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Por Isabel María Álvarez

El psicoanalista y teórico suizo, Carl Gustave Jung,  en El Libro Rojo o Liver Novus (en latín, Libro Nuevo) –como llaman sus discípulos a esta obra inédita, hasta 2009, en que fue publicada por sus herederos– escribe: “La espera sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso”.

Hoy, falta un día menos… Sí. Esa es la única certeza que podemos tener mientras esperamos.

Desde el 11 de marzo del corriente –fecha en la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la infección producida por el coronavirus podía definirse como una pandemia y animó a todos los países del mundo a tomar las medidas apropiadas para hacerle frente–, las palabras “confinamiento”, “aislamiento “, “distanciamiento”, “inmovilización”, “cuarentena”, entre otras, comenzaron a ser parte de nuestro corpus léxico cotidiano. Y es que, esas “nuevas” palabras, definen la estrategia universalizada de “quedarse en casa” para frenar la propagación del virus. Suenan y resuenan con insistencia –sobre todo en los medios de comunicación– para recordarnos nuestra co-responsabilidad en tanto, en el corto plazo, si no nos urge tener que salir,  debemos permanecer en “prisión domiciliaria” y, muchas veces, en soledad.

El Covid-19 irrumpió como un tsunami de la virología y cambió drásticamente nuestro modo de vida. A un mes de haber comenzado a volvernos ermitaños y a aprender a sostener nuestros vínculos mediatizados por el no-contacto, el no- abrazo,  el no-beso y  el no-nada, las “mariposas nocturnas” parecen querer jaquear también nuestra salud mental. No hay alternativa: esta “larga pausa entre las cuatro paredes de nuestras viviendas” es una obligación cívica que pone a prueba nuestra solidaridad: si yo me cuido, cuido a los demás.

Si bien, cada experiencia es específica y relativa, hay una percepción de conjunto que prevalece  y que, ciertamente, globaliza, integra y sintetiza lo que nos atraviesa como humanidad “en encierro”.

Hay algo  irrefutable: la carencia de contacto humano es nociva –máxime en un escenario tan dinámico y con un nivel de incertidumbre al que solemos ser intolerantes–. Imposible escapar a la  ansiedad –esa emoción que emerge para prepararnos a manejar anticipadamente los peligros–, que domina con rigor este momento y que, si no le prestamos la debida atención, puede ir en aumento hasta generar angustia o  depresión –en el peor de los casos– para terminar por bloquear nuestra  posibilidad de encontrar soluciones alternativas.

Ante esta  situación inédita de limitación, lo importante es evitar la “jaula interna”. Debemos hacer que  prevalezca la  voluntad de encontrarnos con nosotros mismos,  de elaborar nuestras emociones y de ponernos de pie para construir nuevos sueños.

Un fenómeno astronómico que poco se tiene en cuenta: la luna llena posterior al equinoccio que –desde la antigüedad define la celebración de Pesaj para el pueblo judío y de las Pascuas para el mundo cristiano, llegó  oportunamente para iluminar nuestra comprensión respecto a que, la distancia social  –cuyo principal componente es la marginalidad– no debe en absoluto convertirse en distancia emocional. De hecho, está comprobado que los sentires, los humores y los temores, cuando se comparten, transmutan en una “extraña y extraordinaria felicidad” que sostiene nuestra vida cuando, en situaciones como la actual,  no está siendo permeada por los colores, los sabores, los olores y los amores que le dan sentido.

De cara a la extensión de la cuarentena, visto el “arcoíris emocional” que se despliega desde el comienzo de la misma  y, buscando  poder entregar algunas estrategias que coadyuven a cultivar el bienestar, se comparten a continuación algunas apreciaciones de la Lic.  Silvia Schverdfinger –una de las psicoterapeutas argentinas que está acompañando esta pandemia con la propuesta virtual solidaria de “Psicodrama en cuarentena. Abriendo puertas hacia adentro”–. Desde su punto de vista, algunas formas constructivas de manejar las emociones durante esta contingencia sanitaria que, según sus propias palabras,  “interrumpió todo lo que estaba en camino o proyectándose y nos sumió en un conjunto de duelos”, pueden ser las siguientes:

  • Identificar, aceptar y regular nuestras emociones.
  • Enfocarse y centrarse en lo positivo.
  • Sostener y fortalecer los vínculos aunque sea a la distancia.
  • Tener siempre una motivación.
  • Proponerse actividades creativas en las áreas de interés.
  • Planificar, reinventar y sostener una rutina.
  • Mantener un nivel de actividad física.
  • Reponer energías a través del descanso.

Atento a lo mencionado por la especialista, gestionar efectivamente nuestra vida emocional en “claustro”, nos desafía a estar con nosotros mismos; a reflexionar sobre nuestras prioridades,  sueños y proyectos; a centrarnos en aquello que nos hace bien y a darle contenido a nuestro existir.  Este nuevo tiempo es más íntimo, más nuestro; es de menos acción y de más reflexión/introspección. Pero también es un tiempo para descubrir la vigencia y la vitalidad de los lazos que nos unen a los demás; para reconocer a quienes nos aman de verdad, con quienes debemos asumir un compromiso de reciprocidad y a quienes, cuando todo esto pase y recuperemos nuestra libertad, en una nueva noche de luna llena o en un radiante día de sol, vamos a querer estrechar en un fuerte abrazo para  decirles ¡GRACIAS!, mirándolos fijamente a los ojos. Porque  entonces, solo eso y nada más, será suficiente. Y hoy, justo hoy, falta un día menos para que suceda… 

Playa Unión – Provincia de Chubut – Patagonia Argentina, 11 de abril de 2020.

Por Alteridad

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