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Atawallpa Oviedo Freire

Ese progresismo ilustrado que ha elevado a conceptos de las ciencias sociales categorías tales como “complot”, “mafia del poder” y que prodiga perdones, absoluciones y amnistías cuando de arriba se trata, y sentencias y condenas cuando al abajo se refiere.  Eso sí, hay que reconocer que esa izquierda ilustrada es de deshonestidad valiente, porque no teme hacer el ridículo una y otra vez para convencerse a sí misma y a los feligreses de temporada que “regenerar” es sinónimo de “reciclar” en lo que a la clase política y empresarial se refiere.

 Subcomandante Galeano (2017, párr. 10)

En los años 70, ciertos investigadores se dieron a la tarea de sistematizar lo que podría llamarse: “racionalidad indígena o senti-pensar amerindio”. Uno de los trabajos pioneros en este sentido, fue el del antropólogo francés Philippe Descola. Su estudio se centró en el pueblo Achuar de la amazonía ecuatoriana, cuyo paradigma central lo denominaban “shiir waras” y que él lo tradujo como “buen vivir”.

Elke Mader hizo lo mismo con los shwar, quienes hablaban del pénker pujustin y que también fue traducido como “bienestar” o “vivir bien”. El antropólogo kichwa amazónico Carlos Viteri Gualinga confirmó las tesis de Descola y Mader, e hizo una más amplia sistematización del sumak kawsay de los kichwas, que también fue traducido como “buen vivir”, aunque el pueblo de Sarayaku al que él pertenece, lo tradujo como “vivir limpio y en armonía”.

Todo esto fue consolidando el concepto del “buen vivir” dentro del movimiento indígena ecuatoriano, y cobró especialmente auge cuando la Universidad Intercultural Amawtay Wasi, vinculada con la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), lo aceptó y lo incorporó como parte fundamental de la racionalidad indígena.

Otros investigadores, como Grimaldo Rengifo —en Perú—, Simón Yampara y Javier Medina —en Bolivia—, se hicieron eco y también lo empezaron a difundir y promocionar a comienzos del siglo 21, dentro de la intelectualidad, la academia y las ONGs, como el referente y el prototipo del pensamiento andino y como un camino de acción para los tiempos nuevos.

Cabe resaltar en este proceso de sistematización teórica de la racionalidad andina o tawantisuyana el aporte que hizo el suizo-alemán Josef Estermann, especialmente con su obra “Filosofía aAndina”, a finales de los noventa. Aunque no debemos olvidar otros aportes en el mismo sentido, especialmente como los realizados por Carlos Milla Villena, Javier Lajo y otros, entre ellos nuestros propios trabajos.

Constitucionalización del Buen Vivir

La resistencia colonial de casi 500 años por parte de los pueblos indígenas andinos, se vio cristalizada con la incorporación del paradigma del Buen Vivir dentro de las Constituciones Políticas de Ecuador y Bolivia. Fue un gran triunfo, pero al mismo tiempo un desafío y un peligro para toda la población de los Andes, y ya no solo para el movimiento indígena. Un desafío, por cuanto implicaba buscar la plasmación real y concreta del Buen Vivir en la vida cotidiana de todos los nacidos en los Andes. Y un peligro, por cuanto el Buen Vivir podía ser desnaturalizado y folclorizado por ciertos sectores interesados y por otros más “ingenuos”; siendo esto, en esencia lo que sucedió durante los diez años del “correísmo” en Ecuador y catorce años de “evismo” en Bolivia.

En primer lugar, el sumak kawsay fue absorbido de su propio camino milenario para pasar a ser otro ingrediente, uno más entre los distintos componentes que conformarían el “nuevo buen vivir”, ya no solo de la racionalidad indígena sino del pensamiento de la nueva izquierda y de cierta academia indigenizada, mientras la izquierda ortodoxa prefería mantenerse incólume en su claustro. Este “buen vivir en construcción” fue reestructurado por ciertos intelectuales de la nueva izquierda, con una amalgama de pensamientos provenientes desde corrientes marxistas, ecologistas, feministas, etc. Surgió así un “buen vivir de izquierda” que recogía una parte del pensamiento indígena, pero fundamentado en el pensamiento crítico de Occidente, y, aunque este pensamiento coincidía en algunos elementos con la racionalidad indígena, pero también habían ciertas diferencias estructurales y, en algunos casos, irreconciliables.

