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Crisis Civilizatoria y procesos constituyentes en América Latina

Entrevista a Emiliano Terán por Andrés Kogan

Andrés Kogan Valderrama: Con respecto a tu presentación en la “Conferencia Nacional e Internacional: Construyendo justicia climática y transición energética” realizada en Bogotá el 28 y 29 de noviembre del año 2019, me pareció súper interesante cómo entiendes la idea de crisis civilizatoria, en tanto crisis que vas más allá del capitalismo y que es anterior a la modernidad. Tomas como referencia lo planteado por Murray Bookchin, el cual desde una mirada crítica, transciende lo planteado por las izquierdas tradicionales, muy centradas en la contradicción capital-trabajo. En cambio esta otra mirada, mucho más profunda, viene quizás con un cuestionamiento a la revolución neolítica, con la agricultura, con las grandes civilizaciones sedentarias.

Emiliano Terán Mantovani: Si, creo que ahí está el centro del debate, que es importantísimo, que tiene varias vetas. Por ejemplo, en lo que respecta al debate sobre Antropoceno, desde nuestra mirada, se puede ver que estamos en un momento particular del planeta Tierra, el cual no es solo un problema de lo humano. Es decir, hemos llegado a un punto de inflexión sobre la vida en el planeta. Estamos en un punto de una historia de 4 millones de años, pero si lo vemos desde el punto de vista de los humanos, estamos en un punto específico de la historia del Homo Sapiens, de unos 300.000 mil años. Si bien es útil la crítica a lo que llamo el ‘Imperio de los combustibles fósiles’, esto todavía es algo muy reciente en la historia.

Andrés Kogan Valderrama: Claro, desde la revolución industrial de hace 200 años.

Emiliano Terán Mantovani: Si, y también hay que considerar la historia de la modernidad colonial, de unos cinco siglos, que también es clave, ya que conlleva un otro punto histórico de inflexión. Pero creo que hay que irse mucho más atrás para entender la crisis civilizatoria actual, de manera de poder desnaturalizar la construcción de jerarquías y de estructuras de poder. Esta mirada crítica muestra cómo se configura un patrón civilizatorio dominante fundamentado sobre estructuras jerarquizadas, economías del excedente, organización social para la guerra, patriarcado y resaltaría una lógica de dominación de la naturaleza. Pero a la vez, siempre estuvo su alteridad, otras formas de organización que mostraban que esta evolución civilizatoria no era la única que tenía que ocurrir, y que había muchas otras lógicas y cosmovisiones diferentes de hacer sociedad y estar en la Tierra.

Pero las teorías fundamentales y prácticamente todo el pensamiento moderno dominante han naturalizado esta concepción civilizatoria. Han sido teorías que han ontologizado la idea de que el humano es individualista, competitivo y una máquina depredadora de la Naturaleza. Además se mete todo en el mismo paquete, al no mirar que de lo que hablamos es de una formación específica civilizatoria, que emergió en distintas partes del mundo, pero que luego tuvo un formato global, con un epicentro de ese proceso histórico colonial en Europa, lo que hoy llamamos Occidente.

Entonces, yo creo que es importante desnaturalizar aquello, ya que nos permite pensar en que la alternativa no va bastar con solamente en desmontar el capitalismo, sino que hay que recuperar la idea de que las sociedades también funcionan como los ecosistemas, de formas cooperativas, en formas de interdependencia. Que el humano no es ontológicamente depredador, como se oye mucho en estos tiempos –con esta odiosa idea de que los humanos somos una “plaga” devoradora. Idea que incluso le he escuchado hasta a grupos ecologistas conservadores, que al final tienen una peligrosa propuesta extincionista o ecofascista. Y decir también que el humano tampoco es patriarcal por naturaleza, que las sociedades no tienen por qué ser patriarcales. Todo esto lo digo no para romantizarnos, pero sí para cuestionar estas lecturas verticales sobre lo humano, y sobre todo para reivindicar nuestra enorme diversidad cultural global y la complejidad que nos define.

