
COLOMBIA: DESARMANDO EL MIEDO, MIENTRAS TRANSITA EN EL HORROR
Por Aura Isabel Mora

“¡Despertó, Colombia despertó!”, “¡A parar para avanzar, viva el paro nacional!”, y “¡Va a salir corriendo el gobernante, van a rebelarse los cantantes!”, entonaba y arengaba una multitud de miles de personas, en su mayoría jóvenes, que desde el 21 de noviembre de 2019, cansada de la situación de precariedad social y violencia e inspirada por los movimientos sociales en Chile, ha salido a las calles a marchar, protestar y denunciar la materialización en el presente gobierno de todos los males que se pronosticaban en las pasadas elecciones.

El paro inició con trágicas consecuencias, como la muerte de Dylan Cruz, un muchacho de apenas 18 años, que ahora se ha convertido en símbolo de la protesta, además de las habituales y brutales agresiones de parte de la fuerza policial antidisturbios, que han escalado a insospechados niveles de reprochabilidad, tales como el –prácticamente– secuestro de unas jóvenes que fueron introducidas en un automóvil particular por parte de policías tanto de civil como uniformados, situaciones de agresividad que al contrario de apaciguar los ánimos hacía que la población se motivara a seguir en las calles.
Lo que inició como un simple paro, que inmediatamente devino en marcha, se ha nutrido de formas artísticas; al tradicional cacerolazo argentino inusitadamente se le empezó a poner ritmo hasta llevarlo a ser cacerolazos musicales y bailables; a los memes, trinos y demás publicaciones en redes sociales, los actores de la televisión le pusieron seriedad, mientras otros tantos usuarios le ponían humor y comedia a sus protestas en las redes; y, a las marchas, se las enriqueció con variedad de entretenimientos, comparsas de tambores y de teatro, esculturas alegóricas de papel maché, danza aérea, performances de El Violador eres Tú, y hasta conciertos de algunos y aclamados músicos del país que, en tarimas levantadas en diversos puntos del desfile del pasado 8 de diciembre, apoyaron la protesta y cumplieron su convocatoria de Un Canto por Colombia con rock, pop y música popular del Pacífico y del Caribe.

Luego del concierto, la cantante Adriana Lucia fue amenazada de muerte por su apoyo y participación en el paro nacional y el actor Julián Román fue vetado para trabajar en las cadenas privadas de televisión del país.
Pero, a la par de cómo evolucionaba este proceso febril de protesta, uno de los males pronosticados con este gobierno proseguía, y prosigue, su escalada. La práctica sistemática de asesinar selectivamente a líderes sociales (así Francisco Barbosa, Consejero para los Derechos Humanos del gobierno, diga que no es sistemática) empezó de esta manera desde la firma de los Acuerdos de Paz, que aumentó con la victoria del candidato uribista y que tomó confianza con la posesión de Iván Duque. Según estadísticas del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz – INDEPAZ -, desde la posesión de Duque han sido asesinados 229 líderes sociales y defensores de Derechos Humanos, de los cuales 40 eran mujeres y 189 hombres. Los asesinados son en su mayoría miembros de los pueblos originarios, afrodescendientes, campesinos, ambientalistas, comunales y promotores del Plan Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos. Lo más grave es que, desde la firma de los acuerdos, del 24 de noviembre de 2016 al 20 de julio de 2019 según denunció INDEPAZ, 627 líderes sociales y defensores de derechos humanos han sido asesinados. Los departamentos más golpeados con esta violencia que engendra el horror entre los colombianos, son el Cauca, Antioquia, Nariño, Valle del Cauca, Norte de Santander y Córdoba.