Lo más grave fue la puesta en escena por el “correísmo” y el “evismo”. Una práctica totalmente diferente a la del sumak kawsay, que ni siquiera estaba cerca del “buen vivir constitucional” aprobado en la Constitución Política. El “buen vivir correísta” y “bien vivir evista”, era solo un título y que fue resignificado y reencauchado tantas veces como fue necesario hacerlo para amoldarse a los cambiantes intereses de Rafael Correa y Evo Morales.

De esta manera, se terminó utilizando, una vez más, a los pueblos indígenas en la ya larga cadena de usurpaciones en la historia colonial de América, la que con el pasar del tiempo se ha hecho más fuerte y no se ha debilitado desde una supuesta “independencia”, como sostienen algunos intelectuales coloniales de derecha e izquierda. Por el contrario, se ha multiplicado el colonialismo, pues ya no solo es externo sino interno, alcanzando su mayor clímax en nuestros días a nivel mundial. Esta vez, ya no solo por los conservadores y los liberales, sino también por una izquierda colonizada que, a so pretexto de “nueva” y de “moderna” izquierda, ha hecho las mescolanzas más aberrantes entre conservadurismo, liberalismo, marxismo, positivismo, clericalismo, indigenismo, etc.; y, a todo ese champús, oficializarle con el mismo nombre de “buen vivir” y “socialismo del buen vivir”.

Ante este panorama utilitarista por parte del pensamiento dominante, surgieron dos posiciones, la de desmarcarse de este “buen vivir populista” y priorizar el sumak kawsay, o la de disputar su definición y su ejecución. Sobre este punto, se propugnó la pertinencia del “buen vivir”, como sumak kawsay, dentro de la racionalidad andina, incorporando algunos elementos del pensamiento crítico occidental, siendo ésta la —postura que fue de adoptada por la mayoría del movimiento indígena y de la intelectualidad andinista—; y en sentido inverso, la “izquierda ilustrada”, que disputaba la definición del buen vivir, pero incorporando a lo indígena como un elemento más dentro de su estructura izquierdista. Surge así entre ambos grupos opositores un debate de fondo, en la que los primeros critican el “asimilacionismo” y el “extractivismo epistémico” de lo indígena dentro del “paradigma occidental del  buen vivir”, y los segundos, que acusan de “fundamentalismo” o de “particularismo” al “paradigma indigenista del  buen vivir”.

Este debate también se abrió en la academia, entre una que se asumía como defensora de la pluralidad y que cuestionaba el “esencialismo” indígena; y aquella que les regresaba el cuestionamiento, en tanto la academia, hasta ahora, no ha hecho una descolonización interna y sigue actuando desde patrones y categorías eurocéntricas. Se auto convertían de manera idealistamente en pluralistas, sin antes haber asimilado las epistemes, categorías y metodologías de la alteridad a sus formas de estudio. Y más que eso, no la habían vivido en su cuerpo, a diferencia de otros investigadores que lo habían hecho directamente y que además habían replanteado su camino de estudio y de vida; cuestionando de esta manera a esta intelectualidad cartesiana y su pensamiento hegemonista.

El asunto era ontológico, desde dos estructuras o paradigmas diferentes en los que el investigador se acerca a su interpretación o comprensión. Por consiguiente, desde la misma lógica de dicha academia, los “esencialistas” y “fundamentalistas” están a en su interior, principalmente entre los “extractivistas epistémicos”. Totalmente diferente a los intelectuales indigenistas, que sí han estudiado y encarnado lo occidental, por lo que tanto, ellos si son pluralistas. Esto no se discute la academia, y solo se quedan en las ramas.

Cuestionamientos al Buen Vivir

Inmediatamente a su aprobación en las constituciones políticas de Ecuador y Bolivia, aparecieron sus detractores y sus deformadores.