Además, una mirada de transformación social, tiene que ser poscapitalista, pero también tenemos que re-pensarnos hoy como humanidad. Repensarnos nuestro rol aquí en la Tierra, repensarnos nuestra forma de estar en ella, de ser con la Naturaleza. Y no estoy pensando en “volver al pasado”, de 7000 o 9000 años atrás, antes de la llamada ‘Revolución Neolítica’, sino en cómo los humanos tenemos que buscar, hoy, en este preciso tiempo político, la forma de reinsertarnos simbólica, espiritual y materialmente con los ritmos, los ciclos y las dinámicas  ecológicas, de la Naturaleza. John Bellamy Foster por ejemplo, hablaba de la ‘ruptura metabólica’, y pudiésemos decir que la ruptura que se produce en las relaciones humano-naturaleza también ocurre en el ámbito cultural, espiritual, emocional. Este proceso de ruptura que se funda con la emergencia del patrón civilizatorio dominante es lo que podríamos llamar la ‘Verdadera Gran divergencia’.

Lo que no tiene que ver con la tesis de Pomeranz, ya que él hablaba de una ‘gran divergencia’ que se genera con el despegue imperial de Occidente. Me estoy refiriendo a una especie de divergencia que se empieza a producir en las construcciones holísticas de los seres humanos con la Naturaleza, y ese despegue llega a un punto máximo con la configuración del ego moderno occidental. Esto hoy es muy notorio,  sobre todo para los habitantes de la ciudades y quienes dedican numerosas horas de su día al mundo virtual (redes sociales, internet, etc), en donde la experiencia vital puede estar tan desligada material y simbólicamente de los ciclos de la Naturaleza, de la interacción con sus ecosistemas vitales, y en cambio está más vinculada a productos procesados, tecnologías, infraestructuras, que generan una relación de desvínculo tremenda.

Andrés Kogan Valderrama: Con respecto a lo mismo, tú decías en ese evento por los 30 años de Censat Agua Viva, que los binarismos izquierda/derecha, neoliberalismo/progresismo, imperialismo/anti-imperialismo, como que no nos sirven mucho desde esa mirada, como que no aportan mucho.

Emiliano Terán Mantovani: No aportan, siguen siendo profundamente dominantes, y el esquema binario no aporta, primero porque no explica la realidad. Nosotros necesitamos explicaciones que nos puedan orientar hacia un camino diferente, y el binarismo es fundamentalmente un discurso estratégico. Es un discurso estratégico del poder para el poder. Este discurso pone todo en blanco y negro, genera explicaciones lineales. Pero además, que es quizás lo más importante, está totalmente en divergencia con un proyecto biodiverso o de pluriculturalidad. La pluralidad es totalmente divergente con esta idea binaria que ha sido dominante, tanto del pensamiento conservador como del pensamiento dominante de izquierda.

Inclusive, la representación del propio género ha sido atravesada por una construcción binaria dominante. Ciertamente da cuenta de algunas diferencias, pero nos merecemos un debate sobre la construcción binaria del género, para poder tratar de trascenderlo. El género en binario no necesariamente explica toda una diversidad de corporalidades, de composiciones de los cuerpos, de formas de sentir la vida, de formas de ser desde el cuerpo. Tampoco ayuda a trascender una visión blanco/negro o bueno/malo sobre las relaciones de dominación patriarcal ni a abrir el camino hacia nuevas y múltiples masculinidades. Una sociedad emancipada es una sociedad que, a mi juicio, también trascenderá el binarismo de género.

Tenemos que repensarnos en una idea no binaria. La izquierda dominante, por ejemplo, también ha sido atravesada por una idea de que lo que hay que hacer es masificar, reunir masa e impulsar una revolución desde arriba. Mientras que todo lo que ha sido diferente de ese canon, ha sido criminalizado y hasta perseguido. Son los casos de gobiernos de izquierda, que al replicar el patrón civilizatorio no tiene ninguna viabilidad como proyecto emancipatorio, por lo que tenemos que aprender a convivir y a pensar en una posibilidad de transformación desde la diversidad, sino no hay diálogo.