Y al contrario de lo que dice el Consejero para los Derechos Humanos, después de la firma del Acuerdo de Paz, se puede afirmar que los asesinatos selectivos a los líderes sociales son una práctica sistemática y en su gran mayoría cometidos, seguramente, por grupos criminales conocidos como “bacrim” (acrónimo de bandas criminales) que no son más que grupos paramilitares que se desmovilizaron falsamente, o de disidentes o remanentes de estos. También por grupos de delincuencia organizada vinculados con el narcotráfico, por grupos armados al servicio de grandes terratenientes, y probablemente en menor medida por disidentes de las Farc que no se acogieron al Acuerdo de Paz y que no se desmovilizaron.
Debido a los vínculos que tienen el paramilitarismo, las bacrim, los sectores de terratenientes, con la derecha, especialmente con el uribismo, y que de acuerdo a señalamientos de sectores políticos contrarios, tienen vínculos con el Cartel de Sinaloa que estaría operando en Colombia. La serie de asesinatos selectivos tienen un componente socioeconómico y político que la hace sistemática; contrario a lo que ocurría previo a los Acuerdos de Paz que, con la presencia de las Farc como actor armado del conflicto, los homicidios selectivos se daban como efectos colaterales y no como práctica sistemática, lo que no significa que no existieran.

Un ejemplo de esto es el caso del líder de la Guardia Indígena, Germán Valencia, quien ha sufrido dos atentados contra su vida, el primero en el año 2014, por cuenta de las Farc y por razón de su actuación como líder de su comunidad que impidió el acceso a su territorio a los actores armados de la región, entre ellos los perpetradores. El segundo, en diciembre de 2018, ya no por cuenta de las Farc que, ya para la época habían dejado la lucha armada, sino de criminales aún sin identificar.
No es de extrañar que gran parte de los líderes sociales asesinados sean indígenas, y de pueblos que no solamente se oponen a las operaciones de guerra y a la realización de actividades criminales en sus territorios ancestrales, sino que además son recuperadores de tierras y que obviamente disgusta a los grandes terratenientes. Como en este caso los del Departamento del Cauca, una de las provincias colombianas con mayor número de líderes sociales asesinados.
Tampoco es de extrañar que entre los otros líderes sociales asesinados se cuenten defensores de Derechos Humanos, ambientalistas y activistas comunitarios que, en su gran mayoría, son estigmatizados como simpatizantes de la guerrilla y vistos por las bacrim y por agentes corruptos del Estado como el nuevo enemigo.

Asombra y aterra, el otro componente de la sistematicidad: la reincidencia y reiteración de los ataques que, con una periodicidad de más de un homicidio por día, todos y cada día, pretenden normalizar que en Colombia se asesine a más de una persona diariamente y que la sociedad se acostumbre a esta situación.
Un sector de la sociedad se está acomodando a ver como diariamente hay uno o dos líderes sociales muertos y que solamente se estremece cuando el hecho raya en la peor de las mezquindades. Tal como ocurrió con María del Pilar Hurtado, que fue asesinada en frente de su pequeño hijo de 9 años de edad, cuyos gritos de desesperación y dolor al ver a su madre muerta en el piso fueron grabados por un teléfono celular. O el de Nathalia Jiménez y Rodrigo Monsalve, la pareja de ambientalistas recién casados que disfrutaban de su luna de miel y que fueron asesinados casi que en plena navidad. Extraña y sorprende, aún más, que en sectores de derecha de la población colombiana, casos como estos son revictimizados acusando a las víctimas de tener alguna clase de prontuario delincuencial, o son defendidos como hechos de delincuencia común o como simples robos que salieron mal.

No obstante, los asesinatos sistemáticos de líderes sociales son tan solo uno de todos los males pronosticados en época electoral, entre los que además está el regreso de los “falsos positivos” o ejecuciones extrajudiciales para obtener premios militares, el fracking, las reformas: laboral, pensional y tributaria, la corrupción –que ya generó un “tarifazo” para compensar pérdidas de una electrificadora–, las privatizaciones, un holding financiero que amenaza con una masacre laboral, y el incumplimiento de los acuerdos con sectores tales como los estudiantes, los campesinos, los indígenas. La protesta social que se está presentando actualmente en Colombia, no deja de ser por crudelísima que sea la situación que la genera, pacífica, popular, humana y artística; logrando desarmar el miedo que tenía a la mayoría de la población inmovilizada.