Dentro de los detractores, estaba presente todo el abanico del pensamiento occidental, desde la derecha hasta la izquierda tradicional. La derecha se burlaba y menospreciaba el paradigma del buen vivir, y la izquierda lo veía como “revisionista” y hasta “retro-revolucionaria” (Sánchez Parga, 2012) ”. Todos ellos coincidían en que se pretendía un “regreso al pasado”, ya fuese a un pasado nefasto, primitivo y atrasado o, a un pasado idílico, novelesco y sin confrontaciones. Esa era su lectura extremista, y en la que ninguno de ellos podía reconocer y validar al conocimiento precolombino como otro conocimiento, y peor al mismo nivel que el pensamiento occidental, simplemente lo consideraban inferior y no tenía ninguna utilidad para este tiempo.

Por otro lado, no se reconocía como todavía existente al pensamiento indígena, simplemente consideraban que ya no existía o solo habían residuos o remanente, sin ninguna importancia vital. Lo indígena era pasado y todo eso ya estaba muerto, y los indígenas que todavía se reconocían como tales debían abrazar el pensamiento avanzado que les ofrecían las corrientes eurocéntricas para su liberación (izquierda) y progreso (derecha). Los indígenas e indigenistas no debían escudriñar en su pasado o en sus orígenes, porque eso ya estaba desaparecido; y si lo hacían, eran “esencialistas” puesto que no se abrían a dialogar con otras posturas. Debían dejar de ser indígenas, con su propio pensamiento, para ser pluralistas. Sin entender, que una cosa es abrirse al mundo desde sus propias matrices y otra, es dejar que el pensamiento occidental dominante lo engulle y lo mestice tras absorberlo; que es lo que ha ocurrido en estos 500 años.

Ninguno de ellos había estudiado la racionalidad andina que había sido sistematizada hasta ese momento; solo soltaban anodinamente argumentos de que los pensamientos y conocimientos precolombinos eran “pasado” y con eso punto final, no había que hablar más de aquello. Los actuales pensadores indígenas y los intelectuales andinistas eran solo representantes de un pensamiento idílico, romántico, mesiánico, que ya no existía; y los que se reclamaban como continuadores o prolongadores de ese pensamiento, eran simplemente intelectuales que se “inventaban” teorías paradisíacas o sublimes.

Seguramente los intelectuales indígenas y los andinistas cometieron (y cometimos) ciertas equivocaciones o exageraciones, pero ninguno de los detractores fue capaz de hacer su propia investigación; solo lo negaron o minimizaron sin ninguna investigación, como ha sido habitual la práctica colonial durante cinco siglos. Estos detractores solo repetían el discurso colonial de que el pensamiento indígena es mágico, esotérico, animista, naturalista; cuando hoy, existe una gran cantidad de literatura que demuestra todo lo contrario. Ésta, una clara manifestación de la “colonialidad del ser y del saber”, puesto que para esta mentalidad colonizada solo el liberalismo o el marxismo son fuentes de un pensamiento científico; todo lo demás es cosmovisión o etno-pensamiento, y hasta se burlaban, calificándolo de “pachamamismo”.

Y obviamente, lo que les sirvió de fundamento a los detractores del Buen Vivir, fueron las prácticas ejecutadas por los gobiernos de Rafael Correa y Evo Morales. Estos censuradores no pudieron diferenciar el “sobreviviente buen vivir” de las comunidades indígenas del “eslogan del buen vivir” en que terminó este paradigma en los “gobiernos del socialismo del siglo 21”. Los críticos, en su analfabetismo o desconocimiento de la filosofía andina, simplemente metieron a todo en un solo costal y lo quemaron; como hicieron los primeros colonizadores con las edificaciones y con todos los saberes, para que no queden huellas de ellos y con ello hacer más fácil la dominación.

Sin embargo, ni el liberalismo, ni el marxismo, ni ningún pensamiento monoteísta han sido una solución en ninguna parte del mundo. Siguen sin comprender, que no se puede resolver un problema desde el mismo pensamiento que lo creó. Las alterativas (no: alternativas) al caos socio-ambiental que padece el mundo tendrán que venir, necesariamente, de fuera del pensamiento monoléctico, causante y responsable de la situación actual, y en la que, por primera vez en la historia de la humanidad está en peligro su extinción por obra del mismo hombre y no por causas naturales exógenas.