Andrés Kogan Valderrama: Con respecto a los distintos procesos constituyentes en América Latina, como son los casos del venezolano, boliviano y el ecuatoriano, los cuales han generado nuevos derechos, como Derechos de la Naturaleza, Plurinacionalidad, pero en la práctica y con el tiempo, se ha visto que ha quedado más que nada en el papel, ya que ha aumentado el extractivismo y la represión. ¿Cómo has visto tú estos nuevos constitucionalismos? Chile cómo podría tomar esas experiencias, al estar dentro de un proceso constituyente. ¿Que podría aprender y tomar en consideración, para no replicar las mismas lógicas autoritarias?

Emiliano Terán Mantovani: Es muy interesante y bastante amplio y complejo el tema, podría plantearte algunas ideas puntuales. Lo primero es que pienso estos procesos constituyentes como un punto de inflexión de las luchas populares que logran tal nivel de correlación de fuerzas positivas y tal nivel de posicionamiento de sus demandas reivindicativas, que obliga al status quo a reformular el marco político y jurídico. No sólo a nivel formal, sino también al marco general de producción y representación de la política, fácticamente hablando. Por eso creo que la constituyente no puede ser solo leída o entendida como el proceso previo de la transformación del marco jurídico, es mucho más que eso. Darle centralidad a los aspectos jurídicos y formales suele invisibilizar esas luchas y procesos sociales constitutivos de ese momento político particular. En el caso del llamado período progresista, las nuevas constituciones que surgieron a fines de los 90 (Venezuela) y en la década pasada, fueron precedidas de grandes estallidos sociales y de grandes movilizaciones populares, pero los presidentes varones del progresismo aparecían como los creadores de esos procesos constituyentes, lo que en realidad supuso la apropiación de narrativas e ideas que nacieron en las bases y organizaciones sociales.

Otro factor es que sabemos que, cambiada la Constitución, eso no garantiza que lo escrito ahí termine materializándose. Pensemos en la Constitución venezolana, ecuatoriana o boliviana, por mencionar ejemplos. Algunos podrían interpretar la promulgación de una nueva Constitución como un logro final o la culminación exitosa de un proceso de movilización social, pero creo que, aunque parezca la aparición de un nuevo contrato social lo dicho ahí sigue siendo un campo en disputa. Apenas inaugura otro momento de las luchas políticas en ese país.

A mí me parece que esto nos pone permanentemente en una paradoja como sociedad movilizada, que entonces es la consecución de un nuevo marco jurídico, que puede convertirse en un logro y paradójicamente, un elemento desmovilizador, porque pareciera que se ha logrado o conseguido algo importante, que en el caso chileno de seguro sí lo es, pero que en términos de poder termina transfiriendo una cosa que fue configurada como una demanda popular, una demanda territorial, en las calles, en los campos, en los territorios indígenas, y que finalmente se termina traduciendo en un conjunto de leyes fundamentales.

Pensemos en el caso venezolano, en la Constitución y el conjunto de leyes que se fueron oficializando en el papel, que reflejaban buena parte de esas demandas sociales previas. Reflejaban inclusive, en algunos sentidos, propuestas muy radicales de gestión del agua, gestión del territorio, inclusión cultural, participación política. Pero un proceso que fue muy rico y potente desde abajo, me parece que fue canalizándose hacia la burocratización, el normativismo, el centralismo tanto en el Estado como en el liderazgo de Chávez, y fue desactivando y bloqueando esa potencialidad y efervescencia para cambiarlo todo.

Gramsci llama a este tipo de procesos “estadolatría”, un punto en el cual alcanzado el control del Estado por parte de representantes de la clase popular, se generaba una especie de sentimiento, de efervescencia de la confianza en el Estado, como una nueva fe política que se dirige hacia él. Yo creo que en ese punto particular, en esos momentos iniciales, se decide el rumbo de muchos de esos procesos, y la forma como se maneje desde las bases y organizaciones sociales es determinante. Esto que digo no supone otro binarismo, entre en el abandono total del espacio del Estado o irse de lleno con él, sino en resaltar la importancia de mantener lo común, las demandas territoriales, las demandas locales, las agendas particulares, en el centro de la política, sin que esto suponga un localismo, sino que se proyecte a diversas escalas. Esa especie de estadolatría que se generó en Venezuela, y en diversos grados en Ecuador y Bolivia, y no sabemos si algo así pudiera pasar en Chile, la idea es que no termine absorbiendo el potencial insurgente y transformador de las movilizaciones, ni termine finalmente cambiándolo todo para no cambiar nada.

