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Carlos Andrés Duque Acosta

La pandemia global que enfrentamos, reflejo de la crisis civilizatoria, nos ha permitido observar con serenidad el agotamiento de la filosofía tradicional. La filosofía europea hegemónica y sus cultores públicos (Zizek, Chul Han, Agamben, Preciado, etc.) giran en círculos antropocéntricos, logocéntricos, sin nada interesante que aportar ante la situación catastrófica multidimensional (ecológica, económica, política, moral) que se hace cada día más grave. Filosofía agotada, autorreferencial, marchita.

¿Habrá algún tipo de esperanza en la filosofía que se ha cultivado en otros lugares del planeta? En nuestro caso, parecería ser que no. Más de medio siglo de reproducción acrítica de la tradición europea, décadas de elitismo y racismo epistémico intentando validarnos, autorizarnos ante la filosofía hegemónica (europea y norteamericana), décadas de intentar «blanquearnos» muestran hoy sus resultados. Salvo algunas excepciones, no filosofamos: nos autorizamos ante el Norte Global, ante el poder académico y sus anquilosadas estructuras en historia de la filosofía o literatura filosófica. Pero no pensamos. Se ha escrito ya mucho sobre la inautenticidad de nuestra filosofía, basta recordar el famoso debate entre Augusto Salazar Bondy, Leopoldo Zea y Enrique Dussel.

Hoy, en el horizonte de la auto-extinción humana, en clave decolonial e intercultural crítica, volvemos sobre las mismas preguntas. Quizá uno de tantos dramas de la filosofía practicada en los territorios que sufrieron los efectos de la expansión colonial europea es olvidar dos orígenes: el helénico clásico y el propio. Del origen helénico olvidamos la pregunta por la sabiduría (philos-sophos) como «verdad» integral del ser (metafísica, lógica y ética) y del origen propio, la conciencia de ser un territorio colonizado y, por tanto, la sabiduría ancestral indígena y afro que existía -y existe- en Nuestra América/Abya Yala.

En general, la filosofía fruto de este doble olvido ha devenido en asunto de especialistas cultores inauténticos del eurocentrismo ─que no equivale a anti-europeísmo─ desconectados de su propio territorio (conjunción de tierra, espiritualidad y cultura), de sus propias herencias, de sus propias sabidurías y espiritualidades. Lo dramático es que, salvo algunas excepciones, ni a los europeos les interesa este simulacro de filosofía escrita en una «lengua inferior, no apta para filosofar» (el español o el portugués) ni a los habitantes de estas tierras les interesa tal pose eurocéntrica porque les dice poco o nada de sus realidades, de sus malestares, de sus problemas. Es un hecho: se cierran programas de filosofía, se van quedando sin estudiantes los cursos que quedan, sobre todo en las instituciones privadas. Nos dirán sus defensores que la filosofía no tiene respuestas, sólo preguntas, pero esta salida retórica ya no satisface, pues hoy enfrentamos colectivamente desafíos que desbordan las cuestiones clásicas. Estamos frente al agotamiento de las respuestas tradicionales y el fracaso de las mismas y reiteradas preguntas.

Salvando excepciones, la filosofía ha terminado convertida en una actividad profesionalizante basada en dedicar una vida entera a autorizarse ante el poder académico en uno o dos autores europeos (o norteamericanos) y sus comentaristas. «Vampirismo y regurgitación», denomina el filósofo colombiano Damián Pachón Soto a esta práctica. Una actividad onanista que se cultiva entre comunidades aburguesadas de mutuo elogio que se auto-publican y se celebran periódicamente sus particularidades en algún evento nacional o con suerte, internacional. Filosofía gris, imitativa, prescindible. Este tipo de filosofía especializada, a partir de varias formas de colonialismo intelectual (Fals Borda) y colonialidad epistémica (Quijano), se ha cerrado al diálogo de saberes y prácticas con lo tri-continental excluido (África, Asia, América/Abya Yala), con las epistemologías del Sur (De Sousa Santos), ha dejado de caminar con los pueblos y las comunidades.

¿Qué nos queda entonces? Nos queda decir adiós… pero decir adiós a esta forma hegemónica, naturalizada, de filosofía y de filosofar. ¿Qué decir entonces a los viejos maestros? Quizá nada. Cumplieron su tarea en medio de un paradigma -o episteme- dominante, la mayoría con una mezcla de inconsciencia y honestidad. No podría esperarse ahora de ellos la «revolución filosófica» que no hicieron, que no hicimos, en décadas. Pero a las y los jóvenes en formación sí habrá que advertirles: la filosofía debe y puede ser algo diferente, si la auto-extinción no nos gana la carrera, todo está como siempre por re-pensarse, todo por re-inventarse, desde acá, con los pies en la tierra, sin sentir vergüenza de lo que somos, acompañando a los pueblos en resistencia, recuperando nuestra potencialidad ancestral indígena y afro siempre en tensión con la herencia europea.

* Matemático, profesional en filosofía y magíster en filosofía de la Universidad del Valle. Doctor en filosofía política de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), São Paulo, Brasil.

Por Alteridad

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