El Plan Nacional del Buen Vivir en Ecuador

Rafael Correa, al inicio de su gobierno y hasta que no logró el control de todas las instituciones del Estado, guardó un cierto nivel de democracia a nivel de su partido y del país, pero una vez que “metió las manos” en absolutamente toda la institucionalidad del Estado, comenzó a despachar a aquellos que le quedaban como obstáculos para su ejercicio monárquico-republicano del poder; pues, en el camino, algunos ya se habían retirado voluntariamente previendo hacia donde avanzaba la tal “revolución ciudadana”.

Una vez que concentró todo el poder bajo su batuta, empezó el ataque a una serie de organizaciones tradicionales; las que pasaron del apoyo a su candidatura a la oposición a su desgobierno. Aquellos que no se sometían a su voluntad narcisista, simplemente debían ser borrados del mapa institucional; y de todos los grupos en resistencia, el que más sufrió su persecución fue precisamente el movimiento indígena, cuyos miembros no solo fueron atacados físicamente y legalmente, sino que fueron acusados de “limitaditos”, “desubicados”, “mediocres”, “incapaces”, “infantiles” etc.; poniendo así en entredicho el pensamiento indígena que sustentan.

Nada fue casual, ni muy diferente a lo sucedido durante 500 años. La única diferencia con anteriores gobiernos era que quién lo ejecutaba se autocalificaba “de izquierda”. Incluso, en algunos ámbitos, al mismo nivel de los pensadores ultraconservadores (plan familia), y, un poco menos a la represión que efectuó uno de sus máximos representantes, León Febres Cordero. La diferencia entre estos dos presidentes autoritarios, era que Correa decía que lo hacía por el “bien” de los indígenas y que, además estaba haciendo algo por ellos, ya que los anteriores gobiernos no habían hecho nada; ignorando que durante el gobierno socialdemócrata de Rodrigo Borja se implantó la Educación Intercultural Bilingüe; modelo educativo, que por el contrario, Correa se encargó de eliminar. Y que luego Lenin Moreno lo ha rehabilitado, de cierta manera.

Y esto se debía al desprecio inconsciente que tenía Correa hacia los indígenas, a los que trataba caritativamente de “pobrecitos”, síntoma del típico paternalismo y prebendalismo de quienes se dicen defensores de los indígenas, pero que en el fondo los menosprecian y se avergüenzan de ellos. Por lo que quieren “salvarles”, y para ello, actúan como capataces y los que deben ser obedecidos por los indígenas porque son “ignorantes” o “limitados”. Y “salvarlos”, significa que los indígenas comiencen a pensar y actuar dentro del “alto refinamiento” colonialista de derecha e izquierda, y que tan solo conserven sus vestimentas como elemento identitario (“desarrollo con identidad”). Eso, es a lo que aspiran todas las derechas y la casi totalidad de las izquierdas del mundo.

Rafael Correa, como alto representante del “pensamiento criollista”, también creía que una de las causas principales del “subdesarrollo” del Ecuador era el “problema indígena”. Para él, la pobreza no era un problema colonial de tipo cultural y epistémico, sino simplemente de clase: el clasismo típico de la izquierda marxista que solo ve ricos y pobres. Lo que implicaba, que había que “desarrollarlos” y “progresarlos” (antes se decía “civilizarlos” y “culturizarlos”), y esto quería decir, convertirlos en mano de obra calificada o proletarios para las empresas de la burguesía criolla.

La diferencia con la derecha era formal, distando tan solo en las concepciones estatista y neoliberal de unos y otros, ya que los indígenas debían pasar a ser obreros y empleados del Estado centralizado o del Estado neoliberal; pero al final, del mismo sistema y sociedad colonial. Los indígenas debían abandonar sus propias epistemes y formas de gobierno ancestrales, ya que eso era “regresar al pasado” para asimilar las del colonizador, que era el futuro; quien les ofrecía trabajo en sus empresas y les concedía la maravillosa oportunidad de salir de su pobreza e ignorancia sempiterna.

Lo indígena no es conocimiento, solo es mano de obra barata para explotar al máximo los recursos naturales (extractivismo). Y a las izquierdas, solo les interesa que estén mejor pagados y con más beneficios sociales; sin que les importen sus ontologías, epistemologías, axiologías, hermenéuticas, metodologías, etc. Es más, ni siquiera saben que existen, pues hasta ahora no han “descubierto” Amerindia luego de 500 años. Y si algunos saben que existen, hasta ahora, no las han estudiado.