Es este tipo de puntos que tendríamos que evaluar en el campo de los progresismos. Evaluar lo que respecta a las transformaciones en las políticas de inclusión popular, de una distribución de las rentas más favorable a las clases populares en un período determinado, pero también de un extractivismo que no sólo no se tocó, sino que se profundizó. De hecho, fronteras que el neoliberalismo no había alcanzado, lo alcanzaron los progresismos. Comunidades que no habían sido podidas ser derrotadas por el neoliberalismo, las derrotó o debilitó el progresismo. Por ejemplo, fue Chávez quien terminó de abrir el proceso de expansión minera en la Reserva Forestal de Imataca con el decreto 3.110 de 2004, cosa que Caldera no había logrado concretar en los 90 debido a las resistencias sociales. Después surgiría la monstruosidad del proyecto del Arco Minero del Orinoco en 2011. Fue en el Gobierno de Evo Morales que numerosas organizaciones de base fueron cooptadas y debilitadas, mientras se producía una extraordinaria expansión de la frontera del agronegocio sojero.

Entonces, estas experiencias previas nos invitan a una reflexión honesta y descarnada, sobre todo para evitar que se termine reconfigurando un nuevo recentramiento en la política en el Estado, que es a lo que pienso que tendríamos que trascender.

Andrés Kogan Valderrama: ¿Qué pasa con el caso de Venezuela, el tema de las comunas, en concreto, que ha pasado con las comunas en Venezuela?

Emiliano Terán Mantovani: A diferencia de otros países latinoamericanos, en Venezuela la organización social del tipo comunal ha sido menos numerosa y extendida. La tradición de construcción política en Venezuela ha estado muy determinada por el Estado y la renta petrolera.  Antes del proceso bolivariano, existían algunas experiencias de este tipo pero no eran muy numerosas. Podríamos mencionar la tradición cooperativista en el occidente del país, asociaciones de vecinos o la organización comunal propia de los pueblos indígenas del país. Con el giro político que se produce en el proceso bolivariano, hubo una radicalización, inicialmente discursiva, en torno al Socialismo del Siglo XXI, y se planteó esta idea de las comunas, pero que iban a estar amparadas en torno al Estado petrolero chavista.

Es así como el Petro-Estado ‘Socialista’ las legalizaba, las financiaba, las promovía, las formaba y las patrocinaba. Lo que terminó ocurriendo es que, antes que germinarse las semillas del empoderamiento popular y el desarrollo de la autogestión territorial, se fue formateando lo comunal en torno a los lineamientos burocráticos del Estado. Eso no supone decir que no hubo tensiones y disputas entre estas lógicas de control desde arriba y las genuinas pulsiones de comunalización que existieron en parte de las bases populares del chavismo. Sí que las hubo. Pero en esos procesos de tensión y disputa, la correlación de fuerza fue absolutamente favorable a la construcción de una especie de Estado corporativo, que logró mayor nivel de penetración en la formación de las comunas y un proceso claro de instrumentalización de estas, en tanto su uso electoral y político.

Algunas experiencias puntuales, pocas, pero que me parecen muy valiosas, se conformaron de una manera más autogestionada, mas autónoma. Pudiésemos decir, como saldo positivo, que estas experiencias fueron creadas al calor del proceso bolivariano y se terminan independizando, pero son muy pocas. Es el caso en Lara, donde hay una comuna que se llama El Maizal, que tiene filiación con el gobierno, pero que ha desarrollado una base productiva autogestionada muy interesante, a la vez que ha supuesto un desafío en muchos sentidos al gobierno en el territorio, y vale recordar el lanzamiento de su propia candidatura en el municipio donde se ubican, no siendo reconocida por el Gobierno de Maduro.

