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CORONAVIRUS: La vacuna somos todos

Por Isabel María Alvarez

El eclipse solar del 2 de julio de 2019 lo predijo. Mientras muchos festejaban el atractivo fenómeno que se produce cada 18 meses, unos pocos  –quienes vivimos bajo los postulados de las cosmovisiones de distintos pueblos originarios–  reflexionábamos con preocupación sobre las implicancias que traería para el mundo ese desequilibrio cósmico.

Cabe recordar que, la palabra eclipse viene del latín eclipsis, que,a su vez,  deriva del griego y que significa: desaparición. Y, precisamente, esa idea es la que comunica el firmamento cada vez que la Luna pasa entre la Tierra y el Sol. Así, nos fue transmitido por  los hombres y las mujeres de sabiduría del Abya Yala para quienes, un eclipse, nunca es motivo de celebración dado que, siempre, anuncia una calamidad.

Meses después de esa “minúscula noche artificial” en la que, súbita y totalmente, el Sol se oscureció durante unos minutos, y que reunió a las mentes –también “oscurecidas”–aplaudiendo, bailando y cantando en sus casas o, en aquellos lugares en donde se lo podía visibilizar mejor,  el mensaje astronómico, adquirió nombre de pandemia: Coronavirus.

Se esperaba. Iba a suceder. Tenía que suceder.  Hace ya mucho tiempo que la humanidad, en su soberbia e ignorancia, cortó su  vínculo con el orden natural y dejó de leer el cielo olvidando ese sagrado lema andino que sostiene que “así como es arriba, es abajo”.

Y aquí estamos: encontrándonos con nuestra propia sombra; rendidos ante un  virus invisible que, “causalmente” solo ataca a los humanos; que afecta puntualmente el tracto respiratorio;  que se propaga y multiplica fácil y velozmente por el contacto. Estamos  con la vida en pausa extendida; asumiendo con la omnipotencia herida lo pequeños y vulnerables que somos; viendo como lo cotidiano se vuelve extraordinario mientras, “la Casa de todos”, aprovecha nuestra ausencia para sanar sus ecosistemas de la depredación que le hemos causado.

En Argentina, al igual que en la mayoría de los países del mundo, la  estrategia para hacer frente a esta  emergencia se orienta a  desacelerar  el crecimiento de los contagios. Solo de esta manera se puede evitar el colapso del sistema de salud. Dado que la vacuna no existe, hoy, la vacuna somos todos.

Para mitigar la propagación del Covid -19, el Gobierno de Alberto Fernández  tomó medidas precoces, estrictas y eficientes: se decretó, a partir del 16 y hasta el 31 de marzo, lo que se dio en llamar: Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. Con su puesta en acto, se suspendieron las clases presenciales, se habilitó el teletrabajo,  se cortó el acceso a las ciudades, se habilitó a las fuerzas del orden para realizar el exhaustivo control de las rutas (en donde solo se puede circular con permiso), se reguló el ingreso a supermercados y farmacias con la aplicación del distanciamiento establecido y de las normas de precaución e higiene, entre otras cosas. Además, se implementaron  medidas de asistencia social tendientes paliar la situación  de los sectores de trabajo informal y de los grupos sociales vulnerables en un país en donde, aproximadamente, un 40%  de la población de 44 millones de habitantes vive en situación de pobreza y un 8% en indigencia.

Un nuevo eslabón incrementa la alerta nacional: la cifra elevada de turistas argentinos  que están llegando al país repatriados y que, en la mayoría de los casos, provienen de países europeos  –foco de la pandemia– y de los Estados Unidos. Al respecto, numerosas fuentes y testimonios dan cuenta y denuncian la liviandad con la que está siendo operada esta repatriación que involucra, aproximadamente, a 45.000 personas a las que solamente se les hace llenar un formulario y se les toma la temperatura.

Al momento de escribir este artículo, la cifra oficial del coronavirus en Argentina arroja 387 casos positivos -con una edad promedio de 43 años y, la mayoría, con antecedentes de viaje al exterior-, seis muertos y los primeros casos autóctonos.