Desde el “paradigma andinista del buen vivir” lo que importa es recrear otro sistema o sociedad, con otro sistema de gobierno, de elección y de participación. Uno de tipo asambleario, donde todos sean los autores y actores de su propio destino, sin ninguna forma de delegación o de participación pasiva, sino totalmente activa. Con una organización ejecutiva que monta desde abajo hacia arriba y en la que sus representantes son cooptados en base a sus méritos desde su nivel inferior. De esta manera, el “poder popular” siempre esté en la base y no en la cúspide, como creen tanto derechas e izquierdas con su democracia burguesa y su centralismo democrático, respectivamente.

El Plan Nacional de Desarrollo del Ecuador de los gobiernos anteriores pasó a denominarse Plan Nacional del Buen Vivir, con lo cual se pretendió darle otra categoría a lo que había hecho la “vieja derecha”, al final, solo fue un cambio de nombre, pues se mantuvo la misma base estructural de los conceptos del desarrollo o del crecimiento ilimitado que guían al pensamiento eurocéntrico de derecha y de izquierda. Se pasó de un modelo de desarrollo a uno de otro tipo, cuando en el mismo Occidente ya se habla de “alternativas al desarrollo” o de “post-desarrollo”.

Es más, desde los herederos y guardianes del “paradigma andinista del buen vivir”, éste, es mucho más que un modelo de desarrollo o de realización, es una propuesta que rebasa a toda la civilización, en su forma capitalista, antropocéntrica y patriarcalista, como actualmente se presenta. La izquierda aspira como máximo a rebasar el capitalismo, cuando desde el “buen vivir andino” se trata de superar toda la cadena civilizatoria constituida, en la que el capitalismo es solo una parte. Si no se altera toda la trama en su conjunto, llegando hasta sus raíces fundadoras y creadoras, el capitalismo pervivirá de otra manera; tal como sucede, con el capitalismo de Estado, y cuyo ejemplo más claro es China.

La izquierda “correísta” o “nueva derecha” redujo el “buen vivir” a un simple modelo, uno más entre otros medios que le conducirían a construir el “socialismo del buen vivir”, o un “biosocialismo republicano”, o un “socialismo comunitario”. En esto, no hay ninguna diferencia en casi toda la izquierda, ya que todos ellos miran a lo indígena solo como una “masa” que deberá apoyar la lucha marxista para la construcción de un tipo de socialismo. Nadie de ellos se plantea construir una sociedad y un “mundo del buen vivir”, si no tan solo los ven como un medio para un socialismo particular. En consecuencia, los indígenas son solo instrumentos para sus fines partidistas; sin que importe su cultura, su espiritualidad, sus ciencias, sus tecnologías.

Cuando “Los pueblos andinos que desde hace tres décadas han invadido las universidades regionales del Ande en un gran esfuerzo de ‘reconquistar el espacio cultural’, perdido en el proceso de colonización, han demostrado mediante estudios e investigaciones como de PRATEC en Perú, que efectivamente existe una tecnología andina, una tecnología sui géneris, una tecnología basada en el discurso del pensamiento seminal, como dijera Rodolfo Kusch, una tecnología bi-dimensional empírico simbólica, una tecnología que apoyada en sus rituales de producción fue capaz de hacer producir el Ande más y mejor que la tecnología racional-científica, alógena. Este auto-descubrimiento de los investigadores indígenas andinos sólo fue posible por la crítica radical al método académico con que antropólogos clásicos desesperadamente trataban comprobar la exclusiva cientificidad de sus monografías. (Van Kessel, 1997).” 

Los indios que fueron convertidos al cristianismo y, en general, a todo el occidentocentrismo, debían evidentemente ser “marxianizados” para su proyecto grupal. Para ellos, los indios solo son útiles para construir el Estado marxista, tal como han sido útiles durante más de 500 años como trabajadores para enriquecer a hacendados y empresarios. Ese es su único destino. Eso se llama racismo, que no es solo el rechazo a una presencia física, sino, principalmente, el rechazo a su racionalidad y todo lo que ellos representan. Han sido convertidos, a tal extremo, que la mayoría de los mismos indígenas no se interesan a su propia filosofía, incluso, en algunos casos llegan a ser más expertos del pensamiento colonial que los propios descendientes de los colonizadores.