Hay una cosa más que me gustaría mencionar. Al calor de los debates que se produjeron  en el seno de los movimientos comunales en el país, prácticamente había un consenso de que el horizonte de la unión y articulación de las comunas era el llamado “Estado comunal”. Me consta que se llegó a problematizar, pero me parece que no se abordó esto como una paradoja fundamental, ya que en realidad la comuna y el Petro-Estado extractivista abanderaban en realidad dos proyectos absolutamente divergentes. Lo que me parece que se habló mucho menos, es que la expansión de las comunas tenía que entrar necesariamente en una disputa inicialmente cultural y posteriormente política con el Estado (y eso pasaba por disputar con el Gobierno). Al final, las tensiones entre estos dos proyectos se fueron agravando y tendríamos que decir que esta disputa fue mucho mejor manejada por el Estado, por lo que muchas comunas se fueron esfumando, paralizando o degradando. Me parece que, desde ahí, no se generó un desafío a esa mirada y lógica estadocéntrica, no hubo un salto cualitativo que potenciara una mirada centrada en lo común y en la autonomía, la cual se fue debilitando.

Andrés Kogan Valderrama: Siguiendo con esa crítica a esa mirada estadocéntrica, me parece que ésta sigue estando también en buena parte de la intelectualidad de izquierda en América Latina, en desmedro de otras miradas alternativas que han sido cuestionadas por evidenciar esas lógicas binarias que tú planteas. Los casos de Maristella Svampa, Edgardo Lander, Alberto Acosta, Raúl Zibechi son algunos de ellos. Por ejemplo, lo que pasó con el golpe de estado en Bolivia, a mí me llamó mucho la atención las críticas que les han realizado desde esos sectores estadocéntricos, a personas como Rita Segato, Silvia Rivera Cusicanqui, María Galindo, Raquel Gutiérrez Aguilar, Luis Tapia, Pablo Solón, por cuestionar prácticas autoritarias y patriarcales de los gobiernos progresistas. Tú como ves esta intelectualidad, quizás representada por intelectuales orgánicos como Atilio Borón, el cual con sus análisis, pareciera ser casi un vocero de los gobiernos progresistas de la región. Lo mismo con Álvaro García Linera e incluso Ramón Grosfoguel, que es un pensador decolonial, pero a pesar de ello, tiene una mirada bastante estalinista, autoritaria y muy de macho.

Emiliano Terán Mantovani: Si, aunque yo no sólo hablaría de la intelectualidad, trataría más bien de hablar de toda una tradición dominante en la izquierda. Tal vez lo crítico que podría mencionarse es su negación a repensarse estos cánones dominantes históricamente, a pesar de tener sobre nuestros hombros ya no pocas derrotas, y de estar viviendo la izquierda una encrucijada que es ahora existencial. Pero para algunos parece que la responsabilidad siempre será de otros, así que habrá que mirar para otro lado. Yo creo que esa tradición política dominante tiene algunos rasgos de creencia religiosa en el Estado, así como hay una creencia religiosa de los liberales en el mercado, una cosa incuestionable.

Me parece que en realidad esa izquierda le tiene poca fe al agenciamiento social, a la creación popular. Está absolutamente anclada a la clave nacional-estatal, y la mirada territorial le parece insignificante, o cosa pequeña. Los dramas que ocurren en lo concreto, en los territorios, en los barrios populares, les parecen secundarios porque lo primordial es la consecución y el mantenimiento del poder del Estado. En realidad invierten la relación entre los medios y los fines. Por esto, los impactos que sufren quienes esta izquierda considera marginal y secundario son asumidos como ‘daños colaterales’. En realidad me parece que su política en el fondo es muy pesimista y conservadora, lo que se ha traducido en proponer una política que clausura las posibilidades desde abajo.

