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Bases para entender la distopía nacional en tiempos de coronavirus

Por: Aura Isabel Mora

Si bien en este mundo han existido varias distopías, quizás, desde la posibilidad de una victoria nazi en la Segunda Guerra Mundial no existía el temor, a una como la que se pudiera dar con la pandemia del coronavirus que azota actualmente al mundo.

Ya, antes de la pandemia, regímenes corporativistas campean en varios países, con varios casos “emblemáticos” en la región: Colombia, Brasil, Bolivia, Chile, que aún tienen el corte militarista de los fascismos de antaño. Estados Unidos, que no cuenta con ese estereotipo, sino que su actual gobernante, como dijo el vicepresidente Henry A. Wallace de Franklin Delano Roosevelt, prefiere “no utilizar la violencia”, sino que “su método es envenenar los canales de comunicación”; algo esperable en todo un magnate de los negocios.

En la misma onda, José Saramago advirtió, que “los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini, no van a tener aquel gesto de duro militar, van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír…”; y más que “sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética”, hablarán de salud y de control, para mantenernos saludables… o empleados, y “en esa hora va a surgir el nuevo demonio, y tan pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”, tanto que uno de ellos podrá contestar con un cálido y distensionado tono “¿De qué me hablas, viejo?”, ante la pregunta por la muerte de varios niños en un bombardeo del ejército.

Por lo menos en Colombia, con los gobiernos de Uribe Vélez y con el actual de Iván Duque, vemos evidentemente que este régimen está fundado en el principio de autoridad -es decir, no admite crítica- y que el abuso y el exceso de la autoridad aplastan la libertad. Por lo que, más que representar lo opuesto de la democracia, es lo contrario a la libertad, y que ejerce el poder arbitraria y caprichosamente, sin consideración de órganos de control a los que tiene cooptados. Por lo que se puede decir que este es un régimen autoritario.

Así como también, vemos cómo este régimen descaradamente exalta la figura de un personaje que tiene un poder ilimitado que alcanza todos los ámbitos y se manifiesta a través de la autoridad ejercida por medio de la manipulación. Hace uso intenso de la propaganda y de distintos mecanismos de control social y de represión, que es el caso del ejército realizando funciones de policía secreta que intercepta ilegalmente comunicaciones a opositores y periodistas. Además, de un cuerpo paramilitar al servicio de las voluntades del grupúsculo del enaltecido líder, que diariamente asesinan líderes sociales. Por otro lado, impulsa un movimiento de masas en el que se pretende encuadrar a toda la sociedad, con el propósito de formar una mafia con la que se granjea su impunidad y su permanencia en el poder. Por lo que, obviamente, también es un régimen totalitarista.

Y si analizamos detenidamente, no solamente veremos como Colombia con el uribismo ha transitado por todas las caracterizaciones de los regímenes antidemocráticos, desde la inoculación de ideas propias del organicismo franquista y falangista español, tales como que la “representación popular” se ejerza a través de las relaciones sociales que el gobierno considera “naturales”, como la familia, los gremios o cualquier órgano de decisión delegada (consejos comunales); pasando por las tácticas y estrategias de corporativismos, como el fascismo italiano y el nazismo alemán, tales como la militarización y paramilitarización del país, y el exagerado uso de la propaganda ideológica de los partidos adeptos a esta facción.

También veremos como el régimen trata de disimular su verdadera entidad con una imagen de democracia: participa en elecciones (así sus campañas sean financiadas por narcotraficantes, lo que se ha llamado “Ñeñepolítica”). Gana en las votaciones (con compra de votos), permite la existencia de diversos medios de comunicación (cuyos dueños son los grandes grupos económicos que apoyan al gobierno). Sin nunca pretender ser un estado paternalista, ha otorgado miles de ayudas y subsidios (que alcanzaron hasta para personas fallecidas e inexistentes, más el gasto de US$ 7’890.000 en camionetas blindadas y tanquetas para la policía). Tienen muchos seguidores que los apoyan en redes sociales (aunque muchos de ellos son perfiles falsos, controlados por personas que trabajan en bodegas y perciben su remuneración de recursos públicos indebidamente destinados para este fin). Lo que, tal vez no vemos, es que Colombia es una sociedad del control y la vigilancia, en resumidas cuentas, es ya una distopía.