La “izquierda del socialismo del siglo 21”, es una izquierda eurocéntrica que se cree la única y la mejor expresión del pensamiento revolucionario, y que no acepta nada que provenga de fuera de su atrio tradicional; y, si acepta algo, este algo deberá ser digerido o asimilado a su cuerpo izquierdista. Una izquierda acomplejada, que sigue mirando a la izquierda del primer mundo como la guía o el modelo para entrar en el progreso occidental. Una izquierda PhD, que no puede argumentar nada verdaderamente en contra de la racionalidad andina, pues la desconoce, y si algo sabe de ella es solo folclóricamente. Una izquierda miope, que cree que el problema principal de los Andes es económico, y que el propósito final de todos los pueblos es ser parte del primer mundo.

Han tenido que venir investigadores de Occidente para estudiar el pensamiento andino o indígena, pues los propios intelectuales nacidos en los Andes no han sido capaces de mirar al indio que llevan adentro, solo perciben al blanco acomplejado, y el que solo aparece en su mente, pues sus rasgos físicos los delatan. La mayoría de la literatura que existe sobre temas andinos o indígenas ha sido escrita por gente de fuera de los Andes, lo que demuestra la superficialidad y el grado de acomplejamiento de sus intelectuales y estudiosos.

Mientras, en el mundo “desarrollado”, hay quienes critican a sus izquierdas y hablan de “decrecimiento”, “bienes comunes”, “biocentrismo”, “ecología profunda”, “ecoaldeas”, “permacultura”, etc. Conceptos que están muy cerca del “buen vivir” y que, justamente, toman como referente y ejemplo a los pueblos indígenas y comunitarios de todo el mundo. Pero las izquierdas occidentalizadas, las desconocen o las critican.

El “buen vivir andino” y toda la filosofía y ciencia andina, que han despertado mucha curiosidad y atención en el primer mundo (Lalander y Cuestas-Caza, 2017), son desconocidas por la intelectualidad de donde ella es originaria, pudiéndose contarse con los dedos de la mano a quienes la conocen. Existen muy pocos andinistas que son nacidos en los Andes; los pocos que se interesan a ella han entregado su vida a su estudio, pero sus trabajos son leídos principalmente afuera, pues casa adentro son desconocidos o sus temáticas subvaloradas.

Hay más gente de origen europeo y norteamericano que han estudiado el paradigma andino, que los propios hijos de los Andes. Incluso, hay dirigentes indígenas que no la conocen bien, y solo recitan ciertos refranes para ganar votos dentro entre de la población indígena. De igual manera, se puede contar fácilmente la cantidad de intelectuales indígenas y andinistas.

En resumen, el “buen vivir indígena” que surgió como una gran expectativa y que movilizó especialmente a algunos intelectuales de fuera de los Andes a interesarse por este “nuevo/antiguo paradigma”, ha perdido espacio y motivación al interior de Ecuador y Bolivia, mas no así afuera de estos países. En todo caso, todavía hay afuera quienes lo ven como un referente para profundizar y lo ven con esperanza; pues, en Ecuador y Bolivia, por el momento, resulta casi un ridículo hablar de él o defenderlo.

¿Existe un pensamiento latinoamericano?

Desde mediados del siglo pasado XX se viene discutiendo si existe un pensamiento latinoamericano o una filosofía latinoamericana, pero nadie ha podido afirmarlo, pues, en última instancia, todo lo que se ha producido ha sido simplemente una extensión del pensamiento occidental en América Latina. La única posibilidad de un pensamiento propio era lo indígena, pero los intelectuales latinoamericanos se han resistido a valorarlo, y a darle el sitial, que le dio el suizo-alemán Joseph Estermann en su obra “Filosofía Andina”.

El Buen Vivir se ha constituido en la más importante expresión del pensamiento “interamericano”. No decimos “latinoamericano” porque sería seguir centrándonos en lo occidental, cuando en América confluyen varios pensamientos. Este paradigma es lo más elaborado que han logrado sistematizar los pensadores andinistas (indígenas y no-indígenas) y que nace desde las extrañas más profundas de los pueblos de los tercero-excluidos o tercerizados o anatemizados. Por primera vez en la historia, luego de la invasión, se puede hablar de un “pensamiento propio” que integra a varias racionalidades y que no reproduce al pensamiento occidental en una forma “hispanoamericana”.

