
COLOMBIA EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS III

Por Aura Isabel Mora
Y maldigo la suerte de amarte a muerte, y no tenerte conmigo…
Amor que enloquece, que, asfixia y que hiere.
Amor que desgarra, el cuerpo y el alma, amor que no duerme, ni cesa, ni muere.
Amor que mata. Amor que se mete profundo en la mente.
Que quita la calma, la risa y el habla, amor que quiere y no puede tenerse,
Amor que mata, amor que mata.
Álvaro Torres, Amor que mata
Como en la canción, hay amores que enloquecen, asfixian, hieren y desgarran. Amores que terminan en graves violencias contra las mujeres. Y ahora, en tiempos de la pandemia que ha obligado a las familias a quedarse en sus casas, estos «amores virulentos» tienen un caldo de cultivo donde prosperar. Al poco tiempo de iniciar el aislamiento, el 25 de marzo en Cartagena, un hombre mata a su esposa, a su suegra y a su cuñada.
La Mesa del Movimiento Social de las Mujeres argumentó que fue un feminicidio y fue esta organización la que alertó a la alcaldía de Cartagena sobre el problema de la violencia intrafamiliar y contra las mujeres durante el aislamiento social y la urgencia de una solución, ya que a esa fecha no se contaba aún con una estrategia de protección a las mujeres y menores que queden en indefensión frente a esposos y padres agresivos y violentos.
Esa misma semana, en el departamento del Cesar, el esposo de Katy Jhoanna Ariza, Eder Moreno, la mata a puñaladas. “La encontré en la casa con un muchacho hablando, muy cerquita y me dijo que era un amigo. No presté atención, en la noche me dijo que, si no iba a hacer el mandado que tenía pendiente, como regresé enseguida, la encontré besándose con el pelao* ahí, en la misma casa, entonces nos fuimos a discusión hasta que cometí el error”. “Error” llama este esposo celoso al asesinato de su compañera sentimental, justificándolo con el hecho de haberla visto besándose con otro. Katy tenía 32 años y tres hijos, cuentan los vecinos que su cuerpo yacía en la mecedora de la sala, una imagen que representa el machismo colombiano.
Ya, en ese mismo departamento durante lo corrido de este año, se habían cometido otros dos feminicidios por celos. El 10 y el 14 de enero, Marelis Yudith Bueno Castro, quien recibió trece puñaladas a manos de su compañero sentimental Julio Rodríguez; y, Yuleivis Esther Rojas Pérez a manos de su pareja. Según el Diario Virtual El Pilón, de Valledupar, al finalizar el 2019, Doris María Cortes, María Claudia de la Rosa Estada, Amadis Esther Bedoya, Angie Paola Castilla Olivers, y Doglys Palmas fueron asesinadas por sus esposos.
En Cali y aunque no fue identificado como crimen pasional, fue hallada sin vida Matsuri Jaramillo Pardo de 24 años de edad, en una cancha de fútbol del barrio San Judas. En esta misma ciudad, Mariluz Andrade Quintero de 27 años, fue asesinada a puñaladas por su compañero, crimen que cometió al interior de su vivienda después de una escena de celos. En el barrio Combeima de Ibagué, capital del departamento del Tolima, un hombre mató a su pareja sentimental en medio de un caso de violencia intrafamiliar. En el departamento de Córdoba, Diofanor de Jesús Rondón Rodas mató a Sofía Córdoba Vasco de tan sólo 13 años, fue capturado y acusado de feminicidio agravado, a pesar de que el asesino tenía en su contra siete sentencias condenatorias por delitos sexuales violentos y andaba libre.
Toda esta serie de muertes pertenecen a la estadística de doce feminicidios en Colombia entre el 20 de marzo y 4 de abril, según denunció Ana Güezmes, representante de la ONU, señalando que los impactos de la cuarentena que se lleva a cabo en Colombia demuestran que estos hechos han aumentado por la situación de aislamiento social.
Se suele considerar en Colombia que el rol del hombre conlleva varias caracterizaciones, que son siempre imaginarios culturales. En primer lugar, la heterosexualidad, lo que crea diferencias conceptuales y de jerarquía con lo femenino y con lo afeminado; segundo, la fuerza, lo que se ve como ímpetu, agresividad o violencia, considerado un atributo a la hora de relacionarse o de conquistar a la mujer, y que el uso de ésta dentro de las relaciones es legítimo. Todo lo cual, deviene en que el “rol de hombre” resulta un “rol de macho”.