Las distopías de la literatura y del cine parecían que solamente ocurrirían en los libros y las películas, pero Colombia ya es una. Obviamente, no estamos hablando de una sociedad transhumanista ni post apocalíptica, en la que la discriminación se da por la eugenesia de la ingeniería genética, como en la película Gattaca, de 1997; ni que tengamos que usar todos ropa exactamente idéntica, como en La Isla, de 2005, o que los bomberos se dediquen a quemar libros por ser considerados por el gobierno como generadores de angustia, como en Fahrenheit 451, de 1966. Lo que sería imposible en este país, no porque sean considerados valiosos los libros, sino por la evidente epistemofobia de los aúlicos de nuestro Gran Hermano. El país de esta distopía es más de este corte, Colombia es como la Oceanía de 1984, el libro de George Orwell y las películas de 1954, 1956 y 1984 (siendo la mejor la primera, que es una adaptación de la BBC para televisión).

Valga esta recomendación, para que quienes ya leyeron el libro o vieron la película, la recuerden y para que quienes no, tengan en cuenta los guiños con los que la realidad supera la ficción. Una buena parte de los ciudadanos de esta sociedad, acude, y lo hace más que voluntariamente a la “telepantalla” de las redes sociales, en donde no es difícil encontrar a algunos cuantos defendiendo a nuestra versión del Gran Hermano. Y a nuestras versiones de los ministerios, el del Amor (que lleva varios centenares de líderes sociales asesinados en lo que va del actual gobierno), el de la Paz (que no ve cómo devolvernos a la guerra interna ni como meterse en una externa con el vecino), el de la Abundancia (que aprovecha hasta la emergencia sanitaria de una pandemia para pulir las formas de continuar con la cleptocracia) y, especialmente, el de la Verdad (RCN, Caracol, Revista Semana), que le lavan la imagen al gobierno, tanto por su ineptitud para administrar como por su destreza para el latrocinio,. Y hasta, el libro de Historia para Primaria “Proyecto educativo siglo XX uno” de Editorial Santillana, que alaba la criminal política de Seguridad Ciudadana de nuestro Gran Hermano. También tenemos una Policía del Pensamiento, defendida vehementemente por adoradores del Gran Hermano, que persigue e intercepta ilegalmente a periodistas independientes y a políticos de oposición; y que además, asesina a mansalva, secuestra, tortura y viola impunemente a quien tenga la oportunidad de hacerlo en las protestas contra el gobierno.

Una sociedad en la que el odio está oficialmente institucionalizado, tanto que en el plebiscito por la paz se dio un resultado de ciencia ficción, y cuyo partido (nuestra vernácula versión del Ingsoc orweliano) cumple cabalmente (y cuando digo “cabalmente” es porque lo hace Cabal*) con el lema del partido de la literatura: “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza”. Pues, evidentemente, y a juzgar por las variopintas declaraciones de líderes políticos del partido, que no es de centro ni es democrático, el bando de nuestro Gran Hermano es definitivamente muy, pero muy, «fuerte». 

Y, si el país es actualmente una distopía, ¿entonces, como afectará la pandemia de coronavirus, a lo que es de por sí ya una distopía?

Al llevar, ya de mucho tiempo Colombia ser una distopía, no será la pandemia de Covid-19 la causante de que nos convirtamos en una. Lo que sí se ha evidenciado, es que esta crisis sanitaria está siendo aprovechada de todas las formas posibles, para fortalecer y terminar de totalizar el statu quo con el que pretende eternizarse el régimen. Y esto, sin entrar en debates de teorías conspirativas, tales como que no existe tal virus o que existiendo fue creado para confinar a la masa poblacional, para evitar las protestas contra el sistema o contra éste u otro régimen. O, que fue creado por una superpotencia militar para culpar a otra de dicha creación, y así tener un argumento en el discurso de odio al enemigo en el escenario de una guerra comercial o, por quién sabe qué oscuro propósito.