Hasta antes del “buen vivir”, lo latinoamericano, en todas sus facetas, no constituía una ruptura sino una adaptación del pensamiento de Occidente a las nuevas circunstancias territoriales. En definitiva, lo latinoamericano era (y es) tan solo un “extenso pie de página” a la mente colonial, más exactamente a la filosofía greco-latina que fuera impuesta a los europeos, y a su vez ellos al resto del mundo. La globalización actual es en su base la romanización del mundo. Casi todo lo que hoy vive el mundo como paradigmas viene de los romanos, quienes sistematizaron el pensamiento greco-semita para construir lo que se ha dado en llamar la “civilización”, también conocida como el “cristianismo”.

A los 500 años, tal como lo pronosticaron los sabios indígenas (chamanes) antes de la invasión, ha surgido algo verdaderamente diferente, capaz de cuestionar a profundidad todas las verdades que fueran universalizadas por los romanos, para todos los pueblos y culturas del mundo. Siendo esto algo verdaderamente revolucionario, en el sentido de ser transgresor del pensamiento hegemónico o de alterar la razón homogenista del dominador.

De todo lo producido por la intelectualidad latinoamericana, no existe nada que pueda catalogarse como pensamiento propio, por más profundo que éste sea y por más originalidad o grandeza que haya alcanzado, en relación con lo que hayan producido los propios intelectuales occidentales. El “buen vivir” puede tener errores o deficiencias, pero es lo más importante y lo único propio, que se ha producido hasta ahora en 500 años de colonialismo. Hoy, sí se puede decir que se ha hecho un aporte al mundo con algo significativo y diferente, pues, antes las respuestas de los intelectuales latinoamericanos a los problemas de la región seguían en el mismo patrón eurocentrista o románico. Por lo que tanto, no eran una alterativa (no: alternativa), sino un “gatopardo” para seguir manteniendo el status quo.

Los latinoamericanos, hasta ahora, no han comprendido que solamente hay futuro cuando el pasado es procesado, pues, caso de lo contrario, se sigue repitiendo el pasado y no hay cambio. Evitar mirar al pasado, a so pretexto de que se está intentando “regresar al pasado”, es, en el fondo, seguir arrastrando el pasado hacia el futuro. Esa es la paradoja. O como diría el subcomandante Galeano (2012) :  “Porque entendemos que a usted le piden que ponga atención a ese breve instante en que un granito de arena llega al reducido pasaje para caer y sumarse a los instantes que se acumulan en eso que llamamos “pasado”. Porque eso le insinúan, le aconsejan, le piden, le ordenan, le mandan: viva el instante, viva ese presente que ya puede reducir aún más con la más alta y sofisticada tecnología.   No piense en el tiempo que ya yace en el ayer, porque en el vértigo de la modernidad, es lo mismo “hace un segundo” que “hace un siglo”. (párr. 39-40).

Han habido intelectuales indo y latinoamericanos que han criticado el pensamiento occidental, que han hecho importantes aportes personales, como Reinaga, Mariátegui, Arguedas, Kusch, pero no lograron configurar un pensamiento que integre a todos los pueblos indígenas de América, tal como lo ha conseguido el Buen Vivir. Pero principalmente que estos intelectuales hayan sistematizado la racionalidad indígena, para desde ahí construir un pensamiento político. Reinaga dio pasos importantes, pero del cual, no todos pueden identificarse, en cambio, el Buen Vivir se ha transversalizado en toda América, entre indígenas y no-indígenas, e incluso, más allá de estas fronteras.

Indudablemente, la “aventura populista” del “buen vivir de los socialistas del siglo XXI” ha resquebrajado este paradigma en una parte de la población andina. Pero ello, no implica que debamos echarlo a la basura, como otra de las modas experimentadas por la izquierda. Todo lo contrario. Hay que continuar y profundizar en él, configurándolo en todos los detalles para que le permitan seguir siendo una salida estructural al actual caos humanitario-natural.

