utilizaron los faraones; actualmente, lo utilizan los Papas, los reyes, los políticos y, como hemos podido ver en tiempos muy recientes, ¡hasta los golpistas mesiánicos predican desde el balcón!
Existen reconocidos balcones en el mundo:
En Verona, Italia, en el número 23 de la Vía Capello –a pocos metros de la Piazza delle Erbe– se encuentra el balcón más célebre de la literatura del Siglo XVI: el de la “supuesta” casa de Julieta –escenario del primer diálogo de la obra de teatro de Shakespeare en el que los amantes sellan su amor eterno–.
En Barcelona, la exuberante Casa Batlló –diseñada por el arquitecto catalán Antonio Gaudí–, deslumbra con las barandillas de sus balcones en forma de máscaras hechas de hierro colado en una sola pieza.
En Milán, un innovador complejo de dos rascacielos –ubicado en los límites del Barrio Isola y poblado con más de dos mil especies vegetales– se transformó en el conocido Bosque Vertical que, en el marco de un proyecto de reforestación urbana, contribuye a incrementar la biodiversidad.
Con la invasión hispana, el balcón llegó a América como parte de la arquitectura tradicional de la Península Ibérica y se quedó en nuestro continente para configurar el paisaje vernacular según el patrón arquitectónico de su lugar de origen. Veamos algunos ejemplos:
El centro histórico de Lima fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO debido a sus diversos balcones: abiertos, rasos, de cajón, largos de cajón, cerrados con vidrio o con celosías que, desde 1548, constituyen el elemento definitorio de la arquitectura civil de la capital peruana.
En la ciudad de Lambayeque (en el Noroeste del Perú), la Casona Montjoy o casa de la Logia –ubicada a una cuadra de la plaza principal, construida en 1810 y declarada Monumento Nacional en 1963– ostenta el balcón más largo de Sudamérica con 67 metros de longitud.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, justo en la esquina de la Av. Corrientes y Pueyrredón, se levanta un inmueble que inspiró al poeta Baldomero Fernández Moreno para escribir su más recordado soneto: “Setenta balcones y ninguna flor”, cuya última estrofa dice:
Si no aman las plantas no amarán el ave,
No sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave…
¡Setenta balcones y ninguna flor!
La palabra balcón deriva del italiano balcone, y ésta, a su vez del antiguo alemán balko que significa “viga”. Según la Real Academia Española (RAE), un balcón es una ventana abierta hasta el suelo de la habitación, generalmente, con prolongación voladiza y con barandilla.
Sin embargo, más allá de su funcionalidad, el balcón connota la idea de tomar un respiro para conectar estrechamente el adentro con el afuera y aprender a disfrutar de otras cosas. Desde la altura y mirando hacia adelante, la perspectiva cambia y el futuro se percibe diferente. Sin embargo, todo balcón requiere de una estructura que lo sostenga. Vale pues preguntarnos: ¿Qué estructura sostiene nuestro balcón interior y nos eleva?
Desde España –uno de los países europeos más castigados por la Covid-19– nos llega una noticia que provoca la reflexión: la reciente flexibilización del confinamiento en ese país parece estar apagando la actitud colectiva de agradecer y de crear comunidad. Desde las redes sociales y, pese a que la pandemia no ha llegado a su fin, se insta a acallar los balcones con un “digno final”. La convocatoria propone que, el domingo 17 de mayo a las 20 horas, se brinde el más prolongado, sonoro y último aplauso a los profesionales de la salud y al resto de sectores esenciales de ese país que vienen cumpliendo una labor encomiable y esencial desde el inicio de la dramática contingencia sanitaria.
Ante lo expuesto, es posible que, cuando este texto llegue a los lectores, muchos balcones que supieron convertir el “menos es más” en “menos es todo”, estén silenciados y desnudos –cual meros testigos decorativos de dos meses de exaltadas emociones que coquetearon con el vértigo–.
Pareciera que, la tristeza experimentada por Baldomero Fernández Moreno ante la desconexión con la Vida de los habitantes de ese inmueble con superabundancia de balcones que, con maestría supo expresar en la última estrofa de su poema escrito en 1917, estuviese buscando reencarnarse como el reflejo espiritual de la humanidad de este tiempo.
Playa Unión – Chubut – Patagonia Argentina – 17 de mayo de 2020
Hoy, sin incumplir a la norma impuesta, cambie el recorrido para volver a mi casa…primero miré el mar…no bajé del auto…solo miré.. después me atraparon los balcones…nuestra costa se llenó de edificios .. y es verdad, vi gente…mucha gente…gente que no estaba allí habitualmente…es verdad balcón y respiro para en ser un lugar de encuentro hoy…