Pero los datos, fluctúan día a día, minuto  a minuto. Sabemos, que lo peor está por venir porque ya estamos en fase de “transmisión comunitaria” con el potencial avance de los casos positivos confirmados y porque los días fríos del otoño y del invierno se están acercando. Ante esta situación,  el Gobierno Nacional, a través de su equipo de Salud, está analizando prorrogar  el aislamiento obligatorio hasta el 12 de abril. Mientras tanto,  el país empezó a fabricar respiradores artificiales que van a incrementar el número de los 9000 existentes  y  se está completando  la habilitación de 35 laboratorios para la realización de los testeos. Al respecto y, con miras a esta descentralización, el Instituto Malbrán de la ciudad de Buenos Aires, capacitó virtualmente  a equipos sanitarios de todo el país y, en varias provincias, fueron habilitadas nuevas camas en las UCIs y se procedió al montaje de hospitales de campaña que ya están operativos.

La desolación es la estampa a lo largo y ancho de todo  el territorio nacional. Las ciudades están vacías. Todo está cerrado. Todos nos quedamos en casa, ”yendo de la cama al living” –como dice la canción de Charly García”–. Estamos impedidos hasta de  compartir un mate. Es un tiempo para reconectar con nosotros mismos.  Las pantallas del  celular o de la laptop se volvieron el único canal para expresar el amor, para dar y recibir abrazos y besos, para seguir unidos. En esta situación aprendimos la importancia de tener vecinos y  la relevancia que tiene algo tan sencillo como lavarse las manos. En la intimidad de los hogares, los padres hacen magia, reinventando juegos y experimentando el arte  para desdramatizar el aburrimiento  de los niños. Todos los días, a las 21 horas, desde ventanas, balcones y terrazas, el aplauso de reconocimiento a los héroes de bata y mascarilla rompe con fuerza el silencio de la noche.

El coronavirus ha puesto  en  tensión lo mejor y lo peor de nuestra condición humana: la solidaridad y el egoísmo:

 Por un lado, se suman cientos de voluntarios a los equipos sanitarios; emprendedores creativos generan recursos para ayudar al prójimo; instituciones culturales difunden  propuestas virtuales para realizar desde casa; ciudadanos sensibles velan por difundir información oficial y segura;  funcionarios (por el momento, solo algunos) reducen  sus sueldos para que, ese dinero, se destine a la compra de insumos para la emergencia sanitaria.

Por el otro, aparecen los inconscientes e  irresponsables que minimizan y subestiman la gravedad de la realidad no acatando las medidas preventivas, exponiéndose y poniendo en riesgo a los demás; circulan chistes sobre la situación mientras se están muriendo miles de personas en  el  mundo; caravanas de autos se dirigen  hacia  las zonas de countries como si se tratara  de días de asueto; hay gente que amedrenta a las fuerzas de seguridad en servicio cuando se los disuade a estar en casa; en los supermercados, las góndolas de insumos que todos necesitamos están arrasadas; las fak news y las bromas que aluden a “la grieta” que, en términos de política partidaria,  existen entre los argentinos abundan en las redes sociales. Cabe acotar que, actualmente, existen 700 causas judiciales abiertas y más detenidos que infectados. Veinte mil personas han incumplido el aislamiento ¡Imbecilidad superlativa!

Me pregunto: ¿Cuál de estos dos grupos habitará el planeta que quedará después del violento paso del coronavirus? ¿Quiénes nos rencontraremos en un mundo que ya no será más el mismo?

La lección de vida es brutal. El llamado es claro.  La oportunidad para trasformación está dada. Ojalá que en esta desgracia nos enseñe  la importancia del otro y de lo otro. Ojalá que el efecto del coronavirus ilumine nuestro chakra corona y que  logremos vibrar alto, muy alto,  para abrazarnos, colectivamente. Tenemos que despertar para soñar nuevas visiones. No hay otro camino.

Playa Unión. Chubut. Argentina, 24 de marzo de 2020

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