Uno de los factores que está en el centro es el propio problema de la colonialidad. La izquierda dominante no sólo ha tenido actitudes abiertamente patriarcales y de lógicas autoritarias, sino también altamente coloniales, a pesar de que algunos que se hacen llamar ‘decoloniales’ defienden a ultranza a un Gobierno represor, entreguista y expoliador como el de Nicolás Maduro. No se puede ser decolonial dándole carta blanca al colonialismo interno, eso no puede ser, no tiene ningún sentido. Tampoco se puede ser decolonial con un imperio y con los otros no, porque si no, la crítica no es transversal, la crítica no va al pilar del problema histórico-civilizatorio.

De nada nos sirve, por ponerte un ejemplo de algo que está ocurriendo justo ahora en Venezuela, que ya no esté la Chevron en el consorcio que explotaba carbón en la Sierra de Perijá, para que ahora venga la empresa rusa Vostok Coal a ejecutar la expansión de nuevas minas, degradando los territorios yukpa, wayuu y barí, la cuenca del río Socuy y las reservas de agua del Zulia. Todo eso es colonialismo ruso, de la mano ahora de empresas militares del Estado venezolano.  Venezuela es un ejemplo emblemático de cómo se han replicado todos los patrones coloniales, tanto la estructura extractivista, la neo-dependencia colonial que tenemos, hasta los elementos de la cultura de consumo, pero ahora en nombre del Socialismo y de la mano de China y Rusia. Porque si nosotros hemos criticado por décadas la cultura del ‘American Way of Life’ gringo, basada en teléfonos, aires acondicionado y carros, etc; criticamos la postración de la deuda externa y la dependencia a los Estados Unidos; y si todo esto se mantiene y sólo se vuelve chino, no es sino la otra cara del mismo colonialismo. Que además genera evidentemente agresión cultural contra los territorios, ya que busca recursos nuevos y traspasar nuevas fronteras. Entonces, algunos decoloniales más bien deberían llamarse antimonroeistas, ya que critican solo al imperio de Estados Unidos, al dejar de lado otras formas de imperialismo y colonialismo.

Por último, me parece también que esta izquierda dominante ha tenido una mirada muy antropocéntrica, que ven la reivindicación ecológica como un tema infantil, como un tema que se debiera abordar posteriormente. Creo que lo que en cambio habría que resaltar es que el capital coloniza no solo a los humanos, al trabajo, sino a la vida en general. Es decir, crea una nueva configuración del espacio geográfico, modela ecosistemas; no sólo despoja comunidades, sino que simultáneamente captura recursos, configura metabolismos sociales, genera desigualdad social, logrando una colonización sobre los cuerpos humanos y sobre la Naturaleza, simultáneamente.

Entonces, nuestra tarea es tratar de abrir espacios alternativos de pensamiento que intenten abrir brechas de posibilidad a algo diferente a esto que estamos viviendo en América Latina. Creo que con cierta soberbia, estos sectores de la izquierda dominante han criminalizado y satanizado la crítica, bloqueando otras posibilidades de accionar políticamente. Las propuestas que nosotros planteamos, al igual que muchos otros, es una propuesta que es también ética. Porque sencillamente no se vale todo con tal de llevar adelante y mantener una ‘Revolución’. No se puede hablar de un proyecto emancipatorio o progresista y darle la espalda a dramas sociales que están ocurriendo por estructuras de poder concretas en gobiernos de ese tipo. Y con concretas me refiero a cosas como el desplazamientos y acoso de comunidades para la imposición de proyectos, el racismo policial, la persecución de sindicatos, la preferencia al pago de la deuda externa y sus servicios, antes que a la importación de alimentos o medicinas, por mencionar ejemplos. Nosotros no podemos ser indiferentes ante eso, solo porque pensemos que la fuente del problema es solamente el imperio estadounidense.

Con todo esto que menciono no pretendo plantear una visión maniquea, de una izquierda buena y una izquierda mala. Más bien la realidad es que hay muchas cosas que discutir crítica y autocríticamente, y tenemos que discutirlas. Pero necesitamos discutirlo todo, re-pensarnos los propios pilares de un proyecto de transformación radical, desplazar los dogmatismos, abrir otras ventanas de posibilidades y sobre todo, cesar la criminalización y persecución del pensamiento disidente, que más bien evidencia unas lógicas policiales e inquisidoras que en verdad me parecen muy deprimentes.

