Por Isabel María Álvarez
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie que pudiera protestar.”
Esta magnífica pieza poética, es conocida bajo el título “Por mí vinieron” y, según fidedignas fuentes anglosajonas, fue declamado por primera vez por el Pastor Martin Niemöler como parte de su sermón en la Semana Santa de 1946, en Kaiserlautern (Alemania). En el mundo hispanohablante, se la conoce con el nombre de “Los Indiferentes”, en una versión que difiere un poco de la transcripta y que es atribuida al brillante dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brech –uno de los autores más influyentes del Siglo XX–.
No es intención de este artículo tomar partido por una u otra versión. En ambos casos, el mensaje es claro, contundente y aplicable a la situación que hoy atravesamos como humanidad ante un virus que, por las evidencias, parece haber salido a buscarnos a todos y, ante el cual, no podemos ni debemos ser indiferentes.
De hecho, ya a comienzos de la pandemia, los científicos de la Organización Mundial de la Salud, definieron la proporción 80/15/5 que resume los efectos esperables del Covid-19 en el mundo y que indica que, un 80% de la población del planeta se infectará de manera casi imperceptible; un 15% requerirá asistencia médica y un 5% deberá ser internado gravemente en las UCIs con respirador artificial.
Ante esta realidad ineludible e indetenible, solo queda como opción algo digno de ser intentado, realizado y alcanzado: ¡Vibrar alto!
Sabemos que todos somos energía y que vibramos en la misma frecuencia que nuestra programación mental y que nuestro estado emocional. Por eso, existen distintos niveles de conciencia. Por eso, percibimos la situación actual de diversas maneras. Si bien, afortunadamente, la toma de conciencia va en aumento, todavía, hay quienes continúan minimizándola –particularmente en América Latina–. De ahí, la necesidad de insistir entre quienes aún siguen especulando porque no han desarrollado la capacidad de discernir entre lo real y lo ilusorio.
Pero, volviendo a la propuesta: ¿qué significa vibrar alto? Pues bien, vibrar alto significa, sobre todo, irradiar y expandir Luz, embarcarse en la aventura de salir de la prisión del Yo para hacer foco en el bien común. En ese sentido, las ideas de solidaridad y de cooperación, adquieren una dimensión especial.
El filósofo Emmanuel Levinas sostiene en su obra Totalidad e Infinito que “ser para el otro” –es decir, ser solidario y cooperativo–, no implica la negación del Yo que se abisma en lo universal– sino la unión en el Nosotros.
En esta coyuntura de emergencia, en la que la magnitud del impacto social es tan drástica, la solidaridad y la cooperación pueden materializarse en una pluralidad de actitudes y de acciones que develen lo mejor que, cada uno de nosotros, tenemos como miembros de esta comunidad planetaria. Así, solo así, será posible restaurar ese necesario “equilibrio entre lo colectivo y lo individual” al que, desde el paradigma del vitalismo, hace referencia el filósofo Atawallpa Oviedo Freire en un reciente ensayo en el que analiza este “aquí y ahora” a la luz de los postulados de sus pares Zizek y Chul Han.
Y tengamos la certeza de que es posible. Entre los tantos mensajes que circulan en estos días, hay uno que, particularmente, ilustra esta esperanza. Es el de Carlos Paéz –uno de los rugbiers sobrevivientes de la tragedia de los Andes– que, 47 años después del fatídico accidente del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, hace un paralelismo con el momento actual, al rememorar aquel dramático momento en el que, por la radio, escucharon que se había suspendido la búsqueda del avión siniestrado y comprendieron que, tenían que dejar de esperar el rescate de afuera y que, a partir de ese momento, la supervivencia solo dependía de ellos. Cabe recordar que, a diferencia de nosotros que solamente tenemos que quedarnos en casa, el grupo sobreviviente se encontraba a 4.400 metros de altura y con temperaturas bajo cero. El mensaje de Paéz persuade a la comunidad internacional a no paralizarse y a aceptar la realidad. ”Solo así se es parte de la solución y no del problema. Se aprende que lo importante no es lo que pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa” –dice en uno de los párrafos más salientes connotando una necesidad del trabajo solidario y cooperativo para sobrevivir–.
Esa toma de conciencia de que de la actitud personal depende un destino colectivo y de que el todo es más que la suma de las partes, son elocuentes manifestaciones del vibrar alto.
La emergencia requiere de acciones multinivel: mientras desde los gobiernos se adoptan medidas de apoyo social para atender a los sectores sociales más vulnerables, a quienes sufren discapacidad y a las personas que se ven impedidas de realizar sus tareas en situación de cuarentena; nosotros podemos ser solidarios y cooperativos asistiendo a quien está cerca y nos necesita.
Estamos ante una situación límite que nos interpela a la entrega. Sabemos que, todo lo que damos, nos es devuelto con añadidura. En los pueblos andinos –que tanto tenemos para compartir con la sociedad global en cuanto a persistencia– le llamamos ayni –una palabra en lengua quechua que bien puede resumirse en el refrán popular: “Hoy por ti, mañana por mí”–.
Irradiar y expandir Luz es pues la condición para “saltar el portal” y cambiar la frecuencia vibratoria en este presente que nos necesita más humildes… más unidos… más hermanos… recuperando la sacralidad de la Vida en cada uno de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos y de nuestras actitudes… Toda la humanidad está llamada a vibrar alto en la emergencia para renacer y poder reconstruir el mundo por venir.
Playa Unión – Chubut – Patagonia Argentina, 28 de marzo de 2020
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