Una serie de hechos ocurridos durante este tiempo de cuarentena, que inicia con la oportunísima agenda mediática de la llegada del coronavirus al país, hábilmente aprovechada por el gobierno para distraer la atención pública sobre los escándalos de dineros del narcotráfico en su campaña presidencial y por la compra de votos en esas elecciones, nos sirven para analizar el fenómeno colombiano como una distopía orweliana.

Luego, vino la renuencia del gobierno de Duque para declarar cuarentena y, más aún, para decretar el toque de queda por la pandemia, cuando unos meses antes no dudó en decretar peores restricciones por marchas y protestas en su contra. Prácticamente terminó actuando por inercia, al ver las medidas y el protagonismo que tomaba la alcaldesa de Bogotá. No obstante, en redes sociales y sin cierta grima, se vio como los uribistas publicaban copiosamente que Duque era uno de los mejores gestores de medidas en la crisis del Covid-19.

Después, vino la oportunidad de tomar medidas económicas: los bancos (¡sí, los bancos, imagínense!), las empresas privadas de salud y hasta la aerolínea otrora colombiana, ahora extranjera, pidiendo ayudas al gobierno. A la par, los microempresarios y las personas de los estratos socioeconómicos más bajos, que no podían seguir recibiendo ingresos durante el aislamiento social, también. El gobierno prometió ayudas para todos y se puede confiar en que para los bancos, EPS’s y para Avianca las ayudas se den.

Para los más necesitados las ayudas también se dieron… y en tal medida, que en la base de datos del Programa Ingreso Solidario del Departamento Nacional de Planeación, aparecieron los documentos de identidad de fallecidos (hasta la cédula de Pablo Escobar se encontraba) y de personas inexistentes. Los gremios también fueron auxiliados por el gobierno. En plena mitad de la cuarentena, Duque suavizó las medidas de confinamiento, permitiendo (y exponiendo al contagio) para que los trabajadores de los sectores de manufacturas y construcción regresen a sus puestos de trabajo. Y para él también hay «ayudas», destinó casi un millón de dólares para posicionar y mejorar su imagen en redes sociales,. Y casi ocho millones de dólares en camionetas blindadas, a más de la compra de tanquetas y de municiones para la policía antidisturbios (llamada ESMAD) por un valor de $ 4’480.000 dólares, en plena pandemia.

El punto de no retorno de nuestra cruda realidad distópica, será cuando la policía, siendo lo único que falta, sea privatizada, en ese momento será el día de la victoria total del neoliberalismo. Lo cual, por las medidas de aislamiento y confinamiento, parece estar cerca, pues, en estos tiempos de cuarentena la seguridad en las calles de Bogotá pareciera estar siendo prestada por los guardas de seguridad de empresas de vigilancia privada, lo cual, respecto de bienes privados venía siendo la regla desde mucho antes del coronavirus.

Si bien, Colombia es uno de los países en donde más guardias de seguridad privada hay, teniendo en cuenta la inversión en la policía, podemos confiar en el compás de espera que significa esa suma de dinero; además de la necesidad de tener esbirros que, por ahora, protejan al régimen y al sistema. Pero, por más que en reiteradas ocasiones, la policía se muestre abusiva y sátrapa, la posibilidad de que los gendarmes de una institución estatal y, por tanto, pública sean reemplazados por contratistas del sector privado, es uno de los peligros latentes del contubernio entre neoliberalismo y neofascismo. Mucho más preocupante que la invasión de avispones asesinos o de alienígenas marcianos, como los de la versión de Orson Welles de la obra de HG Wells, La Guerra de los Mundos, que provocaron una crisis en New Jersey y New York.   

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* Alusión a una de las más fuertes (?) congresistas colombianas del partido uribista Centro Democrático, llamada María Fernanda Cabal.

Por Alteridad

Un comentario en «El Gran Hermano de Colombia»
  1. Estoy muy de acuerdo con sus comentarios,pero te faltó algo ,.la educacion:un pueblo sin educación es un pueblo de fácil manejo ,por eso no les importa que la juventud se eduque,entonces para que le vamos a dar recursos a eso que no nos interesa ,un pueblo ignorante es un pueblo que se puede manipular más fácil…….

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