Esa es la tarea de quienes desean continuar tejiendo el gran tapiz de las culturas milenarias a través de su racionalidad integral; lo que no significa regresar al pasado sino prolongarlo en otro nivel hacia el futuro, para que juegue un rol fundamental en los actuales momentos de desconcierto y desaire que vivimos. Y eso, les duele a los intelectuales liberales y marxistas (y algunos indianistas-kataristas) que quieren ver al “buen vivir” como una idea totalmente muerta, y se empeñan en decir que ya no existe. Aquellos, que quieren seguir reproduciendo y ampliando el pensamiento colonial de derecha e izquierda, al menos deberían interesarse por lo que están trabajando algunos intelectuales en el mismo Occidente, para tratar de trascenderlo (“trans-modernidad”).

La casi totalidad de los intelectuales latinoamericanos, no entienden lo poco que conocen de la racionalidad indígena, y lo único que se atreven a decir es que son “fundamentalismos”. Así, han sido calificados algunos pensamientos en ciertas épocas en el mundo, hasta que finalmente han sido reconocidos y aceptados. Las mujeres y los homosexuales van siendo aceptados lentamente por el mundo patriarcal, pero las racionalidades indias y negras siguen siendo despreciadas. Solo son aceptadas como folclor, y como atractivo para el “etno-turismo”. Aunque, poco a poco va cambiando; por ahora, mucho más en Europa que en la propia Latinoamérica. Así de irónico.

Habrá que seguir trabajando para que el “buen vivir profundo” alcance sus propósitos, y que será irremediable ante el acecho del cambio climático, y también por la pandemia del coronavirus. Pero eso ya depende de los pueblos. O la humanidad sale del paradigma antropocentrista de derecha e izquierda de una vez por todas, o perecerá por sus propias manos. Ese es el dilema. El tiempo es corto. Es ahora o nunca.

Referencias

Cubillo-Guevara, A. P. e Hidalgo-Capitán, A. L. (2015). El sumak kawsay genuino como fenómeno social amazónico. OBETS, 10(2), 301-333. https://doi.org/10.14198/OBETS2015.10.2.02

Hidalgo-Capitán, A. L. y Cubillo-Guevara, A. P. Transmodernidad y transdesarrollo: el decrecimiento y el buen vivir como dos versiones análogas de un transdesarrollo transmoderno. Bonanza.

Lalander, R. y Cuestas-Caza, J. (2017). Sumak Kawsay y Buen-Vivir en Ecuador. En A. D. Verdú Delgado (ed.), Conocimientos ancestrales y procesos de desarrollo: nacionalidades Indígenas del Ecuador (pp. 30-64). Universidad Técnica Particular de Loja.

Sánchez Parga, J. (2012, 1 de febrero). Discursos retrovolucionarios: Sumak Kawsay, derechos de la naturaleza y otros pachamamismos. La Hora. https://lahora.com.ec/noticia/1101280759

Subcomandante Insurgente Galeano. (2012, 12 de abril). Preludio: los relojes, el apocalipsis y la hora de lo pequeño. Enlace Zapatista. https://bit.ly/2pfqd1F

Van Kessel J. (1997). Dos conferencias en antropología andina (Cuaderno de Investigación en Cultura Andina n.o 10). IECTA; CIDSA.

NOTAS:

(1)          Josef Estermann, “Vivir bien” como utopía política

(2)          Boaventura de Souza Santos, El fin de los descubrimientos imperiales

(3)          Ramón Grosfoguel, «La descolonización de la economía política y los estudios poscoloniales»

(4)          Arturo Escobar, ¿”Pachamámicos” vs “Modérnicos”?

(5)          Matthieu Le Quang y Tamia Vercoutère, Ecosocialismo y Buen Vivir, Diálogo entre dos alternativas al capitalismo.

(6)          Michael Lowy, ¿Qué es el ecosocialismo?

(7)          Boaventura de Sousa Santos, La caída del Angelus Novus

(8)          Edgar Lander, Ciencias Sociales, Saberes coloniales y eurocéntricos

(9)          Enrique Dussel, Transmodernidad e Interculturalidad

(10)        Serge Latouche, Contra el desarrollo: ni duradero ni alternativo, octubre 27, 2013

(11)        Mutaciones del Vivir Bien, fobomade.org.bo/art-1377

(12)        Boaventura de Sousa Santos, Una epistemología del Sur

Por Alteridad

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