Andrés Kogan Valderrama:  Para terminar, en cuanto a alternativas se refiere, tú como estás viendo procesos como la agroecología, el decrecimiento, el buen vivir, ecoaldeas, economías ecológicas, economías feministas, economías comunitarias y tantas otras experiencias.

Emiliano Terán Mantovani: Bueno, esta es otra pregunta también bastante amplia y compleja, ya que tiene demasiadas aristas. Yo creo como principio, antes de plantearte alguna cosa concreta, te diría que las alternativas necesitan ser pensadas desde una visión multiescalar. Es decir, revindicamos la centralidad de lo común en la política, esa es una apuesta que tenemos. Pero eso no significa que la política solo deba ser pensada desde una escala local, sino también y simultáneamente desde ámbitos más amplios, como es a escala de cuencas hidrográficas, biorregiones, a nivel nacional-estatal, regional-continental y global.

El otro punto, es precisamente reconocer que las alternativas están navegando en un sistema hiper-complejo, de alta inestabilidad, con tendencia al caos. Es decir, no podemos, como hizo la izquierda tradicional, sentarnos solo a hacer un macro proyecto nacional, pensando además que este va a discurrir de maner lineal hasta llegar al comunismo soñado, de manera etapista. Estamos más bien ante un tiempo bastante inestable y volatil, que además nos está planteando en un escenario muy complicado para la propia reproducción de la vida. Esto, me parece, tenemos que asumirlo como el tiempo que nos toca vivir. Así que podríamos seguir soñando con la idea de una transformación emancipadora, pero también necesitamos asumirla construcción de comunidades y sociedades resilientes, ante las posibilidades de altas perturbaciones sociales, políticas, ecológicas, que podrían desarrollarse o ya se están desarrollando en el planeta.

Dicho esto, yo creo que una transición socioecológica, si lo podemos llamar así, parte precisamente de la posibilidad de la autodeterminación de los pueblos en sus territorios y de una organización de la vida en torno a otros metabolismos, a otras formas de vivir, por la defensa de la vida, de las lógicas cooperativas y solidarias, que estén más allá del Estado. Esto implica que, más allá de una transformación de la política, tenemos que territorializar esos cambios. La opción emancipatoria debe expresarse en nuevas territorialidades, en transformaciones radicales de los usos de la tierra, de la gestión social de la misma, de los sentidos de comunidad entre humanos y no humanos, del respeto por las dinámicas y ciclos específicos de los ecosistemas, pero también de una reconsideración del planeta Tierra como la casa común de todos. Sin esa reformulación territorial la opción emancipatoria no tendría materialidad.

En este mismo sentido, es también necesario que se repiense la ciudad, ya que hoy en día es inviable. Las grandes ciudades se están devorando de una manera brutalmente acelerada los recursos y  los bienes de consumo provenientes del sector secundario. Hay entonces, además de la movilización social que presione para los cambios, una serie de políticas ‘desde arriba’ que son también fundamentales, porque son determinantes para una transformación de los usos de las tierras, que no privilegie la expansión de la frontera extractivista y procure una progresiva sustitución de ese extractivismo por otros tipos de economías orientadas a la vida, pudiendo abrirse opciones como las ecoturísticas y las vinculadas a la agricultura sostenible para la soberanía alimentaria de los pueblos.

La consigna del combate de la pobreza, que es una reivindicación central, ha sido utilizada para justificar numerosas políticas, entre ellas la expansión de los emprendimientos extractivos. De ahí la idea de que ‘tenemos’ que destruir un bosque o que vamos a abrir una mina a cielo abierto de cobre, porque necesitamos las rentas para el Estado, para construir escuelas y hospitales. Es un argumento muy repetido que pone el foco en la resolución de ese problema a través de la expansión y crecimiento de emprendimientos extractivos, y no en el problema de la distribución de las rentas y riquezas existentes. Y esto es, porque antes que sacar más de la naturaleza, tendríamos que revisar quiénes concentran más riquezas y porqué, a dónde se van los fondos públicos, cómo se distribuye la propiedad de la tierra y la gestión de los territorios, etc.