Dentro de la práctica machista en Colombia, la relación de poder en las parejas y familias se da como entre los hombres, los que han aprendido o han sido formados así por el sistema patriarcal, la moral judeocristiana y que incluyen las atávicas prácticas de las religiones abrahámicas al considerar a la mujer como objeto y un ser inferior, por tanto, objeto de apropiación por parte del hombre. Es decir, el niño es el primer violentado en su condición humana, debiendo convertirse en un Hombre y no en un “mariquita”, por lo que es convertido en un sujeto de derechos, el de ser dueños de todas las cosas que pueda adquirir, como ejercicio de su hombría como parte fundamental. Razón por la cual, los casos de rompimiento de la relación por voluntad de ellas o de la infidelidad por parte de ellas, es visto como una vulneración a la masculinidad. Culturalmente los celos son vistos como una manifestación romántica y las agresiones por esta causa como legítimas formas de mantener el statu quo y el orden natural de las cosas, consecuentemente, cuando estas agresiones derivan en tragedia, un feminicidio será simplemente un “error” o, en el peor de los casos, una reacción a sus privilegios de género.
El rol de hombre o de macho en el que ha sido formado, del que participan sus madres, conlleva ciertos privilegios que son admitidos en esta sociedad como normales y naturales. El común gozo que detentan los hombres a las libertades sexuales y comportamentales, y que son restringidas a las mujeres, son rezagos y prácticas coloniales que aún se materializan con violencias de género de toda clase, y que atraviesan el cuerpo, la mente, el espíritu y la sexualidad de las mujeres.
La experta en género y militante feminista Juana Ochoa, plantea que no es que antes haya sido menor el número de feminicidios sino, que con el aislamiento social se visibilizan en mayor medida, pero que esto es lo que pasa en la cotidianidad de una gran parte de las mujeres en Colombia, y que desafortunadamente en un contexto convulsionado por la pandemia, las autoridades no le colocan la atención necesaria al tema de la violencia intrafamiliar. Juana Ochoa llama la atención en cuanto a las circunstancias difíciles dentro de los hogares, por parte de algunos “jefes de familia”, como el no permitir que las mujeres tengan sus propios proyectos e iniciativas económicas, que no manejen el dinero, no dejarlas salir solas, controlar sus formas de vestir, de hablar y de relacionarse. Todo lo cual, son situaciones que se agravan con el encierro generado por la cuarentena.
Si bien, aún no existen estudios sobre el tema en concreto, es fácilmente entendible que la combinación de presiones económicas materializadas en carencia social, agravadas con las restricciones del aislamiento ocasionado por la pandemia, aumentan drásticamente el número de niñas y mujeres que son víctimas de abusos.
El movimiento social de las feministas, desde el inicio de la cuarentena obligatoria realizó un llamado por todos los medios, a tener en cuenta que se necesitaban medidas de atención a las mujeres, puesto que, por el riesgo de contagio serían confinadas en viviendas en donde se maximiza el riesgo a la violencia machista de sus maridos. Solamente, al entrar en vigencia el simulacro de cuarentena, la línea de emergencias recibió 1619 llamadas de denuncia por agresión a mujeres.
La Línea Púrpura, línea telefónica de emergencias implementada en 2015 por la Alcaldía de Bogotá para denuncias de violencia intrafamiliar y de género, como una estrategia de la Secretaria Distrital de la Mujer y de la Secretaria Distrital de Salud, inicialmente, se trataba de que mujeres escuchen a mujeres, pero ahora en tiempos de coronavirus ha servido para atender a las mujeres en riesgo de violencia. Según las estadísticas de la Línea Púrpura durante la cuarentena, se incrementó en un 79% las denuncias de violencia contra la mujer, en lo que va del 2020 más de quince mil casos de violencia intrafamiliar se han registrado.
El aislamiento por la pandemia ha sacado a la superficie el riesgo que implica vivir en la misma casa con un esposo o un familiar propenso y proclive a la violencia intrafamiliar, en un país en el que la cifra de muertes por el coronavirus y las cifras de muertes por otras causas, como la violencia de género (o la violencia estatal contra líderes sociales, de la que se editorializó en este medio), están demostrando que en Colombia, ni siquiera un peligroso virus, que ya es pandemia a nivel mundial, es tan letal como los asesinos con los que cuenta este país.
* Inflexión del término “pelado”, que significa muchacho.
Triste realidad que traspasa fronteras. Hay mucho trabajo por hacer, y efectivamente, la violencia habitual, sigue marcando a nuestra Latinoamérica con lamentables y alarmantes cifras superiores a las del virus.