¿Qué pasaría si, por ejemplo, en vez de abrir nuevas plantaciones forestales, nuevas minas de cobre, nueva minas de oro, nuevos campos petrolero, se reformulara toda la arquitectura impositiva del país, y se cargara principalmente sobre los sectores más ricos? ¿Qué pasaría, como se llegó a plantear en Ecuador, si en vez de abrir la explotación petrolera en el Yasuní en la Amazonía ecuatoriana, se aumentara en 1,4% el impuesto a las 300 familias más ricas del Ecuador? Pasaría que se podría obtener la misma cantidad de divisas que 25 años de explotación en el Yasuní. ¿Qué pasaría si a las 300 familias más ricas de Chile se les aumentan los impuestos, y cómo eso podría detener el avance del extractivismo?

Hay demasiados debates que hacer sobre el tema de las transiciones y de las alternativas. Te doy otro ejemplo energético. Quieren abrir desde hace años nuevas minas de carbón en Venezuela, y la excusa del gobierno es que será para solventar el problema eléctrico en el estado Zulia, a través de la instalación de termoeléctricas, con capital chino, ruso y turco. Mientras que muy cerca del Zulia, en donde se estaría haciendo esta explotación, se construyó un parque eólico, que tiene un potencial de generación de más 2000 megavatios, que podría alimentar a ese estado y a una parte de la zona noroccidental, la cual es una zona semiárida y que tiene un altísimo potencia eólico y solar.

Si tú vas a hacer un inventario de alternativas por país en América Latina, vas a conseguir muchos ejemplos como estos. En el campo del uso de la tierra por ejemplo, en el campo de sustitución de rentas, de posibilidades de pensarse de otras formas los ingresos para el país, y un largo etcétera. Evidentemente esa transición no puede ser de un día a otro, porque la gente podría morir de hambre, pero se debiera considerar el impacto que puede tener el sacar coltán en Venezuela, por ejemplo, y decidir cerrar completamente un emprendimiento como este para darle posibilidad a proyectos ecoturísticos, gestionados por comunidades indígenas de la zona, bajo sus propias concepciones culturales, con una reivindicación paisajística, dejando así de acosar a las economías locales. Si los Estados siguen promoviendo los productos de importación, van a seguir socavando las economías locales tradicionales y van a seguir promoviendo la migración hacia las ciudades, por lo que van a seguir haciendo insostenibles los modelos Latinoamericanos.

Hay muchas cosas que plantear, pero la conclusión a la que hay que llegar, es que hay propuestas en todos los ámbitos que te puedas imaginar. El problema es poder darle cabida en la mente de la población, y que pueda ser considerado como una posibilidad sería, y por tanto, se convierta en demanda general. La idea es poder posicionar esa posibilidad de pensar que es posible estas otras alternativas, de parte de comunidades, territorios y organizaciones, que ya están en el presente. Y evidenciar que esas formas diferentes de ser y estar en la Tierra existen. Nos ha faltado más astucia para visibilizarlas más. Esta transformación nos tiene que entusiasmar mucho más.

Emiliano Terán Mantovani, Sociólogo, Master en Economía Ecológica, Doctorando en Ciencia y Tecnologías Ambientales. Participa en el Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al desarrollo de la Fundación Rosa Luxemburgo y en el Grupo de trabajo de CLACSO sobre Ecología Política. Ha colaborado con el proyecto EjAtlas – Justicia Ambiental junto a Joan Martínez Alier y es integrante del Observatorio de Ecología Política de Venezuela. A nivel teórico y político, ha trabajado  sobre todo la crítica al extractivismo y las problemáticas socioecológicas de nuestra Tierra, lo que supone una nueva propuesta para pensar América Latina.

Por Alteridad

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